FALSAS
PROFECÍAS
Hoy
nos encontramos con un tema muy interesante: Ananías (Jer 28, 1-17) aparece
como profeta de suavidades. Contenta mucho al pueblo desterrado diciéndole que
ya se acaba su destierro, porque el Señor levanta ese yugo que están sufriendo.
Y en gesto o imagen profética, le quita a Jeremías el yogo de madera con que
estaba detenido por las autoridades del Templo. Y Jeremías marcha a su casa. Y
en el camino recibe la verdadera Palabra de Dios, y le avisa que el yugo de
madera que le han quitado a éñ por una falsa profecía, se convierte en yugo de
hierro para todas las naciones que dependen de Nabucodonosor. Y la profecía “de
dulzuras” (que tanto agradaba y que enervaba voluntades viendo ya el camino de
rosas), era falsa, aunque más gustosa que la de Jeremías. Pero la realidad es
otra, y la verdadera Palabra de Dios no pone tantas dulzuras para enervar
voluntades y dar la vida por buena.
En
el Evangelio (Mt 14, 13-21) volvemos al mismo texto de ayer. Contexto litúrgico
diferente, que enlazará finalmente con lo que acabamos de ver en Jeremías. Jesús
se ha retirado de donde estaba, tras enterarse de que Herodes ha matado a Juan
Bautista. ¿Prudencia, puesto que la violencia casi se toca con lis dedos, y es
mejor poner tierra por medio? ¿Rechazo y repugnancia por la barbarie cometida?
¿Necesidad de llorar a solas el luto por la muerte del pariente y precursor? Un
hecho real: Jesús busca un ligar tranquilo y apartado.
Por
decirlo así, “Dios sabe más” y en vez de dejar que Jesús llore su pena, le pone
delante –impensablemente- una misión perentoria: una multitud lo espera en el “lugar
tranquilo”. No es tiempo de lamentar la muerte de Juan. [Incluso, con visión bíblica,
esa muerte es providencial para que el camino que Juan empezó a desbrozar, le
quede ya entero a cultivar Jesús]. Y Jesús siente conmovidas sus entrañas ante
aquel gentío y a esas gentes es a las que ahora le toca atender. Una nueva “tranquilidad”,
porque es su misión de enseñar el Reino. Un “cambio de paso” característico de
los que usa Dios en la vida de cada persona, y que ahora le toca a Jesús. Y
allá entra Jesús de lleno con los enfermos que le han traído, y con la
proclamación del Reino que le sale del alma y que es para lo que ha venido. Y
tanto se enfrasca Jesús en ello, que llega ya el atardecer y la amplia muchedumbre
sigue allí embelesada… Ni han sentido el hambre.
Pero
Jesús sí cae en la cuenta de que ya no puede despedirlos sin más a aquellas
horas, en aquel descampado y sin comer. Y se le ocurre “la broma” de decirle a
sus apóstoles que le den de comer a los miles de personas que hay reunidas. Me
imagino a los Doce poniendo caras griegas porque no saben si Jesús les bromea o
les habla en serio. Y si les habla en serio, ¿en qué país vive? Y acaban respondiendo con admiración,
extrañeza e intriga: ¡Pero si aquí no
tenemos más que cinco panes y dos peces! Quiere decir que aquello no era
nada.
Pero
Jesús tiene la manera de que “sirva”: pedir
que se lo lleven a Él. Desposeer. Pedirles por una parte que den de comen a
5,000, y por otra parte desposeerlos de lo poco que tienen. Pero en ese
compartir está el secreto del futuro milagro. [Compartir, que inmediatamente
traducen mis lectores por “dar dinero”, “dar limosna”, “DAR…” Y a lo mejor no
ha sido tan espontaneo otro tipo de respuesta: “Darse”. Porque el
problema no está –lo principal- en ir dando cosas. Lo que realmente hacer falta
es DARSE. Y eso se traduce en liberar filias y fobias, en ceder el propio tiempo
a favor de otro; en perder tranquilidad para complicarse en algún compromiso
con alguien. Muchos solventan su conciencia en dejar la limosna en los mendigos
o pedigüeños… Con eso, ¡ya se hizo todo! ¿Realmente no cabía algo más que dejar
la moneda o el bocadillo? COMPARTIR es algo mucho más serio que “la limosna” y
que “el dinero”. Yo no tengo oro ni
plata, pero lo que tengo te lo doy: en el nombre de Jesucristo…]
Y
cuando todos comieron y todos se saciaron y se recogieron las sobras, vino la
despedida. No entraremos en ella hoy, porque toca mañana. Pero aún pisando el
terreno de ese “mañana”, necesito acabar este relato de la misma manera que
Jesús. Se quedó solo. Hasta de sus apóstoles, y se fue a internarse en la
montaña y quedarse en oración profunda con Dios… Ahora podía hablar con Dios de
su pena por la muerte del Bautista. Y ahora Dios le explicaba que así convenía…, y que ahora es el turno
de Él, de Jesús. Y ahora viene esa oración profunda de escucha en la que Jesús ha de asimilar todo lo que ha ocurrido, y
hacia dónde va el proyecto de Dios. San Juan evangelista lo hace derivar hacia
el COMPARTIR DE LA EUCARISTÍA, ese Pan que se parte y reparte, años, siglos…, y
siempre quedan “sobras” para que no falte al día siguiente.
