una de las invocaciones de
las letanías más recientemente incorporadas. La familia está en crisis, en
profunda crisis. La labor de los últimos años ha ido a destruir el sentido de
la familia, incorporando a ese término “familia” otras realidades absolutamente
diversas de lo que es la familia como tal. La familia hoy, en términos
generales, no tiene una influencia constructiva. Está lejos de ese grupo
compacto que sigue unas pautas y que defiende la unidad de la familia, donde
unos se apoyan a los otros y donde existe un vínculo esencial de padres a
hijos.
María vivió una SAGRADA FAMILIA, donde un padre de familia
era el que tenía una autoridad, una madre de familia que daba cohesión y un
hijo que obedecía y aprendía y crecía en sus diferentes aspectos humanos. Y los
tres remaban en la misma dirección, respecto a Dios y respecto a los demás.
Encomendemos a María la familia actual para que conserve y
fomente valores esenciales de convivencia y amor recíproco.
Liturgia:
De la 1ª lectura, tomada de la
primera carta de San Pedro (1,3-9) podríamos destacar algunos puntos
principales: Dios, por la resurrección de Jesucristo, nos ha
hecho nacer de nuevo para vivir una vida nueva, que tiene una herencia
incorruptible, reservada en el cielo.
La fuerza de Dios nos
custodia en la fe para la salvación que nos aguarda. Alegrarse, pues,
aunque de momento toque aún pasar por la prueba. Pero vuestra fe se aquilatará y llegará a ser alabanza y gloria y honor
cuando se manifieste Jesucristo.
Finalmente nos enfrenta a esa gozosa realidad de que aunque
no hemos visto físicamente a Jesucristo, creemos
en él y nos alegramos con gozo inefable y transfigurado porque alcanzamos
la meta de nuestra salvación.
El evangelio es un clásico: el ofrecimiento del joven rico,
a quien Jesús le pone delante la condición para estar con él. (Mc.10,17-27). Se
presenta espontáneamente un joven a Jesús, con la pregunta de qué hacer para tener vida eterna. La
intención del joven no está explicitada todavía pero no deja de ser un dato que
es a Jesús a quien le pregunta.
Jesús no manifiesta que quiera “pescar” al joven y le
responde con una orientación muy general. Es un judío…, ¡guarde los
mandamientos de Dios!
El joven con sencillez declara que él los ha guardado desde
que era niño. Por tanto es claro ahora que no viene simplemente a saber lo que
tiene que hacer para ser “bueno”. Busca algo más… Busca sin duda ser acogido
por Cristo en su discipulado. Y Jesús le dice entonces: Una cosa te falta: ve, vende lo que tienes, repártelo a los pobres;
tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.
Le ha puesto delante de pronto todo un camino de renuncia,
pobreza, y finalmente de tesoros divinos y de formar parte del grupo de Jesús.
El joven era una persona muy rica. Y no había contado con
aquella exigencia del seguimiento de Jesús. Y se vino abajo, y volvió las
espaldas y se marchó triste y disgustado.
Jesús lo vio marchar y con hondo dolor en su alma, comentó
a sus apóstoles: ¡Que difícil les va a
ser a los ricos entrar en el reino de Dios.
Y como los discípulos se admiran, Jesús no suaviza lo que
ha dicho sino que lo ratifica y concreta: Qué
difícil es entrar en el Reino a quien se apoya en sus riquezas. Es más fácil
pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de
Dios.
Más se admiran y se espantan los Doce. Y entonces Jesús
matiza un aspecto fundamental: lo difícil es que un rico que permanece rico,
entre en el Reino, Pero lo que es
imposible para los hombres, es posible para Dios. Dios lo puede todo.
He ahí el secreto. He ahí el por qué de muchas situaciones
que “empobrecen”, que hacen bajar del pedestal, que humanamente destrozan… Son
como los golpes del escultor sobre el buril para ir “quitando lo que sobra”…,
para hacer posible que el rico sea menos rico, para hacernos sentir en nosotros
nuestra limitación y nuestra pobreza. Para Dios es posible. Y en realidad
debemos pedirle al Señor que nos vaya tallando con su mano divina para
prepararnos a poder entrar en el Reino.
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