Concluimos el Mes de Mayo con una fiesta mariana: la visita
de María a Isabel, apenas supo que ésta estaba embarazada, según el aviso y
prueba que le aportó el ángel de la anunciación. María, ya madre del Hijo del
Altísimo, se pone en camino desde Nazaret a las montañas de Judea, para atender
a su parienta mayor, un largo y pesado viaje por caminos incómodos que
requerían de varios días.
Lo importante de este recuerdo litúrgico es ver a María en
actitud de servicio, precisamente cuando ya se sabe privilegiada de Dios, a
cuyo Hijo lleva en sus entrañas maternales.
Es un espejo para mirarnos. La tentación de “hacernos
grandes” y el deseo de “ser servidos”, queda con un claro mentís en la actitud
de María, que aprovecha la oportunidad para declararse por segunda vez “esclava
del Señor”, admirada de que Dios haya puesto sus ojos en su pequeñez.
Liturgia:
Entre las 2 primeras lecturas, a
escoger, yo prefiero la de Rom.12,9-16 porque es mucho más expresiva de lo que
es una actitud de persona que ha elegido el camino de Dios.
La caridad de María
no es nunca una farsa; para ella vale de pleno esa exhortación: aborreced lo malo, apegaos a lo bueno. Como
buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a
uno mismo.
La actividad de
María, ardiente, sirviendo
contantemente al Señor, firme en la tribulación y asidua en la oración.
Alegre con los que están legres y sabiendo ponerse
junto al que está triste, teniendo un trato igual para con todos, por saberse
poner del lado de la gente humilde.
Son unas pinceladas en la personalidad de María,
aprovechando la llamada que Pablo hacía a sus fieles de Roma.
La lectura de Sofonías (3,14-18) encaja menos al describir
a María y más bien es una referencia al Hijo que María lleva en sus entrañas,
que está en medio de Israel, llevado
por la presencia de María.
El evangelio es el de la visitación: Lc.1,39-56. En él se
nos van describiendo los pasos de aquella visita, cuando al llegar María a la
casa de Zacarías e Isabel, ésta -con una inspiración del cielo, llena de
Espíritu Santo- prorrumpe en una alabanza hacia la madre de su Señor, porque ¿quién es ella para que vaya a visitarla? Bendita tú entre las mujeres y vendido el
fruto de tu vientre.
Isabel ha sentido que su hijo, en su seno, daba saltos de
gozo al escuchar la voz de María, y la alaba porque ella ha creído en el
anuncio que Dios le había hecho, anuncio que Isabel afirma que se cumplirá.
No se dice nada de Zacarías quien era mudo pero no sordo, y
que debió salir precipitadamente al oír las exclamaciones de su esposa. Y
aunque él no podía manifestar de palabra la misma admiración, sí podía hacerlo
con sus gestos. Estaba haciéndose muy consciente de la importancia de aquella
visita, y vivió la alegría del encuentro mientras acogía en su casa a la
parienta de su esposa.
Por su parte, María se ha sumido en éxtasis de alabanza a
Dios, porque aunque ella es la que está celebrada por Isabel, María quiere que
toda esa celebración y alabanza sea elevada a Dios: Proclama mi alma que Dios es grande porque Él ha sido quien se ha
fijado en mí, pequeña y esclava. A más grandeza, la de Dios, mayor alabanza
desde lo pequeño que Mará reconoce en sí. Si bien no niega que en esa pequeñez Dios ha hecho cosas grandes porque su
misericordia llega a sus fieles, de generación en generación. Cuanto hay en
María, es pura misericordia de Dios. No tenía ella méritos para ganarse aquel
favor y elección de Dios.
Pero Él hace proezas
con su brazo: escoge a los de clase humilde y rechaza a los que se creen algo y
caen en la soberbia. Deja a un lado a los que lo tienen todo y se fija en los
que pasan necesidad. Derriba del trono a los que se encumbran y abraza a los
sencillos.
Es un himno lleno de teología evangélica, como Jesús
enseñará después que los primeros serán últimos y los últimos primeros.
Y María se quedó en casa de Zacarías e Isabel hasta que
Isabel dio a luz a Juan, que nace ya santificado por ese encuentro que hubo
entre los dos hijos, en el seno de sus madres.
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