Y
Jesús ora ante el Padre y va descubriendo que la gente ha escuchado la palabra
y ha comido y se ha ido satisfecha… Pero que queda mucho terreno por cultivar,
porque no se trata de que luego lo busquen porque
han comido de los panes. Hay algo más de fondo: cada cual ha de adentrarse
en sí para hacer viva la llamada de principios evangélicos, que meten un botón
de fuego en el alma. Nos creemos COVERTIDOS porque vivimos ya una “decente”
vida espiritual. Y sin embargo, en palabras de un gran autor, combatimos con Dios los años enteros, y por
el temor de ser desdichados, permanecemos siempre miserables, retenidos por
falsos temores, saturados de amor propio, cegados por nuestra ignorancia…, y
nos resistimos a las insinuaciones de su Gracia, en vez de darnos a Dios
plenamente, que nos quiere poseer para liberarnos de nuestras miserias. Es necesario renunciar a nuestros
intereses y satisfacciones, a nuestros deseos y caprichos, para sólo depender
de la voluntad de Dios.
Esa
fue la oración en la que Jesús fijó su atención; ese era el Evangelio. Por la
actitud contraria de sus apóstoles, tuvo Jesús que obligarles a embarcarse
solos. Y Jesús tuvo que explayar su Corazón ante el Padre. Era mucho más que
dar panes la obra que le quedaba por delante. Ananías había profetizado “panes
y saciedad”; Jeremías tuvo que hacer volver la mirada a la verdadera realidad,
aunque fuera menos agradable.
Recibo el siguiente correo: “leyendo el Evangelio… me he quedado ANTES del Milagro, con la decepción de los Apóstoles y la “COMPASIÓN” de Jesús ante la masa de gente que le buscaba y que le llevaban sus enfermos a sus pies… Nos sugiere, que nos mezclemos entre ellos , para que Jesús nos cure… ponga SUS MANOS sobre nosotros… abra nuestros ojos … y yo añadiría: ¡Señor!: ¡ten compasión de mí…! ÉL solo puede curarme , perdonarme, cambiarme…darme la LUZ para que vea… Le pido también que no me suelte nunca de su mano…”
ResponderEliminarEs una parte y tiene su “contexto” y su momento. Otra cosa es cuando nosotros ahora lo leemos y lo reflexionamos, sobre todo si le aplicamos la luz que San Juan Pablo II y Benedicto XVI nos enfocó hacia la nueva evangelización. Realidad que Francisco está esforzándose por hacer realidad en él y en sus actuaciones.
“Nueva evangelización” no es saberse el evangelio, meditarlo, querer aplicarlo en nuestros viejos odres de “buenas personas”. “Nueva evangelización” es saber de pronto que hay que desnudarse de viejos modos y buenas piedades (“odres viejos”), y enfrentarse al Evangelio sin ponerle sordinas. Y advertir ya –desde el principio- que la parábola del sembrador no fue un cuento de Jesús sino una seria advertencia de gentes que reciben la palabra pero que, por H o por B, la adobamos de tal manera que acaba por quedar estéril, aplastada, “quemada”.
Es compatible con la “suavización” a que Jesús nos ayuda al ponerla bajo la cobertura de “su yugo”. Que NO ES QUE NOS QUITA YUGO, sino que nos alienta y ayuda a llevarlo. Pero que no confundamos. Porque –en palabras de un gran maestro espiritual-, que yo me repito a mí mismo: “Ser buenos es la antesala de ser perversos”.
Atar las dos moscas por el rabo es la labor de la ascesis cristiana. Y esa ascesis es ya muy particular, para analizarla en uno mismo y para descubrir que una cosa es “ser buenos” y otra el evangelio.
EL SANTO CURA DE ARS
ResponderEliminarSan Juan María Vianney fue nombrado como “El Santo Cura de Ars”. Casi no llega al sacerdocio por lo torpe que era en sus estudios. Pero Dios encarriló a sus Superiores a concederle seguir adelante. Y Dios fraguó un Santo. Enamorado de la oración, celoso del confesionario, en el que pasaba las horas y las colas no se acababan. Yendo de un lugar a otro para echar una mano a algún compañero. Y dice que el camino se le hacía corto porque iba orando.
Pues bien: un día se le ocurrió pedirle al Señor que le dejara ver el fondo de su propia alma. Dios se lo concedió por un instante. Y dice el Santo que vio tantas suciedades que por poco pierde el conocimiento. Aparte de que una visión de sí mismos de esa forma es propia de los santos, adonde quiero ir es a que MÁS ALLÁ DE NUESTRAS SUPERFICIALES MIRADAS A NUESTRA ALMA hay un mundo de “detalles” que son mucho más imperfectos y sucios de lo que nos creemos.
Viene a pelo con lo comentado antes en el tema y en el comentario que puse: “la Nueva Evangelización” presupone la posibilidad –primero-, la valentía –después- de mirar nuestra verdad más real a través de nuestras actuaciones diarias. Porque no es el tema el que hagamos cosas buenas o que no hagamos cosas malas: es el sinfín de “desórdenes” a los que no lleva nuestro amor propio, siempre justificando nuestras maneras (las mismas que criticamos o vemos defectuosas en otro)… Y también “endulzando” el evangelio hasta el punto que Cristo no podrá reconocer en nosotros el Reino que Él trajo.
Por eso la NUEVA EVANGELIZACIÓN sería ir al evangelio más al estilo de San Francisco de Asís: “A la letra, a la letra, a la letra”, “sin glosa, sin glosa, sin glosa”. Y ya no es que no haya que saber traducir a la realidad, sino que el evangelio no quede desnaturalizado. A los apóstoles les pasó un tanto de eso: querer el reino pero sin cruz y con puestos de privilegio. Y Jesús tuvo que volver a empezar una y otra vez porque o se entendían las bases substanciales, o iban a regar fuera de tiesto.
Este problema no está salvado. La misma Iglesia necesita de constante revisión para no desviarse. La labor del Papa actualmente es intentar vivir y enseñar con gestos y palabras, que la vida de la Iglesia (que somos todos) tiene que dar un vuelco hacia LA VERDAD DEL EVANGELIO.