Nuestra fe
Nuestra
fe se pone hoy a examen, desde la liturgia de este domingo. Desde la primera
lectura (1 Re 19, 9-13) ya entra un criterio de discernimiento que nos purifica
ideas. Dios le dijo a Elías que saliera al monte, que Dios iba a pasar. Elías
se fue al monte y esperó. Sobrevino un viento tempestuoso que tronchaba los
árboles. Y Elías se dijo: Esto no es Dios. Vino un terremoto que hacía romperse
las piedras. Elías se dijo: Esto no es Dios. Vino un fuego que quemaba. Y Elías
se dijo: Esto no es Dios. Dios no asusta, no destruye, no atemoriza, no desgaja,
no daña. En todo aquello no podía ver a Dios. Luego escuchó un susurro, una
suave brisa, y Elías cayó de rodillas, porque en la suavidad estaba Dios.
En
la angustia espiritual, en el escrúpulo, en la ansiedad, en el alma revuelta, o
en la que está encendida por la ira, no está Dios. En el sosiego del espíritu,
en la paz, Dios se hace presente, sale a nuestro encuentro y aumenta nuestra
alegría.
Ocurrió
tras la multiplicación de los panes, que veíamos en domingo pasado: los
apóstoles no acertaron con el planteamiento de Jesús. Más bien lo estorbaban
con sus ideas mesiánicas incorrectas. Y Jesús les tuvo que obligar seriamente a
embarcarse y marcharse de allí. Jesús se quedó retirado en la montaña hablando
y orando a su Dios. Agradecía, le expresaba sus sentimientos y esperaba esa
palabra nueva que mostrara el camino siguiente.
Mientras
tanto en el Lago se había desatado la tempestad, el horror, la amenaza de
aquellos hombres, que ya llevaban dentro su disgusto por la forma en que se
habían producido las cosas. A su “tormenta interior” se le venía encima la
exterior del mar encrespado y las ráfagas de viento que movían la barca como su
fuera de papel. Y el Maestro no iba con ellos.
Pero
el Maestro no estaba tan ensimismado en su oración que no pensara en la situación
de sus apóstoles. Y su oración cambió ahora de escenario y de visión y continuó
haciéndose muy práctica: salir en ayuda de sus amigos. Y como la barca estaba
lejos, Jesús “cortó trayecto” viniéndose sobre el agua hasta donde estaban
ellos. A Jesús no lo hundían ni las olas ni el viento. Caminaba por encima de
aquel mar y se acercaba a sus hombres.
Pero
terror sobre terror, la figura blanca que viene hacia ellos no podía ser –en las
mentes de los embarcados- más que un alma en pena… Y ahora perdieron ya el
control y gritaron en la oscuridad de la noche y ahogados sus gritos por el bramido
de las olas y los silbos del viento. De entgre ese conjunto de ruidos –tormenta,
huracán, terror (donde no podía estar Dios)- se sobrepone la voz de Jesús con
tres palabras (que podrían haberse resumido en una sola): Ánimo, soy Yo; no temáis.
Cualquiera de esas palabras ya indicaba sosiego y paz… ¡Allí estaba Jesús!
Y
como Simón Pedro es tan osado (y tan ausente de razones, porque le manda el
sentimiento), no tiene otra respuesta sino: si
eres tú, mándame ir a ti andando sobre el agua. Era como la reacción de un
niño. Y como ante una ocurrencia de niño tuvo que esbozarse en el rostro de Jesús
una amplia sonrisa. Y una mayor aún cuando le dice: “Ven”. Porque no dejaría de ser curioso ver la reacción de aquel
hombre.
Pues
sí, en efecto: Pedro, colmo la cosa más normal, echó sus pies fuera borda y se
puso a caminar hacia la figura blanca, con los brazos muy extendidos como queriendo
asirse de Jesús. Ya lo tenía a dos palmos cuando sopló una ráfaga de viento tan
fuerte que tambaleó a Simón y empezó a hundirse. Un desgarrado grito gutural se
le escapó al apóstol: ¡Señor, sálvame! El curtido pescador
ya no supo ni bracear. Con los brazos que se salían de sus paletillas,
únicamente esperó ya la salvación de Jesús. Y Jesús alargó su mano y lo izó. Y
con la misma afectuosa sonrisa de antes, le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has
dudado?
