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A ti llamamos
gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Vivimos en un mundo donde
hay tanto dolor provocado por el egoísmo de muchos. ¿Dónde refugiarnos? En el
corazón de la madre, al que llegamos gimiendo y llorando. Ella consolará. Ella
pondrá su mano sobre nosotros para ampararnos. Ella será abogada nuestra, que vuelve a nosotros sus ojos misericordiosos, y
después de este destierro nos muestra a Jesús.
LITURGIA
Al celo de Pablo corresponde la persecución de
parte de la plebe recelosa que, junto con sus magistrados, desnudaron a Pablo y
Silas y los molieron a palos (Hech.16,22.34) y acabaron metiéndoles en la
cárcel, con sus grilletes en los pies y cerrojos en las puertas, y el encargo
al carcelero de que los vigilara bien.
Ellos pasaban la noche con cantos al Señor, cuando de
repente vino una sacudida tan violenta que se soltaron los cepos y se abrieron
de par en par las puertas de la mazmorra..
El carcelero pensó que lo presos se habían fugado y decidió
quitarse la vida, pero Pablo le gritó desde dentro: No te hagas nada, que estamos todos aquí.
El carcelero encendió una lámpara y comprobó que los presos
permanecían en sus celdas, y entonces se echó a los pies de Pablo y Silas y
preguntó: Señores, ¿Qué tengo que hacer
para salvarme? Y la respuesta fue simple pero profunda: cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu
familia. Le explicaron la palabra del Señor a todos los de la casa, y el
carcelero se los llevó a su casa y les lavó las heridas y les ofreció una
comida de familia. Se bautizaron todos los de la casa y celebraron haber creído
en Dios.
La verdad que lo que yo he hecho no ha sido más que repetir
lo que dice el texto. Pero no quedaba mucho más que decir, encontrando ahí la
acción de Dios, no sólo en el terremoto sino en la reacción de aquel carcelero,
que acaba convertido y bautizado. Por otra parte deja entrever este episodio que
el bautismo se daba también a los niños, puesto que allí se impartió a “todos
los suyos”.
En el evangelio Jesús anuncia que se va (Jn.16,5-11), y se
extraña de que no le han preguntado adónde va. Me voy al que me envió. La reacción ante la despedida es de
tristeza que les llena el corazón. Por eso Jesús tiene que completarles la
visión y darles otro ángulo de mira: Sin
embargo, lo que os digo es verdad: os conviene que yo me vaya, porque si no me
voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré.
El Espíritu Santo va a venir cuando se haya ido Jesús.
Jesús ha culminado su obra durante su vida. Y sin embargo esa obra queda
incompleta de cara a los discípulos, que necesitan otra inspiración, para
captar todo el mensaje de Jesucristo. Y no sólo en lo que es constructivo de
verdad más completa, sino también como denuncia de lo que va contra la
enseñanza de Jesús.
Por eso cuando él venga, va a dejar convicto al mundo de un pecado, una justicia y una condena. El pecado es que no creen en
mí. La justicia es la demostración de que Jesús es tan justo que va al Padre,
donde ya no le verán. La condena es la del príncipe de este mundo, que ya está
condenado. Es labor de tiempo. Es labor a través del tiempo. El mundo está
perdido y hay que denunciarlo. O mejor: está ya abiertamente denunciado. Lo
importante es no meternos nosotros en los postulados del mundo, para que ese
pecado, esa justicia y esa condena no venga sobre nosotros. Y lo grave es que
ese veneno del mundo es muy sutil y se esparce y ramifica de mil modos
peligrosos en un mundo que tanto consiente como el mundo en que vivimos. Lo
peor que podía pasar es eso que se ha inoculado en algunos: que “ya nada es
pecado”. ¡Ahí se metió el mundo!
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