ADVERTENCIA: Obras que van a realizarse en la Casa, dejan muy
en el aire el desarrollo habitual del Blog. Prevengo, pues, a los seguidores
del mismo, sobre la posibilidad de interrupción más o menos continuada por 15
días de esta aportación a la que están acostumbrados.
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LITURGIA
Hech.5,27-33 continúa la lectura de ayer,
cuando los apóstoles han sido detenidos por enseñar a las gentes en el templo.
Y se les vuelve a conminar a no hablar de Jesús. El sumo sacerdote les
interroga: ¿No os habíamos prohibido
hablar en nombre de Ese? Como dije hace muy poco, a Jesús lo quisieron
crucificado aquellos jefes religiosos, porque no se podía ya nombrar al que
había sido humillado y moralmente destruido por la crucifixión. De ahí que
aquel sumo sacerdote interrogue sobre “Ese” y no quiera ni nombrar a Jesús.
Los apóstoles responden con plena firmeza que hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres. Y prosiguen hablando expresamente de Jesús, porque para ellos,
“ese” tiene un nombre propio y un nombre sobre todo nombre: el Dios que resucitó a Jesús de entre los
muertos; vosotros lo matasteis colgándolo de un madero, pero la diestra de Dios
lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador para otorgarle a Israel la conversión con
el perdón de los pecados. Una vez más, quedaba patente el kerigma cristiano:
muerte y resurrección. Y concluye con algo básico: toda esta historia no es que
nos la han contado o que la hemos inventado, sino que nosotros somos testigos de esto, y testigo es el Espíritu Santo, que
Dios da a los que le obedecen. La respuesta exasperó al sumo sacerdote y al
tribunal, y como solución pensaron quitarles la vida. Era la manera que tenían
ellos de dar salida a lo que iba en contra de sus convicciones.
Evangelio que continúa la enseñanza de Jesús a Nicodemo
(Jn.3,31-36) y que es difícil de resumir o explicar y que más queda el recurso
de la lectura del texto. Por eso, copio.
El que viene de lo alto está por
encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra.
El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído
da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio
certifica que Dios es veraz.
El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
Hay
expresiones que hoy día suenan muy mal, y con razón. Esto de la “ira de Dios”
no se digiere fácilmente, ni se compagina con la afirmación que teníamos ayer
tan clara de que “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo; el Padre no
juzga a nadie”. Y si ama hasta entregar al Hijo, no va después a usar de la
ira. Y si el Padre no juzga a nadie, menos aún se va a airar para caer como un
peso sobre la persona.
¿Queda,
pues, impune el pecado? –No. Ya ha explicado Jesús que el juicio está en la
misma persona, que, al rechazar la verdad y la luz, a sí misma se excluye de
ese mundo de Dios que está asentado sobre la claridad. El castigo está en el
corazón del mismo hombre que se ha cerrado a Dios. Y podríamos decir, con
expresión muy nuestra, que Dios lo sufre porque él no quiere la muerte del
pecador sino que se convierta de sus pecados y tenga vida.
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