Los castigos de Dios
Ezequiel36,
23-28 nos muestra un típico “castigo” de Dios. Dado que su nombre es profanado por
los gentiles y por los mismos judíos, Dios decide un “castigo” por el que
conocerán que Él ES DIOS y que es SANTO. Os
recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a
vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará; y os
daré un corazón nuevo; arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un
corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis
preceptos… La liturgia solemne de la
Vigilia Pascual recoge el “agua pura” (del Bautismo), y el Espíritu nuevo que
Cristo envía, para crear esa “nación nueva y purificada” que es la Iglesia
llevada por ese Espíritu Santo.
Un
Evangelio (Mt 22, 1-14) que hace el recorrido contrario. Si Ezequiel iba desde
los gentiles profanadores a un pueblo con corazón de carne (con sentimientos
más que con leyes), en el texto evangélico abre el paso a esos gentiles, por causa
de que el pueblo purificado ha vuelto sus espaldas al Dios que lo purificó y
recogió como “pueblo suyo”.
Jesús
recurre a su gran arma: las parábolas. Y cuenta aquella de la boda del hijo del
Rey. El Rey quiere que tenga fiesta (¡Banquete, que es signo del Reino!), y
convoca a todos los de su pueblo. Pero aquel corazón sigue siendo de piedra y
en vez de acudir al banquete se justifican uno de una manera y otros de otra.
Incluso llegan algunos a maltratar y matar a los emisarios.
Surge
la mentalidad judía en la reacción del Rey, que acaba enviando sus tropas y pegando
fuego. Un simple adorno que encaja con la mente de los oyentes, para que se den
cuenta de la gravedad de los hechos. La solución real es que “ya que no fueron
dignos los invitados (judíos)”, el Rey encarga a sus criados y mensajeros que
salgan fuera “a los caminos” (gentiles y paganos) y los inviten a todos –buenos
y malos- para que coman el banquete que está preparado.
Y
vinieron y llenaros la sala del banquete. El Rey acude a saludarlos y observa a
uno que ha entrado a la sala con vestido “de trapillo”, y el Rey se encara con
él y manda que lo saquen fuera del banquete, porque ese gentil no ha respondido
con dignidad a la invitación generosa que se le ha hecho.
La
cosa tiene mucha más enjundia de la que parece. Porque gentiles somos nosotros, invitados a llenar ese vacío
que han dejado los que –en principio- fueron invitados. Pero ser ahora nosotros
los convocados no nos exime de todo el decoro que debe tener quien fue
gratuitamente invitado a participar del BANQUETE. Y Jesús esté dejando claro
que esa gratuidad con la que somos llamados, no es tan libre que puede uno
estar de cualquier manera en la realidad del Reino, y en esa suma expresión del
Reino que es el Banquete.
Y
yo me pongo ahora en el pellejo del “Rey” y en nuestras filas de comulgantes…,
que no van vestidos con traje de bodas. [Y no me refiero ahora a las
vestimentas exteriores…, que también cabría hablar de ellas]. Me refiero a la “vestidura
interior”, esa que se “lava”, se purifica, se prepara, desde el SACRAMENTO DE
LA PENITENCIA. Y me quedo pensando si el Rey tendría que decirle a más de uno
que ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda? Porque lo que va a vivirse
es la Boda del Dios y Hombre, y la boda del Dios-Hombre con el fiel que se
acerca al Banquete (Comunión). Es otro típico “castigo”, que está ordenado a la
plenitud del disfrute del Banquete.
Yo
sé la “justificación” de muchos: que se han “lavado directamente con Dios” (“confesión
directa con Dios”, que inventaron algunos para su comodidad). El Rey tendría que decir que ese “traje” no
es válido y que sólo vale el “de etiqueta” que es propio de esta Fiesta. Y ese
traje pasa necesariamente por el Sacramento de la Reconciliación (de la Penitencia,
de la “confesión”), que está diseñado e instituido en ese REINO.
Las
parábolas no quedan ni en el cuentecillo ni en las típicas salidas de tono de
mente judía. Tienen aplicaciones concretas y prácticas para todos los que hemos
sido invitados al Reino y hemos de vivirlo purificados
con agua pura, con corazón sensible de carne y llevados por el Espíritu nuevo.
Y son aplicaciones muy útiles para ver que el Evangelio no es un libro “de
piadosa meditación”. Es mucho más
práctico y tiene que tocar mucho más adentro en nosotros, sabiendo horadar en
sus narraciones de manera que nos llegue y nos apunte en la diana a cada uno de
nosotros. Sólo así llegaremos a la NUEVA EVANGELIZACIÓN, que es la llamada que
se nos hace con especial énfasis en estos momentos de la Iglesia.
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