EL MÁS GRANDE
Los
discípulos no se tragaban la cruz que Jesús les anunciaba. Al contrario, su
acento lo seguían insistiendo en otra línea: ¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos? Partiendo de
qué entendían ellos por ese Reino…, o cómo pretendían ellos que se
desenvolviera ese seguir a Jesús, lo que bien se ve es que no están en la línea
del Maestro.
Jesús,
por enésima vez ha de enseñarles “la lección”. Y lo hace gráficamente tomando un niño –tan menospreciado en aquella
cultura- y poniéndolo en medio y diciéndoles: si no os volvéis a hacer como
niños, no entraréis en el Reino de los cielos. Ellos preguntaban por
“el más importante” y Jesús les responde por “entrar en el Reino”. Muy por delante de ser importante, es siquiera
ENTRAR.
Ya
hablé de la NUEVA EVANGELIZACIÓN, concepto que tanto cuesta captar…, y mucho
menos aplicar. Jesús lo ha puesto a
las claras: Lo primero del Reino es ENTRAR.
Y no se da por supuesto que estamos dentro…, lo que se dice verdaderamente dentro. Dentro de lo
“religioso, piadoso, meditado, “buena gente”…, sí. De ahí al Evangelio hay un
abismo aún que saltar, porque requiere “volvernos del revés”. Y nos cuesta
mucho trabajo “dejar nuestras formas”… Seguimos en la mentalidad del “vino
nuevo en odres viejos”…, el “parche” en el vestido antiguo.
Y
Jesús dice: Si no volvéis a ser como este
niño, no entraréis… Hay que tener la capacidad del niño para dejarse
sorprender, para dejarse hacer, para creer con una infantil capacidad. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el Reino
de los cielos. Entrar y SER como el niño…, una esponja para absorber la
novedad. Y la novedad que tenían que acoger aquellos discípulos era llegar a
creer en serio que –en el Reino- el más importante es el que es menos a los ojos
humanos, y acoger a un niño en nombre de Jesús o “acoger como un niño” y
dejarse llevar sin resistencia. [Jesús les ha cambiado el punto de mira. Les
abre a otra mirada, a ver si así llegan a hacerse una primera idea del Reino].
Incluso
la parábola del pastor que busca la oveja que se ha perdido, San Mateo la
concreta a la acción de Dios con los pequeños, los menos acogidos, los “menos
importantes” en el baremo humano. Merecería la pena dejar las 99 gentes importantes, e ir en busca de la oveja
perdida, y alegrarse con toda el alma por ella. Porque “ella” es la más
importante.
Jesús
les ha cambiado el chip. Claro que eso no se cambia como quien da a una
manivela. Quedará mucha tela que cortar antes que ellos se avengan a hacer de
eso UNA FORMA DE PENSAR Y VIVIR. Pero el verdadero Reino se construirá a partir
del cambio de aquellos hombres, cuando –bajo la acción del Espíritu- hayan
modificado su idea humana, su concepto del Mesías, y esa misma idea de querer
ser “el más importante”. Habrá mucho que avanzar para que la cruz les sea
familiar y el Mesías sea el que padece y, padeciendo, salva.
Nuestros
“cambios” han de empezar por lo que podemos…, pero si no nos hacemos como ese
niño, tendremos el “escudo” preparado para que no nos den en la diana. Como las
serpientes, seremos capaces de recibir los golpes (los cambios) en tanto que no
nos den “en la cabeza”. Y ¡esa cabeza es
la que tiene que hacerse dúctil y
maleable como la de un niño!
¡Qué
dulce, Señor, es al paladar tu promesa!, que repetimos en el SALMO. Por
ahí empezará esa conversión de nuestro modo de ser. O dicho con palabras de la
1ª lectura, hay que tragarse el volumen…
Más de uno habrá caído en la cuenta del paralelo y la discrepancia con el
Apocalipsis. El paralelo está en la dulzura
que le causa a Ezequiel ese “volumen”, que debe estar mirando hacia la nueva
etapa del camino de Dios con la humanidad. El paso desde ese pueblo rebelde
hacia el nuevo Pueblo: el del Reino es la dulzura es patente.
Pero
en el Apocalipsis se dice que al vidente de Patmos “le supo como miel en la boca, y le causó ardor en el estómago” y
es que el Reino es muy dulce…, pero exige mucho…: esa “muerte del Mesías” que
no se querían tragar los discípulos, y que no tuvieron más remedio que
sufrirla…, para después reencontrar la otra verdadera dulzura cuando la nube
hubo pasado.
Es
nuestro mismo caso: el evangelio es “bellísimo”, “dulcísimo”… Pero ¡cuánto
cuesta aceptarlo en su verdadera dimensión! Las dulzuras nos subyugan… Pero eso
no es EL EVANGELIO. Porque era necesario
que Cristo padeciera para así entrar en su gloria… ¡Y el discípulo no es más
que su Maestro!
La
NUEVA EVANGELIZACIÓN es la que tiene que echarnos los pies por alto. Y digo
siempre (y no he sido yo quien ha tenido la idea original): es la misma Iglesia
la que necesita entrar en ese terreno de nueva evangelización. Y eso sabe muy
dulce…, pero tenemos horror al ardor de estómago que nos produce el sólo
pensamiento de soltarnos de brazos y lanzarnos a caminar sobre el alambre. ¡Y
eso es lo que pide el Evangelio! El día que “Reino de Dios” (al modo en que
Jesús lo describe), e “Iglesia” (evangelizada de nuevo) se fundan en una única
realidad, andaremos por esas regiones de auténtica dulzura, que ha sabido
sufrir y superar los ardores de estómago de esa básico planteamiento que nos
puso Jesús como la base de entrada y experiencia vida del Reino de Dios: Quien
quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga.
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