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La Virgen es llevada
por Dios de manera que quien iba a dar su carne al propio Hijo de Dios, no
podía haber estado en ningún instante inficionada por el pecado. Por eso Dios
actúa con su poder para que el demonio no pudiese rozarle a aquel ángel que
Dios se preparaba para encarnarse en sus entrañas. Por eso, María ES INMACULDA.
LITURGIA
Tenemos en la 1ª lectura
(Hech.12,2 a 13,5) la definitiva vocación de Saulo y Bernabé. Habían dejado
Antioquía, una vez cumplida allí su misión, y se volvieron a Jerusalén,
llevándose a Juan Marcos, el que sería autor del 2º evangelio. Quedaban en la
iglesia de Antioquía profetas y Maestros.
Un día que ayunaban y
daban culto a Dios, el Espíritu Santo les habló: apartadme a Saulo y Bernabé para la tarea a que los he llamado.
Volvieron a ayunar y les impusieron las manos y los despidieron. Y ya marcados
por esa tarea que les encarga el Espíritu Santo, bajan a Seleucia y de allí a
Chipre, donde anunciaron el evangelio en la sinagoga de los judíos.
En el evangelio
(Jn.12.44-50) encontramos dichos del Señor que más qie otra cosa hay que
meditar. «El que cree en
mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que
me ha enviado. Una vez más, Jesús está afirmando su
divinidad. Hay una identificación entre el Padre y Jesús: la identidad de ser
DIOS. De ahí que creer en uno es creer en el otro y ver a uno, a Cristo, es
estar viendo la realidad del Padre. De esa realidad invisible Jesús s la luz
que lo hace visible: Yo he venido al
mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas.
Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo,
porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo.
¿Quiere decir que todo queda igual? –No, porque El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la
palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. De aceptar
la Palabra a no aceptarla hay un abismo en el juicio que cae sobre la persona:
La Palabra lo juzgará el último día.
El valor de esa
Palabra es que lo aue Jesús habla es lo que el Padre le ha dado, y por tanto la
aceptación o no aceptación de la Palabra es aceptación o no aceptación de Dios,
Porque yo no he hablado por cuenta mía;
el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de
hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo
hablo como me ha encargado el Padre».
Esa es la fuerza de la
oración: que nos ponga en comunicación con la Palabra de Jesús, que es Palabra
del mismo Dios. Y la oración tiene que ir descubriendo en el día a día, ese
mensaje que Dios nos quiere trasmitir.
Por eso no es igual
rezar que orar, ni lo suple, aunque sea un modo de sostener una cierta forma de
espiritualidad. Pero la gran diferencia es que en el rezo no quedamos más
metidos en nosotros, y en el orar hemos de salir de nosotros para escuchar la
Palabra que dirige Dios, y con la que quiere que vayamos acercándonos a su voluntad:
a su pensamiento, a sus deseos, a sus llamadas interiores.
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