Leyes algebraicas
Los amigos de mis amigos, son mis amigos (+
x + = +). Los amigos de mis enemigos son mis
enemigos (+ x
- = -). Los enemigos de mis enemigos son
mis amigos (- x
- = +). Los enemigos de mis amigos son
mis enemigos (- x
+ = -]. A los “matemáticos”, no había que explicarles. A los “no matemáticos”
puede ser que les sobre.
A
mis amigos o a mis enemigos puede venirles bien. Mis amigos son los que se
alegran de todo bien mío. Los que disfrutan cuando un tercero me agasaja.
Cuando pueden prescindir de mí en beneficio de aquel otro que me quiere. Cuando
pueden vivir sin mí. Cuando yo puedo vivir ellos. Cuando la distancia no
debilita nada la relación. Cuando ellos
se sienten amigos de mis amigos, aun sin conocerlos, pero les basta que esos
otros son mis amigos. Cuando nunca
hablan mal, ni sospechan de esos terceros, sino que les basta que son mis
amigos para considerarlos estupendos (aunque no los conozcan). Diré más: cuando
los consideran estupendos aún después de haberlos conocido, y aunque no fueran
de su agrado. Pero son de mi agrado. Y eso les basta. Cuando la amistad excluye
todo tipo de celos. Porque el celoso nunca es buen amigo. Ni es siquiera amigo
(mi bueno ni malo).
En
la amistad jamás se posee al amigo.
Repugna la idea. Y como el verdadero amigo nunca pretende poseer al amigo, lo
deja suelto y libre para que el amigo se desenvuelva libremente. Para que el
amigo tenga otros amigos. Y si fuera posible, se desearía que esos otros amigos
sean más buenos que uno mismo. Y es que es tan sublime la amistad que el que se
considera amigo desearía con toda su alma que otro tercero supiera amar mejor
que él. Porque en la amistad, el amigo al que se dirige esa relación, vale más
que uno mismo, y por eso se goza de que pudiera otro mejor que uno mismo, un otro
capaz de ofrecer mejor amistad.
Por
eso es tan sublime y maravillosa la amistad. Por eso es tan despreciable el
egoísmo que hace centro en uno mismo, en el propio sentir, en el propio pensar,
en el propio juzgar. El egoísmo del pretender poseer, que es el veneno que mata
al amor. Y –como Jesús dice-: cuando el
ojo de tui intención está sucio, ¡cuánta oscuridad!
Entre
“amor” y “amistad” es mayor la amistad. En el amor –por ejemplo el de unos enamorados-,
a la vez que se ofrece amor, se busca “envolver al amado” para obtener amor en
correspondencia. En la amistad, va uno al amigo a fondo perdido. Porque el
amigo es el importante. Naturalmente, hablando de amigos, resultará que ese amigo también amará a fondo perdido.
Los dos salen beneficiados y ninguno ha
buscado el propio beneficio, sino el del amigo. Por eso es tan maravillosa la
amistad, cuando es verdadera. Y por eso hay tan pocos verdaderos amigos. Ya lo
señala la Sagrada Escritura.
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