Un evangelio para examen de conciencia
El
Evangelio de Mt 23 está ahí para un buen examen de conciencia, y yo diría que
más que de “pecados”, de actitudes.
Porque lo que Jesús pone ante los fariseos son situaciones de vida repetidas.
Algo que no es “esto” o “aquello” sino un
modo de ser y actuar. ¡Que es lo grave! No
entráis ni dejáis entrar; hipócritas que usáis la religión para provecho
propio; buscando hacer a otros a la manera vuestra y el doble peor; que andáis
con subterfugios “religiosos” para engañaros a vosotros mismos, con una ceguera
culpable…
Repito
que esta diatriba de Jesús no es sino una buena ocasión para entrar dentro de
nosotros. No son unos “hechos” lo que tenemos que descubrir, ni tienen que ser
“esos” precisamente en que incurrían aquellos fariseos. La buena imaginación de
cada uno de nosotros tiene que saber “transportar” a la clave personal la
partitura que Jesús ha dibujado a los fariseos que tenía allí. Pero no son los
únicos.
San
Pablo escribe a sus fieles de Tesalónica que forman la Iglesia de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Hay
que observar la gran alabanza que les hace desde el saludo mismo de la carta. ¡Ya se pueda decir igual de nosotros!
Es deber nuestro dar continuas gracias a
Dios por vosotros, hermanos; y es justo, pues vuestra fe crece vigorosamente, y
vuestro amor, de cada uno por todos y de todos por cada uno… ¡Yo me apunto!
Sería uno de los mejores títulos y alabanzas que pudieran hacer de nosotros.
Que se convierta en acción de gracias a Dios algo tan evangélico y distintivo
como que el amor de cada uno por los otros, y de todos para cada uno, sea
algo que tenemos que soñar alcanzar. Es decir: hacer por practicar. Ponerse en
serio a hacerlo realidad, porque –además de ser el mandato de Cristo, es la prueba evidente de que crece
nuestra fe vigorosamente. Y éste es el orgullo noble de vosotros ante
las iglesias y de la Iglesia por vosotros.
Y
no es que eso sale solo, o que salga de corrida…, porque todo el monte es
orégano. No: es en medio de todas las
persecuciones que soportáis. Lo cual significa que EL REINO se está
haciendo realidad en vosotros: se realiza
la promesa de Dios. Y vosotros padecéis por ese Reino. No se os viene
“gratis” a las manos. Lo estáis padeciendo. [Todo esto es para meditarlo e irlo
traduciendo, porque aquel “examen de conciencia” que podía hacerse sobre los “ayes” de Jesús a los defectos
farisaicos, tienen un complemento de bienaventuranza y felicidad cuando la fe
se traduce en realidades fehacientes y comprobables. Esto es lo digno de vuestra vocación para que –con
su fuerza- cumpláis los buenos deseos y la tarea de la fe, para que así Jesús
nuestro Señor sea vuestra gloria, y vosotros
seáis gloria de Él.
Comprendo
que todo esto pueda parecer menos gustoso que una contemplación de un hecho
evangélico. Y menos fácil de acoger. Pero nunca sobrará encontrarnos con
exhortaciones tan profundas como ésta de Pablo a sus cristianos, que –al fin y
al cabo- estaban hechos de la misma materia que nosotros. Y lo que a ellos se
decía, hemos de decírnoslo nosotros. Si es el tema citado de ese amor abierto
hacia todos, ya hay un punto (como hemos visto). Si es este final en que el
deseo de Pablo y la vocación a la que Dios llama es gloria de Cristo para
nosotros, y gloria de nosotros para Cristo, tenemos otro punto inmensamente
atrayente para vivir nuestra vida cristiana, nuestra fe católica, con toda la
fuerza y toda la ilusión y todo el empuje. Hay ahí mucha tela que cortar.
Estimulante. Exigente. Que no sale sola. Que hay que tejer…
Personalmente
me ha hecho pensar mucho y me ha puesto en situación de discernimiento ante
realidades concretas y de envergadura que pueden presentárseme. Y palpa uno la
dificultad. Y saca uno la conclusión de que –con la dificultad y todo- hay que
seguir adelante. Hablaba Pablo de las
persecuciones como podía haber hablado de las dificultades. No siempre lo
duro de una situación vine directamente de una persecución surgida desde fuera.
En ocasiones son dificultades más “de cada día”, ante las que hay que tomar postura.
Lo fácil y poco noble es meter la cabeza bajo el ala y preferir no afrontarlas.
Lo serio y lo cristiano es hincarles el diente, aunque como aquello del
Apocalipsis, luego provoquen ardor en el estómago.
Con
ello quiero ir de frente a esa acusación que hace Pablo a los fariseos: imponéis cargas que luego no las tocáis ni
con un dedo. No quiero ser de quienes aprietan la tuerca y ellos se quedan
flojos. Quiero expresar que cada uno nos enfrentamos a situaciones, y que lo
verdaderamente honrado es ponérselas uno delante y tratar de discernir con
criterio evangélico la decisión que pueda aparecer como mejor (a veces, como
menos dolorosa). Y en muchas ocasiones, la salida del atolladero tiene que
venir de buscar a quien –desde fuera del problema, y una vez bien informado
(quizás de las diversas partes del asunto)- pueda tener una visión imparcial.
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