BAJO TU PROTECCIÓN
nos acogemos, Santa Madre de
Dios. No deseches nuestras súplicas, antes bien escúchalas y acógelas favorablemente
como cosa y posesión tuya.
El manto de María es inmenso: cubre el mundo entero. Bajo
ese manto queremos acogernos. Bajo su manto buscamos su protección. Como los
pollitos que buscan el calor de la clueca. Así buscamos ese cuidado que puede
ofrecernos la Santa Madre de Dios.
Suplicamos. Y pedimos a nuestra Señora que no deseche
nuestras súplicas. Son el llanto confiado del niño que se acurruca en el pecho
de su madre, y espera todo de ella: que escuche esas súplicas y las acoja como
cosa suya.
Liturgia:
Ayer veíamos a Jesús suplicando al
Padre a favor de sus apóstoles. Jesús está en las últimas despedidas y lo que
ruega es que el Padre cuide de los apóstoles y les conceda vivir en unión de
ánimos y voluntades, que los libre del maligno en ese riesgo que han de correr
en medio del mundo en el que han de desenvolverse, y que vivan la alegría de
ser santificados en la verdad.
Hoy (Jn.17,20-26) extiende su petición a todos los que
siguen a Jesús y creen en él y en su palabra. Para ellos -para nosotros- la
misma petición de unidad, que debe ser característica de la pertenencia a
Cristo, y signo hacia afuera: para que
crean y sepan que tú, Padre, me has enviado.
La verdad es que ese tema tiene mucho que meditar, porque
un signo contrario es la división, las facciones, el subrayar las diferencias,
e incluso crear tensión de unas comunidades a otras. Y hay que reconocer que
esa unión y respeto recíproco, no se da aun en las diferentes asociaciones,
Hermandades, comunidades, Cofradías, etc. Y sin embargo el ruego de Jesús es
muy claro: También a ellos les di la
gloria que me diste para que sean uno
como nosotros somos uno, yo en ellos y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú
me has enviado, y los has amado como me has amado a mí. Queda
meridianamente claro, y necesita ser un aldabonazo en la conciencia de todas
esas variedades de entendimiento del evangelio y de la religión.
Padre, éste es mi
deseo, que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi
gloria, la que me diste porque me amabas, antes de la creación del mundo.
Padre santo: si el mundo
no te ha conocido, yo sí te he conocido y éstos han conocido que tú me
enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu Nombre, para que el
amor que me tenías esté en ellos, como también yo estoy en ellos.
Me limito a transcribir. San Juan no deja muchas
posibilidades de comentario en estos discursos. Lo que nos toca es que entrar
en esa palabra, irla leyendo despacio y asimilarla y confrontarla con nuestra
vivencia interior porque nos está poniendo delante un mundo sublime de
verdadera espiritualidad, en la que cada frase de exhortación que nos hace,
lleva una “causa”: que Jesús mismo lo ha vivido, que lo que nos toca es hacer
de nuestra vida un paralelo con la vida de Jesús, y entroncarnos en ella para
que nuestro sentir y nuestro hacer y nuestro pensar, se adecue al de Cristo.
La 1ª lectura –Hech.22,30;23,6-11- nos narra aquella
estratagema de Pablo cuando iba a ser juzgado y –conociendo que en el tribunal
había fariseos y saduceos (éstos no creen en la resurrección)- se definió
fariseo y creyente en la resurrección de los muertos. Con ello enfrentó al
tribunal y los fariseos se pusieron de su parte, y se creó una trifulca tal que
el comandante temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la
guarnición para que lo sacaran de allí y se lo llevaran al cuartel.
A la noche siguiente
se le presentó el Señor y le dijo: ¡Ánimo!, lo mismo que has dado testimonio en
Jerusalén, tienes que darlo en Roma.
Jesús nos veía como propios hermanos.Le pidió a su Padre que los suyos se distinguieran por dos características esenciales e inequívocas:la unidad y el amor.Por la verdadera unidad que nace de la libertad y del amor. La verdadera unidad tiene como ejemplo la Trinidad. Las Tres Personas se aman hasta ser un solo Dios, pero no se confunden una con otra.Jesús quería que nos viéramos como hermanos.
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