Merece
la pena pararse. ¡Qué poca fe! ¡Qué
fácil es creer cuando todo marcha! ¡Cómo se hunde uno cuando se queda mirándose
a sí mismo, o a la realidad que le rodea! ¡Cómo se obnubilan las razones y aún
la misma fe cuando pretendemos que la fe sea “solución” y no cuestionamiento!
¿Qué fe es la mía cuando todo va como en balsa serena, y qué mal cuando se levanta
una ola? ¿Cuál es la fe que acaba viendo seráfico el Evangelio, y le opone “peros” cuando se tuerce la propia
tranquilidad, la propia idea?
Hoy
vamos a meter a Jesús en nuestra barca, tras las tormentas cualesquiera que
pueden sobrevenir en la vida. Y vamos a ver si el Sacramento de la fe nos pone tan al vivo que sabemos caer postrados
ante Jesús, para reconocer que verdaderamente es el Hijo de Dios.
¡Es que –pese a todas las pruebas de tantas veces- todavía no habíamos caído
postrados ante Él, ante la convicción de que es Él, SIEMPRE, en toda ocasión,
en todo momento…!
Lo
que San Pablo expresa en la 2ª lectura es su pena por el pueblo de Dios, que –siendo
el depositario de tantas visitas de Dios en hechos y palabras-, al final se ha quedado
descolgado de la salvación que Jesús le traía.
El
episodio de la barca acabó en plena paz y serenidad. Al subir Jesús a la barca,
ya no hubo si olas ni vientos que amenazaran. Realmente, por los efectos, ¡eres Hijo de Dios!
Aumenta, Dios nuestro, la
fe en nuestros corazones y danos la paz interior que tanto necesitamos.
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Porque necesitamos descubrir que Dios está solamente en la paz, la de
dentro y la de fuera, Roguemos al Señor.
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Porque nuestra fe es débil y necesita descubrirte en la adversidad, Roguemos
al Señor.
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Porque necesitamos saber ir a Jesús, aún por encima de lo que nos es
contrario y fatigoso, Roguemos al Señor
-
Porque hemos de purificar nuestros criterios para pensar al modo que
Jesús nos muestra en el Evangelio, Roguemos al Señor
Padre y Señor nuestro: danos las luces para descubrir que en la Eucaristía
Jesús sube a nuestra barca, y hemos de reconocerle en toda situación.
Lo pedimos por el mismo Señor nuestro
Jesucristo, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, y es
Dios, por los siglos de los siglos…
Dios nunca llega tarde para socorrernos
ResponderEliminarEl llega aunque sea de un modo misterioso y oculto , en el momento oportuno . Quizá en alguna ocasión o en muchas , caminemos con el viento en contra.Puede ser que nos parece que pasa de largo para que nosotros le llamemos.No tardará en llegar a nuestro lado.Confiemos en su palabra: YO Estaré con vosotros hasta el fin del mundo"
Acabo de regresar de Polonia; la Iglesia de Málaga estuvo en el antiguo campo de concentración y de exterminio nazi alemán Auschwitz, hoy convertido en museo y ya en la lista del Patrimonio Mundial como recordatorio para las futuras generaciones de un tristísimo y muy amargo memento-El Presbítero, Reverendo D. Juan Manuel Parra, acompañado de tres Presbíteros y un Diácono y por el grupo "Savitur", ofreció una Eucaristía por 1 millón 500 mil prisioneros que han sido asesinados en aquellas horribles fábricas de la muerte...A los prisioneros se lo quitaban todo, incluso el nombre que lo sustituían por un número...La Fe me dice que Dios iba con ellos cuando los iban a gasificar y les decía:¡ Animo Yo Soy está con vosotros, no tengáis miedo..!
ResponderEliminarPadre Cantero; "Traspasando la ventana" se ha quedado en Polonia; guárdeme otro que iré a recogerlo.. Un abrazo fraternal con todo mi respeto.Mªjosé Bermúdez.
Marcho hoy mismo fuera de Málaga por lo que resta de mes.
EliminarEl libro está en las librerías religiosas.