Diferente
perspectiva
Ayer
insistía la 1ª lectura en la manera suave y serena de presentarse Dios. Era un
libro de los llamados “históricos” en
la Biblia y se expresaba con formas y formulaciones más propias de un hecho.
Hoy,
sin embargo, la lectura es de Ezequiel (1, 2-5; 24-2,1) y el lenguaje y la
presentación es del estilo “profético”.
Bastaría fijarse en la diferencia que hay entre el Evangelio de Juan y el
Apocalipsis, igualmente de Juan evangelista, y sin embargo no hay comparación
en la manera de expresarse.
Por
eso cuando hoy viene el estilo de anuncios sobrenaturales y divinos, Ezequiel
se sube a comparaciones y expresiones que sobrepasan la realidad normal. Porque
está queriendo describir una aparición de Dios (una “teofanía”) y ha de
recurrir a algo que trascienda lo “natural”. El Cielo nadie lo ha visto. Cómo
son las cosas en el Cielo, nadie puede decirlo. El modo, pues de hacerlo es a
base de descripciones tremendas (que producen reverencia y santo temor: que
sugestionan)…, que se escapan de los límites humanos.
Por
eso los ángeles forman estrépito de alas que provocan en su aleteo como un
huracán. La figura de Dios y –proféticamente- de Cristo es también como
estruendo de aguas caudalosas, estruendo de tropas; brillo fulgurante “como de
relámpago” enmarcado de fuego, nimbado de esplendor. Era la gloria del Señor. Y la “Gloria del Señor” es Dios mismo.
Realmente
¿Cómo podría describirse lo indescriptible? Pues a base de esas figuras
literarias y expresiones de lo sobrehumano. Y hay que reconocer que sobrecoge
la manera en que lo presenta el profeta. Así expresa a Dios…, la Gloria de Dios.
El
Evangelio de Mateo 17, 21-26 tiene dos partes. Una, que vuelve a expresar la
negación absoluta de los apóstoles hacia el plan de redención mesiánica que les
ha presentado Jesucristo. Avisada hacía 15 días muy seriamente cuando Simón
pretendió apartarlo de la cruz; ratificada solemne –y luminosamente- en el
Tabor, ahora a los 8 días vuelve Jesús a la carga, a ver si han asimilado el
programa: negarse a sí mismo, tomar la cruz, seguirle. ¡Pues no!, no lo
han asimilado. Y como saben que no le pueden discutir al Maestro sobre ese
tema, se ponen muy tristes. Pretendieron ellos apartarlo de la cruz, y Jesús insiste
nuevamente en el mismo tema.
Difícil
aprendizaje. ¡Y lo que les queda! ¡Y lo que nos queda! Porque somos capaces de
dar un discurso sobre la cruz, a ver si los otros aprenden…, pero nuestra
propia cruz no está nunca a la medida. La soslayamos olímpicamente, aunque nos
cueste el triple salto mortal…, pero con la red bien puesta debajo para
evitarnos… ¡la cruz propia, la personal! Y por eso la cruz nos pone tristes…, la rehuimos…, la intentamos “voltear” (esa
palabra que significará lo que signifique, pero que sirve muy bien para
expresar ese “quiebro” que hacemos para dejar pasar de largo –por lo alto- lo
que no nos gusta). Y mientras tanto seguimos con nuestras “otras espiritualidades”,
que no pican.
La
segunda parte de este evangelio nos quiere explicar que Jesús se sometió a toda
ley cívica. Y como había que pagar el tributo, Jesús lo paga.
¿Ha
recurrido al hecho providencial para ello? Eso es lo que dice ahí. Y el hecho
de que la moneda misteriosa del pez tenga doble valor del tributo, puede ser
una forma de ir situando a Simón dentro de la promesa de “piedra” sobre la que Cristo edificará su Iglesia.
Puede haber su intencionalidad teológico-catequética en la narración de Mateo. Si
hace 15 días Jesús le ha dado un nombre nuevo de “PEDRO”, ahora le está
haciendo una paridad con Jesús mismo: Cristo el fundamento de la Iglesia, sobre
la roca (piedra) de Simón Pedro. Por eso Pedro debería también estar exento
(mirada hacia adelante y de profundidad histórica), pero Jesús y él pagarán
fielmente como todos los ciudadanos. De los demás apóstoles no se habla porque
no era objeto de mucha más explicación. Lo dicho ya está dicho, y basta para lo
que el evangelista quiere decir.
El
Salmo 148 hace de unión: por una
parte, “llenos están el Cielo y la tierra
de TU GLORIA; el Señor está EN LO ALTO; que lo alaben TODOS, incluso los
grandes de la tierra, porque Dios tiene el ÚNICO NOMBRE SUBLIME. Quiere
decir que todo lo que es del ámbito de Dios, está en otra esfera que no es la
humana.
Y por la otra
parte –y por la misma razón-, Él
acrecienta el vigor del pueblo, lo que equivale a esa nueva altura a la que
pone a la humanidad, aunque desde unas coordenadas muy diferentes a las
humanas, como expresa el Evangelio del día. Pero no la desvincula de la tierra.
Hace un pueblo fuerte pero fuerte también para ser ciudadano de primera, y que –por
tanto- en sus deberes ciudadanos es también el primero en ser y hacer lo que
corresponde a un buen ciudadano. Como dice una antigua descripción, son ciudadanos
del mundo y viven como los demás, pero su pensamiento y su mundo interior es
muy distinto. Se entremezclan con los demás, pero no se dejan arrastrar por las
costumbres paganas. Ríen, cantan, danzan…, pero respetan la vida de los
concebidos y respetan los derechos ajenos… Llevamos en nosotros las
marcas de Jesús. Somos ciudadanos de la tierra pero nuestra Patria es
el Cielo.
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