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LITURGIA
Pablo llegó a Atenas, cuna del saber. Fue
invitado a hablar en el areópago, a los letrados y sabios del lugar. Hizo una
disertación muy fundamentada y pudiéramos decir que “científica” para estar a
la altura de la cátedra que estaba ostentando. (Hech.17. 15-22, y 18,1). Lo
escucharon en toda aquella larga exposición hasta que aterrizó en lo que era el
punto central de su discurso: la
resurrección de Jesús de entre los muertos. Y allí acabaron ya de escuchar.
Había entrado en un tema de fe y su auditorio era de sabios pero no de
creyentes. Por eso, unos lo tomaron a broma y otros dijeron: Te oiremos hablar de esto en otra ocasión.
Sencillamente Pablo se dio cuenta que había perdido el tiempo, y que la fe no
es cuestión de discursos ni brillantes exposiciones históricas. Y acabó
marchándose de Atenas en dirección a Corinto.
Pablo comprendió que el mensaje cristiano no necesitaba
florituras, y aprendió que en adelante no quería saber otra cosa que a Jesucristo
crucificado. Esa era su verdadera sabiduría.
No había perdido del todo el tiempo. Se les unió un tal
Dionisio (miembro del areópago), una mujer llamada Dámaris y algunos más. No
era una cosecha para tirar cohetes, pero el apóstol sabe que una sola persona a
la que le llega el mensaje de Jesús, ya merece la pena el tiempo que se le ha
dedicado.
Decía un misionero, al que le acudió a su sermón solamente
una mujer con una niña, que se consideraba feliz, porque Jesús le dedicó el
tiempo a una sola mujer, la samaritana, ¡y él tenía de oyentes a mujer y media!
Por eso nunca se ha de dar por perdido la palabra que se deja dicha en el
nombre del Señor. Puede ser que no se ve el fruto de esa palabra…, que puede
pensarse que ha caído en barbecho… Y sin embargo ahí queda la semilla
soterrada, que podrá crecer en el momento más impensable. Ese es el
convencimiento del predicador. Sabe que la siembra es la parte que toca al
apóstol, pero que Dios es quien da el crecimiento. Y dirá Jesús: La semilla crece sola y da su tallo sin que
el labrador sepa cómo.
Llegamos al evangelio (Jn.16,12-15) donde espigamos el
mensaje que nos deja Jesús en esos momentos últimos de la cena. Imagino a los
Once aturdidos por los mensajes de despedida y la cantidad de ideas que les ha
ido dejando como testamento de la última hora.
Y todavía les dice: Muchas
cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando
venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena No
hablará cosas distintas de las que Jesús ha predicado, pero os comunicará lo que está por venir. Él me
glorificará porque recibirá de mí lo que
os irá comunicando, tomará de lo mío y os lo anunciará.
El Espíritu Santo ha estado muy oculto a la adoración de
los fieles durante mucho tiempo. Y sin embargo su labor es de suma importancia
porque es el que nos revela la palabra de Jesús y la voluntad del Padre. El
Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, y por tanto el que le da vida en esta
fase final de la historia. Hoy se recurre mucho más a él, y se es más
consciente de la obra esencial que realiza en nosotros. De muchas enseñanzas de
Jesús nosotros no podríamos ni barruntar su contenido. Pero el Espíritu nos va
llevando a la verdad cada vez más plena, revelándonos interna y misteriosamente
el mensaje de Jesús.
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