LA IGLESIA
Una
homilía no es igual que una meditación. Una homilía viene marcada por la
conjunción de dos lecturas que han sido puestas así para algo. Y la 1ª lectura (Is
22, 19-23) está marcando una lección de Dios sobre Eliacín, hijo de Elcías. Es
elegido para darle poderes sobre el pueblo; poderes de padre de un pueblo (que
no poderes cualesquiera). Y esos poderes se simbolizan en una entrega de
llaves, de manera que lo que él abra o él cierre, quedará abierto o cerrado.
Sobre esa imagen se abarca todo otro poder intermedio de padre de los
habitantes de Jerusalén. Y será puesto ahí firmemente, como se hinca un clavo
sobre seguro.
El
paralelismo con la narración de Mateo (16, 13-20) es llamativo. Hay una
elección de Simón, hijo de Jonás… Una elección por la que es declarado con un
nombre de “roca” firme (hincado en lugar seguro, aun contra las mismas fuerzas del Infierno), y al que pone por delante: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… Y las
señales de esa primacía son que a ti doy
las llaves…; lo que ates quedará atado; lo que desates quedará desatado. Ya
no es sobre los habitantes de una Jerusalén terrena sino sobre la futura
Iglesia, esa continuidad de sí mismo en la que Jesús tiene puesta su mirada. Y
en esa Iglesia, Pedro –como tal Pedro y no como Simón…, como fundamento que se
prolonga en el tiempo como una base común-, Jesús fundamentará esa Iglesia que,
es –en la mente de Cristo- el Reino de Dios, Reino de los Cielos que se incoa
aquí en la tierra.
Simón
habló adelantándose a todos. Y Simón habló con un sentido y en realidad estaba
diciendo mucho más de lo que él sabía. Sión hablaba por una inspiración directa
de Dios, que le hacía traspasar su propio pensamiento y conocimiento.
La
2ª lectura será como un coro de admiración sobre esa realidad que se ha
desarrollado en los planes de Dios. ¡Qué
abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento de Dios! ¡Qué insondables
sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del
Señor… Para acabar en una alabanza emocionada ante el misterio que Pablo ha
descubierto. Por ello: A Él la gloria por
los siglos. Amén.
En
realidad debe ser esta nuestra reacción ante las lecturas de hoy: lo que la
Iglesia nos quiere poner por delante, a través de su Liturgia, es la maravilla
que Dios ha hecho, por Cristo, en esta nuestra tierra. Esa maravilla es LA IGLESIA,
el milagro permanente de Dios para que la presencia de Cristo –permanentemente-
quede hecha realidad. Y realidad que se “materializa” en los siglos a través de
un Vicario…, un Pedro-Roca que permanece frente a todos os envites que vienen
desde fuera. Un Pedro-Roca que se prolonga en cada nuevo Pedro que hace visible
la presencia de de Jesucristo y el fundamento humano que Él que instituyó.
¿Estaban
los 12 en el mismo nivel de Simón? ¿Habrían respondido lo mismo cualquiera de
los otros Once? En la visión humana de un mesianismo de Jesús, podían
coincidir. Pero ¿qué mesianismo? Incluso Simón, como Simón, no sabía todo lo
que estaba diciendo. Y bien podemos barruntar que Judas, muy lejos del
pensamiento verdadero, y no ya por ignorancia sino porque sus ideas se
decantaron abiertamente por otro derrotero.
Todo
esto tiene mucho más valor del que puede verse a primer golpe. Porque el hecho
evidente es que la Iglesia está constituida por hombres y mujeres, y que entre
cada persona permanece una idea básica y unos modos y concreciones diversas. En
unos, son carismas del Espíritu, que se manifiesta con la riqueza insondable de
la diversidad en la unidad. En otros no hay esa unidad, y surgen facciones que
no corresponden exactamente al sentido del MESÍAS DE DIOS. De ahí que la ROCA
tiene que estar siempre vigilante y, en la PIEDRA ANGULAR que es Cristo, una
constante efusión de Espíritu Santo, para que –aun en medio de posibles
desviaciones-, aún quede a salvo que las LLAVES QUE CIERRAN Y ABREN están en
manos del que ha sido constituido el PEDRO, el Vicario de Cristo, el que recibe
la revelación de Dios, aunque debajo quedara el “Simón, hijo de Juan”.
El
secreto de base está en la Catolicidad universal de la Iglesia que permanecerá
siempre, sin que obste que circunstancias diversas apaguen su luz en
determinadas regiones geográficas. El otro GRAN SECRETO es la diferencia que
puede existir en situaciones concretas entre “Iglesia” y “REINO DE DIOS, REINO
DE LOS CIELOS”. Y en ese aspecto es en el que nos toca a nosotros una
vigilancia extrema sobre el modo de sentir la Iglesia, sentir con la Iglesia, y
vivir la Iglesia. Porque el Reno de Dios es que marca Jesús, el que queda en el
Evangelio, el que hemos de perseguir cada cristiano, para que no se nos peguen
polvos en el camino, veredas laterales por las que nos podamos desviar de la
verdadera senda.
De
ahí la importancia de LAS LLAVES que abren y cierran y abarcan todo el espectro
de la verdad revelada y de los proyectos de Dios. Todo lo cual tiene su piedra de toque en la EUCARISTÍA, ahí
donde el hombre se llega a Dios y Cristo entra en el corazón de la persona, y
le sitúa de cara a la verdad que no puede ser rebajada ni alterada.
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