Estaba María en oración, unida a los apóstoles, cuando
llegó impetuoso el viento del Espíritu y la llenó a ella, que “por segunda vez”
concebía a Cristo en la realidad de la naciente iglesia: De María y del
Espíritu Santo, como aquella primera encarnación en que confluyeron la venida
del Espíritu del Señor, que cubría con su sombra, y María que se declaraba
“esclava del Señor” para que se hiciera en ella LA PALABRA.
Pentecostés es la eclosión de la iglesia, el Cristo nuevamente encarnado y
viviendo en los hombres y mujeres que acogieron aquella efusión del Espíritu
del Señor.
Que María, Madre de Dios y de la Iglesia nos alcance la
gracia de acoger al Espíritu Santo en nuestro mundo interior para que también
en nosotros se haga viva la Palabra de Dios.
Liturgia de PENTECOSTÉS
La 1ª lectura (Hech.2,1-11) es el
relato del acontecimiento que sucedió a los 50 días de la resurrección del
Señor. Jesús había dicho a sus apóstoles: Conviene
que yo me vaya porque os enviaré al Espíritu Santo. Y hoy se hace real
aquella promesa, con signos muy significativos de la fuerza de ese Espíritu de
Dios.
El viento impetuoso que nadie sabe de dónde viene y adónde va,
pero que lo captan los que han nacido del Espíritu. Viento que llena toda
la casa y envuelve por completo.
Lenguas de fuego,
símbolo del fuego de Dios, que se posan
sobre cada uno, y que está llamado a propagarse, a ser como chispa en el
cañaveral, para emprender a todo lo que encuentre a su paso.
Y que se traduce en aquellas lenguas nuevas que hablan
los que han recibido el Espíritu de Dios, y que hace posible que entiendan a
Pedro los hombres y mujeres pertenecientes a 16 lenguas o dialectos, con la
consiguiente admiración de aquellos oyentes, que escuchan cada cual en su
propia lengua. Pedro, el pescador ha recibido el Espíritu de Dios y le ha
iluminado y le ha abierto el entendimiento y la voz para poder llegar con su
discurso a miles de personas que estaban congregadas allí.
La 2ª lectura (1Cor.12,3-7.12-13) nos enseña que los dones
del Espíritu, tan diversos en cada cual, son concedidos en función del bien
común, en la forma llamada “carismas”
o “gracias” a través de las cuales el Espíritu se comunica a muchos, de formas
muy diversas, pero siempre en la realidad de un único Dios, un único Espíritu,
para el bien de un único cuerpo que es la Iglesia.
La SECUENCIA es digna de una reflexión personal para ir
descubriendo esa riqueza del Espíritu, enviado por el Padre, y que es fuente
del mayor consuelo. Huésped del alma,
descanso del esfuerzo, brisa refrescante y gozo que reconforte en el dolor.
Y así va siguiendo y –como digo- digna de irla rezando despacio y saboreándola,
para definir la acción maravillosa del Espíritu de Dios.
Desembocamos en el evangelio, que repite el mismo de la octava
de la Resurrección: Jn.20,19-23, en la que al aparecer Jesús a sus apóstoles en
la tarde del día de la Resurrección, sopló
sobre ellos y les dijo: recibid el
Espíritu Santo. De tal manera que los 50 días que señalan los
sinópticos desde resurrección a pentecostés, San Juan lo identifica en un mismo
instante en la tarde del gran domingo, como indicando que el hecho inmenso de
la resurrección de Jesucristo, es ya toda una eclosión del Espíritu que da
lugar a la Iglesia, y a que sea la Iglesia, mediante sus sacerdotes, la que
pueda perdonar los pecados: a quienes se
los perdonéis, quedan perdonados; a los que se los retengáis, quedan retenidos.
Los que tenemos la dicha de participar de la EUCARISTÍA y
de vivir el misterio de Cristo y de poder esperar que un nuevo Pentecostés
pueda transformarnos, vivimos emocionadamente este momento que concluye ya el
tiempo pascual. La liturgia nos ha ofrecido algo de la historia de aquellos
primeros años de la Iglesia, con sus luces y sus sombras, sus momentos de gozo y
sus persecuciones, con las fidelidades e infidelidades de los pobres hombres
que somos todos –aquellos y nosotros-, y hoy nos invita a tener el corazón
abierto y las ansias en el alma para que se haga efectivo en nosotros una
gracia especial del Espíritu de Dios.
Impulsados por el Espíritu Santo que actúa en nuestros
corazones, suplicamos a Dios nuestro Padre.
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Para que el Espíritu de Dios invada a la Iglesia e ilumine al Papa, Roguemos al Señor.
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Para que un baño de este Espíritu Santo llegue al mundo actual y lo
transforme, Roguemos al Señor.
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Para que los carismas y gracias del Espíritu nos lleguen a nosotros y
nos abran al bien de los hermanos, Roguemos
al Señor.
-
Para que la Eucaristía de cada domingo nos invite a fomentar el
Sacramento del Perdón, que el Espíritu de Jesús ha dejado a su Iglesia, Roguemos al Señor
Vivimos en un
mundo de confusión donde es difícil entenderse. Pedimos al Espíritu Santo que
infunda en nosotros ese don de la unidad en que podamos comprendernos unos a
otros.
Por Jesucristo N. S.
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