SÁBADO de Mayo
doble fiesta para María, por
sábado y por Mayo.
Felicidades dobles. Razón
doble para acercarnos a ti, Virgen María, y recostarnos en tu regazo con el
amor filial y con nuestra súplica de compasión hacia nosotros y hacia el mundo.
Para suplicarte
por este mundo alejado de Dios. Para presentártelo como ese inmenso conjunto de
hijos tuyos que siguen venerándote y mostrando, a su modo, una devoción a ti.
También ellos son acogidos en tu regazo. Ellos encuentran en ti el corazón de
una madre. Un mundo que ha perdido a Dios pero que sigue confiando en tu
intercesión. Y tú los aceptas. Y tú los conduces al modo que tu Corazón de
madre sabe.
Liturgia:
La 1ª lectura de Hech,16,1-10 es más
bien descriptiva, Nos cuenta diversos pasos y lugares a los que se dirige
Pablo. Contiene esa lectura el primer encuentro con Timoteo, al que toma como
discípulo, y nos dice –con visión completamente sobrenatural- que el Espíritu
les cerró el paso a dos lugares adonde pensaba dirigirse. No se explican
razones ni circunstancias. Simplemente se afirma que el Espíritu no se lo
permitió.
Pienso que el autor de estas narraciones recibe de Pablo
unas historias concretas en las que por circunstancias ajenas o imprevistas,
Pablo no pudo realizar sus planes de entrar en esas ciudades. Y Pablo las ve
como intervenciones del Espíritu Santo, de modo que por unas determinadas
señales, se pueden interpretar desde la fe como que no era en ese momento la
voluntad de Dios. Saber leer los “signos” y saberlos leer en clave de fe, es
una de las grandes facultades por las que la fe nos lleva a interpretar los
sucesos (que podían ser completamente humanos e incluso de impedimentos
naturales) como avisos del cielo para poder concluir que “el Espíritu de Jesús no se lo consintió”.
Por el contrario hay una señal clara, en sueños, que le
hace a Pablo emprender el camino hacia Macedonia, “seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio”. Todo leído a la luz de la fe, que dominaba el
pensamiento en aquella iglesia primera.
El evangelio de Jn.15,18-21 nos pone delante a Jesús que
advierte a sus apóstoles en la noche de la Cena que el odio que algunos tienen
contra él, es el odio que van a sufrir igualmente ellos. La historia de la
Iglesia a través de 20 siglos y lo que llevamos del XXI, es una prueba evidente
de que la suerte que corrió Jesús ha sido como un legado que ha dejado a su
iglesia.
Y lo explica muy claramente Jesús: si fuerais del mundo, el mundo no os odiaría; os tendría como cosa
suya. Pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del
mundo, por eso el mundo os odia.
Eso nos lleva a pensar y plantearnos si muchas veces
estaremos entre dos aguas, cuando somos bien vistos por ese mundo tan contrario
a Jesucristo. Y no cabe duda que más de una vez el cristiano está tan
descafeinado que en sus criterios y en su obrar se ha metido en el mundo que le
rodea, hasta el punto que ya no es ni testigo, ni levadura, sino una masa
amorfa que ha perdido su sabor: ya no es sal de la tierra ni luz del mundo. Y
entonces no sufre persecución ni padece el odio. Es sospechoso.
Jesús sigue explicando y dice: recordad lo que os dije: el siervo no es más que su amo. Si a mí me han
perseguido, también a vosotros os perseguirán. Y todo eso harán con vosotros a
causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.
Quiera Dios que no nos entremezclemos con las formas del
mundo. Y “mundo” es todo ese vivir al margen o en contra del evangelio. Con
vivir al margen ya es suficiente para no estar siendo como Jesús desea. El
evangelio tiene que dejar de ser “libro de la mesita de noche” o simplemente
para meditar. El evangelio tiene que coger por dentro y tiene que exigir todo
un modo distinto de proceder de ese pasotismo comodón en el que es fácil
instalarse, sin dejar que interpele y exija, llevando como dos vidas: la
“espiritual” y la de “diario”. Así luce el pelo de tantos cristianos no comprometidos seriamente con su fe.
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