ACUÉRDATE, oh piadosa Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los
que han acudido a ti, implorado tu asistencia y reclamado tu socorro, haya sido
abandonado de ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh Virgen Madre de las vírgenes, y
gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante tu presencia
soberana. Oh Madre Dios, no deseches nuestras súplicas, antes bien escúchalas y
acógelas benignamente. Amén. Oración atribuida a San Bernardo y que puede
ser una bella súplica a María y es muy apta para incorporarla a nuestra oración
diaria a la Madre de Dios, entre ese florilegio de oraciones con que la piedad
se ha dirigido a María a través de los tiempos. San Bernardo fue un enamorado
de la Virgen, a quien dedica una buena parte de sus escritos y sermones. Ojalá
que nosotros encontremos también ese calor humano filial que nos lleve a
dirigirnos a María con esa confianza. Y que cada oportunidad nos ayude a
ofrecer a la Virgen nuestra flor espiritual de este mes de mayo.
LITURGIA
Hoy tenemos la
aplicación concreta a la Iglesia de Antioquía de las conclusiones del concilio
de Jerusalén. En Hech. 15,22-31 los apóstoles determinan enviar a Antioquía a
Pablo, Silas y Bernabé, junto a otros miembros eminentes de la comunidad, para
comunicar autoritativamente aquellas conclusiones, y saldar así definitivamente
las dudas que algunos habían llevado a aquella iglesia sobre la necesidad de
circuncidar a los gentiles.
Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…,
fórmula solemne y de magisterio extraordinario por el que se zanja la cuestión.
Y lo decidido –ya lo conocemos- es que no se impongan más cargas que las
indispensables: que no os contaminéis con
la idolatría, que no comáis carne de animales estrangulados y que os abstengáis
de la fornicación. Idolatría que hace referencia a los ídolos, que no son
sólo muñequitos u objetos, sino todo lo que supone atribuir a cosas o
animales…, o al propio yo, un valor que ocupa el lugar de Dios. Y eso no es tan
lejano ni tan ajeno. Merece la pena examinarse.
La vida, que está significada en esa
carne de animales estrangulados, pero que para nosotros ya no es el problema en
sí, sino toda la proyección que tiene en lo tocante al respeto a la vida en
todas sus etapas. No se puede matar nunca: ni al feto concebido, ni al anciano
decrépito, como no se puede matar a un semejante cualquiera. Tan sensibles como
somos a la “pena de muerte”, y tan laxos en el aborto (que es pena de muerte a
un inocente).
Y abstenerse de la fornicación, que
abarca todo uso del sexo para puro placer egoísta. La sociedad está muy
concienciada contra la pederastia y la pornografía. ¿Pero concienciados en
primera persona, ante la oferta diabólica del Internet o las películas? Porque
roza el peligro quien flirtea con esas realidades tan a la mano.
Una vez más el evangelio de hoy
incide en el amor mutuo: como yo os he
amado (Jn.15,12-17). Y Jesús ha amado hasta entregar su vida. Pues bien: Nadie tiene amor más grande que el que da la
vida por el amigo. Y entonces se viene Jesús a lo cordial: vosotros sois mis amigos. Por vosotros
doy la vida. Por todos los hombres doy la vida…, todos los hombres son mis
amigos si hacéis lo que yo os mando.
Ya no
os llamo siervos sino amigos. El amigo sabe todo lo que yo he oído a mi Padre y
lo he dado a conocer.
Yo os
he elegido; no vosotros a mí sino yo
a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure.
De este modo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.
Para acabar con lo mismo que ha
empezado: esto os mando, que os améis unos a otros.
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