El Papa ha querido que el lunes de Pentecostés se celebre
en la Iglesia la memoria litúrgica de MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA, llevando así
a la liturgia celebrativa la decisión que ya viene desde el Concilio Vaticano
II, en el que Pablo VI proclamó a María, Madre y Tipo de la Iglesia.
Su vinculación a Pentecostés queda ya explicada en el mismo
texto que exponíamos ayer: El Espíritu Santo viniendo sobre María y los
apóstoles unidos en oración en el día de Pentecostés, repetía aquel momento de
la encarnación cuando el Espíritu cubrió con su sombra a María y ella concibió
a Jesús. Ahora Cristo es “nuevamente encarnado” en la realidad de la Iglesia,
la prolongación de Jesús en la vida de los hombres.
Liturgia:
Entramos en la 7ª semana del Tiempo
Ordinario, que ya nos durará hasta noviembre, aunque salpicado de fechas
solemnes.
La 1ª lectura está tomada de la carta
de Santiago (1,13-18). Y se pregunta el apóstol: ¿Quién de vosotros es sabio y experto? Puede ser que alguno levante la mano pretendiendo serlo. Santiago, que
escribe una carta con los pies en el suelo, responde: Que muestre sus obras como fruto de la buena conducta, con la
delicadeza propia de la sabiduría. Sin las obras que demuestren esa
sabiduría, no hay nada que hacer.
Pone a continuación el contrapunto para que nadie se llame a engaño: Pero si en vuestro corazón tenéis envidia
amarga y la rivalidad, no presumáis, mintiendo contra la verdad. Porque,
sigue respondiéndose el autor: Esa no es
la sabiduría que baja de lo alto, sino la terrena, animal y diabólica. Pues
donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencia y toda tipo de malas acciones.
No cabe duda que nos ha ayudado mucho para echar una mirada sobre
nosotros mismos, para examinar los defectos de nuestro egoísmo, y para que nos
sinceremos con nuestra conciencia.
En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es,
en primer lugar, intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora,
llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera. El fruto de la
justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz. Es el mismo examen de conciencia pero mirando desde lo positivo. Nos
queda que entrar en el fondo de nosotros para dilucidar nuestra actitud…,
nuestra sabiduría, y poder responder a la primera pregunta: ¿Quién de vosotros es sabio y experto?
El Evangelio es de San Marcos (9,13-28) como corresponde al ciclo B en el
que estamos. Sucede el episodio a renglón seguido de la transfiguración: cuando Jesús hubo bajado del monte. Allá
en el llano observa que hay discusión en la que están implicados los 9
apóstoles que no han subido al Tabor. Se trata del padre de un epiléptico que ha pretendido que los tales apóstoles curaran al hijo enfermo, en ese
tipo de enfermedades que atribuían al demonio. Y los discípulos no han podido
hacer nada.
Jesús se acerca, dialoga con el padre mientras el hijo está en uno de sus
ataques y convulsiones: ¿Desde cuándo le
ocurre esto? A lo que el padre responde que desde niño, con episodios peligrosos en que el hijo ha caído en el agua
y en el fuego…, allí donde le ha cogido el ataque. Y con el alma en la mano
y la sencillez en sus palabras, dice el padre a Jesús: Si puedes algo, ten lástima de nosotros. No era todavía la fe que
Jesús necesitaba para actuar, y le devuelve la pregunta al padre: ¿Si puedes? Todo es posible al que cree. El tema no era el poder de Jesús
sino la fe de aquel padre.
Y el padre responde humildemente: Tengo
fe. Pero dudo. Ayúdame.
Jesús ve que la gente se arremolina y utilizando el modo de pensar de la
gente, y la del mismo padre, increpa al “espíritu” para que libere a aquel
muchacho, y nunca más vuelva a entrar en él.
Se produce una última fase del ataque, una tremenda sacudida que hace creer
que el muchacho ha muerto. Jesús lo toma de la mano y lo levanta. Y el que
estaba enfermo, se puso en pie.
No se habían quedado conformes los discípulos, y preguntaron: Por qué nosotros no pudimos curarlo? A
lo que Jesús responde que hay un género
de demonios que sólo se expulsan con oración. Algunos códices añaden que
también con ayuno. Aceptemos que para vencer determinadas tentaciones, hace
falta privarse (ayunar) de cosas. Algo muy necesario de tener en cuenta en los
momentos actuales.
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