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María es la más
perfecta de todas las madres y podemos estar muy seguros de que en ella siempre
tenemos un refugio. Más de una vez podemos pensar que alguien “está dejado de
la mano de Dios”, como dice equivocadamente el dicho popular. Lo que ese pueblo
no dice es que alguien está dejado de la mano de María. De ella siempre
esperamos la mano maternal que se tiende a nosotros y nos refugia.
LITURGIA
Pablo va de suceso en
suceso. Ayer lo tomaban por un dios. Hoy lo apalean y lo dan por muerto unos
judíos procedentes de Antioquía y de Iconio. (Hech.14,18-27). Los discípulos lo
recogen y lo llevan a la ciudad y Pablo tiene todavía arrestos para predicar
allí y ganar adeptos para la causa de Cristo.
Luego se marchan a
otras ciudades y tras un periplo de varios lugares en que predican, vuelven a
Antioquía, a la que le informan de lo que habían hecho por los otros lugares, y
cómo se había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Y se quedaron allí
bastante tiempo con los discípulos.
Jn.14,27-31 nos pone
por delante ese dicho que repetimos en cada Misa y que constituye un distintivo
de la obra y el estilo de Jesús: La paz os
dejo, mi paz os doy. Donde hay paz, está Jesús. Por supuesto no es la paz
cómoda de quitarse de encima los problemas. No
os la doy como la da el mundo. El mundo tiene otra paz y entiende de otra
paz basada en huir de los problemas y echárselos a las espaldas, dejando en la
estacada al prójimo. La paz de Cristo pide la implicación de cada sujeto en las
realidades que le rodean, aun con sacrificio: amar COMO YO OS HE AMADO. Y el
amor de Jesucristo es un amor que llega a la muerte por el bien de la persona
amada. Por eso la paz de Cristo encierra una lucha y una guerra, pero en uno
mismo, hasta doblegar las propias comodidades en beneficio del hermano que
necesita. Eso es amor y esa es la paz que se genera desde el amor.
Jesús se despide. Y
advierte que el amor a él ha de llevar consigo la alegría de que se vaya, por
el hecho de que su ida es parte de los designios salvíficos de Dios, y el
camino para ser glorificado plenamente. Si
me amarais os alegraríais de que yo me vaya al Padre. Es el gozo por el
gozo del triunfo del amigo. Y todo esto va dicho de antemano para que cuando
suceda, sigáis creyendo, sigáis teniendo confianza en mí.
Ya no hablaré mucho con vosotros. En realidad, lo que ya está
hablando ahora. Porque muy poco después va a seguir el Huerto y la Pasión y la
muerte. En efecto Se acerca el Príncipe
de este mundo. Se acerca el momento del poder de las tinieblas. Y no queda
Jesús como un hombre derrotado: No es que
él tenga poder sobre mí. Pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al
Padre y que lo que el Padre manda, yo lo hago. Y ha llegado esa hora en que
el Príncipe de este mundo va a llevarlo hasta la cruz, sin saber que en ese
momento mismo, la primera gota de sangre derramada por Jesús es el fin del
poder de las tinieblas. Ha de pasar por la muerte; ahí está ese misterio del
plan de Dios, que entregó a su Hijo para la salvación de la humanidad perdida.
Y Jesús ama al Padre y hace lo que son esos planes misteriosos de la salvación.
No nos puede extrañar
después que la paz de Cristo para nosotros incluya la cruz, nuestra cruz,
nuestras cruces, las que trae en sí la vida diaria, o las que pueden
presentarse más especiales en determinados momentos de la vida. El secreto es
llevarlas en paz y en aceptación, sabiendo que los planes de Dios son
misteriosos y que Dios se nos hace presente de múltiples maneras.
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