La GLORIA DE DIOS
Ezequiel
43, 1-7 concluye su profecía con el triunfo de Dios. Vio la Gloria de Dios que
venía de oriente -“lugar” de donde procede lo bueno, como el mismo sol que
alumbra- con solemnidad majestuosa (como
ruido de aguas caudalosas), en una visión semejante a las que había tenido
solemnemente en otros momentos de su visión. Pero esta vez era triunfal: Dios –la GLORIA
de Dios [Kabob]- se posó
en el Templo por la parte oriental. Y
una voz le llega al profeta: ÉSTE ES EL SITIO DE MI TRONO, donde voy a residir para siempre. Muchas cosas y desagradables han
sucedido, pero el punto final es la entronización de Dios PR SIEMPRE.
La
GLORIA DE DIOS habitará en nuestra tierra, nos trae el Salmo 84, y Dios anuncia la paz a su pueblo; la salvación
está cerca de sus fieles; la misericordia y la fidelidad se encuentran, la
justicia y la paz se besan. La bondad marchará delante y la salvación seguirá
sus pasos.
Estoy
trasladando todo esto a nuestro momento actual. La Gloria de Dios tiene que
manifestarse, puesto que ha venido a asentarse para siempre. Y con Dios en el
centro de la historia de este mundo nuestro, ha de darse un giro de 180º. Se
impone la paz que Dios anuncia, la salud de un pueblo (que hoy está enfermo),
la misericordia y la fidelidad, la bondad-justicia ha de unirse a la paz (en
vez de las guerras y violencias), y la salvación sed abrirá camino… Hoy es una
utopía, pero lo anunciado por Ezequiel es una Palabra recibida de Dios.
Jesús
y advirtió a sus oyentes [Mt 23, 1-12] y muy en concreto –a propósito de
doctores de la ley y fariseos- que éstos están en la cátedra de Moisés. Están siendo los maestros que enseñan y
orientan el camino. Están en el lugar propio del maestro que trasmite la Ley.
Pero Jesús advierte que una cosa es lo que enseñan, con la Palabra de Dios por
delante, y otra lo que hacen y lo que viven. Por eso enseña a las gentes a hacer lo que dicen…, pero no a hacer lo que
hacen. Porque en su magisterio hay que seguirles, pero no en su vida.
Por
eso ni los llaméis “maestro”, ni “padre”, ni jefe”, porque el ÚNICO MAESTRO, PADRE
Y SEÑOR ES DIOS, y el Cristo enviado por el Padre.
Asistimos
a esos “extremos” en que se sitúa Jesús para rasgar en las mentes de sus
oyentes. En claro que un padre es un padre y un amo es un am o, y un maestro es un maestro. Pero siempre lo son en
la medida que reflejan a Dios y a Cristo, que son los MAESTROS, PADRE Y SEÑOR por
antonomasia. Y por lo que hay que saber discernir de otros “maestros” que pretenden
imponer su “enseñanza”, los que se sienten “señores” para dominar en las mismas
conciencias o modos de los que les llegan. Y quienes se “entronizan” en el
lugar de Dios, para ser ellos los que consigan de otros la adoración.
El
final de este evangelio es esa coletilla tan típica de Jesús para recalcar la
postura del creyente verdadero: que los primeros son los últimos y los últimos,
los primeros. Y eso sigue siendo una verdad absoluta y a la vez necesaria. Quienes
afloran siempre al primer puesto, ¡malo, malo! Los que se sitúan siempre de “cabecera”,
¡malo, malo! Esos acaban siendo los últimos porque son falsos liderazgos y
muchas veces “complejos compensatorios” de alguna carencia.
Lo
que realmente son “Primeros” en su valía y su bondad, no aparecen, o están
situados “al final” de la fila. No hacen aspavientos, no se les ve. Son
hormiguitas que hacen el bien, que asumen responsabilidades…, pero como si no
las hicieran.
Ni
gustan de alabanzas, ni se envanecen por las que reciben (entre otras cosas
porque actuaron muy ajenos a ello). Lo normal es que ni afirman ni niegan.
Están en otra órbita. Las alabanzas les resbalan o saben en la dirección a que
hay que orientarlas. Por eso son auténticos Maestros, y padre y Señores, porque
enseñan sin otra finalidad que trasmitir el bien; acogen, protegen y cobijan con
cariño de padres; son señores de sí para no dejarse llevar
de los vientos que soplan ni a favor ni en contra.
No
contradice todo esto a la palabra de Jesús –esa palabra que algunos toman tan
al pie de la letra que la desfiguran- porque Jesús nunca desvirtuó esas
expresiones tan dignas. ¿Cómo recordaría Él a sus maestros, y con qué respeto y
veneración? ¿No llamó Él a José como “padre”? ¿No trabajó a la orden de jefes y
de ellos recibió el jornal para comer y vivir?
¿No
vamos a recordar nosotros a los maestros que nos enseñaron las primeras letras
y nos prepararon a recibir la Primera Comunión, o los que nos han acompañado
después? ¿Carece, acaso, de sentido llamar “padre” a quien nos engendra para la
vida espiritual y alimenta en nuestro caminar cristiano? ¿No es “señor” quien
nos ha ido ayudando a ser lo que hoy somos?
Yo
tengo que confesar que si algo no me gusta es ser nombrado con un “DON Fulano”
por delante, porque en lo social tendrá sentido, pero en mi misión y vocación,
no. No me considero “maestro”, aunque intento dejar siempre una enseñanza. No
soy “jefe”. Pero sí m e siento “padre” porque –como expresa San Pablo” “engendré muchos hijos en Cristo”, y me
siento muy feliz con poder seguir realizando esa labor de paternidad
espiritual. Que, dicho sea de paso, crea juntamente muchos lazos de afecto y de
nuevos compromisos para dar plenitud a la obra comenzada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!