Dos “clásicos”
Dos
lecturas que hacen mella. Una, de
Jeremías (31, 31-34) en la que se ilumina todo el dolor pasado con la gran
profecía del regreso. Pero no sólo del regreso físico a Jerusalén –dejado atrás
el destierro- sino un regreso mucho más profundo que se verifica dentro del
corazón de un pueblo. Porque Dios mismo hará
una alianza nueva, que no es como la anterior, la hecha con los antepasados,
sino que “meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones: Yo seré
su Dios y ellos serán mi pueblo. Y ya
no necesitarán adoctrinarse unos a
otros, porque me conocerá del pequeño al grande”. Queda claro que la
profecía es de mucho más recorrido que lo inmediato del regreso a la patria,
porque se está proyectando nada menos que la alianza escrita en el corazón. Ya está anunciándose la alianza
definitiva: ¡está anunciándose al Mesías salvador!
El
Evangelio es la versión de San Mateo (16, 13-23, que es la más completa en los
sinópticos) de ese hecho decisivo en que Jesús es confesado el Mesías de Dios, el Cristo, hijo de Dios
vivo. Es el consabido evangelio de la pregunta de Jesús: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Simón toma la iniciativa de responder
en nombre de todos y reconoce a Jesús como Mesías, Hijo de Dios.
Y
Jesús entonces responde con otro reconocimiento inesperado: Supuesto que lo que
ha respondido Simón no podía ser ni lo que se ve con los ojos ni lo que se sabe
de memoria, Jesús ve que Dios ha hablado por boca de Simón, y que éste ha
tenido una verdadera revelación de Dios para decir la grase que ha dicho. Y eso
no se queda así. Jesús le dice entonces: Pues
Yo, por mi parte, te digo que tú eres
PEDRO, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia. Y las fuerzas del infierno
no podrán contra ella. Y yo te doy las
llaves del Reino: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y que
desates en la tierra, quedará desatado en el Cielo”.
Hasta
aquí, todo es emocionante, constructivo; una declaración de suma trascendencia
por la que la Iglesia es la Iglesia, Pedro es la Piedra sobre la que será
edificada, y Pedro tendrá todos los poderes que hay desde el abrir al cerrar.
Todo
esto había sido delicioso, y nos llena el alma y nos da seguridad. Pero Jesús
sabía que tras las palabras de Simón no estaba todo el pensamiento de Simón y
de los compañeros. Y por eso se puso a enseñarles que EL MESÍAS tenía que padecer…,
y que iba a sufrir de parte del mundo religioso y de parte del mundo civil…,
hasta la misma muerte.
Y, en efecto,
nada de esto estaba en la mente de Simón Pedro ni de los otros. Para ellos, el
Mesías era un jefe guerrero y poderoso que, de parte de Dios -y con la fuerza
de Dios- iba a liberar de los romanos al Pueblo de Dios. Y cuando Jesús dijo lo
que era el MESÍAS verdadero, sufrieron un impacto muy fuerte. Tanto que Simón
se olvida de su revelación anterior, toma a Jesús del brazo, lo aparta un poco
y le dice abiertamente: No bromees, eso
no puede pasarte.
No bromeaba.
Y de hecho Jesús ha de ponerse serio, muy serio, y mirando al resto de los
discípulos (que el fin y al cabo pensaban igual que Simón), le dirige a Jesús
unas palabras muy duras; Apártate de mí,
Satanás. Tú no piensas como Dios, sino a lo humano. Hace un instante, eras inspirado
por Dios. Ahora eres un “Satanás” que pretende sacarme de mi camino. ¡Apártate
de mí!
Podemos
imaginarnos por un instante a Simón Pedro, que se queda sin respiración, que se
le vienen las lágrimas a los ojos. Ha sido muy fuerte lo que Jesús le ha dicho.
No sólo por “Satanás” [que ya era muy doloroso], sino ese “apártate de mí”, que era lo que más le podía doler. [¿Adónde iba
Simón a ir sin Jesús y sus palabras de vida eterna? Ahora mismo está que se
tambalea…, pero él sabe muy bien que sin Jesús no puede ya vivir]. Y aquello
quedó así, con la lección dada muy seriamente para que todos comprendamos que a
Jesús se le sigue al modo que él marca, y no al que intentemos vivir nosotros.
Quizás está aquí –en este tiempo histórico nuestro- el tema de la
nueva evangelización, esa llamada actual a alinearnos con el
pensamiento de Jesús, y abandonar el
concepto humano de religión y fe con que nos sentimos muy satisfechos, pero con
el freno de mano echado.
¿Qué nos diría
hoy Jesús a nosotros-los que hemos recibido una fe-ley-alianza escrita en nuestros
corazones, si ahora intentamos decirle a Jesús que “ni hablar de la contrariedad y el sufrimiento”…, que nosotros
concebimos nuestra religiosidad mucho más suave y gozosa y piadosa? Podríamos
escuchar de su boca las mismas palabras que Simón Pedro: “Apártate de mí,
Satanás, porque tus pensamientos son humanos y no según Dios”. Y es compatible
con la revelación de la fe que hemos recibido y tenemos… Pero que fácilmente
amañamos… Es aquello de la parábola del Sembrador, en la que hay mucha semilla
que no cae en buena tierra. Es mi expresión gráfica, muy concreta: en nosotros,
en nuestra fe, en nuestra religiosidad, hay zonas que están aún sin “bautizar”…,
sin evangelizar.
Algo hay que
revisar ahí dentro…
Jesús, elige Pedro . Jesús me elige a mí . Jesús llama a Pedro . Jesús me llama a mí. Jesús confía en Pedro . Jesús confía en mi y yo confío en el Corazón de Jesús
ResponderEliminar