INICIO DE CONVERSIÓN DE IGNACIO
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6. Por los cuales
leyendo muchas veces, algún tanto se aficionaba a lo que allí hallaba escrito.
Más dejándolos de leer, alguna veces se paraba a pensar en las cosas que había
leído; otras veces en las cosas del mundo que antes solía pensar. Y de muchas
cosas vanas que se le ofrecían, una tenía tanto poseído su corazón, que estaba
luego embebido en pensar en ella dos y tres y cuatro horas sin sentirlo,
imaginando lo que había de hacer en servicio de una señora, los medios que
tomaría para poder ir a la tierra donde ella estaba…
7. Todavía Nuestro Señor
le socorría haciendo que sucediesen a estos pensamientos otros, que nacían de
las cosas que leía. Porque leyendo la vida de nuestro Señor y de los santos, se
paraba a pensar, razonando consigo: ‘¿Qué sería si yo hiciese esto que hizo San
Francisco, y esto que hizo Santo Domingo?’ Y así discurría por muchas cosas que
hallaba buenas, proponiéndose siempre a sí mismo cosas dificultosas y graves y
le parecía hallar en sí facilidad de ponerlas en obra. Mas todo su discurso era decir consigo: Santo Domingo hizo esto; ¡pues yo lo tengo
que hacer! San Francisco hizo esto; pues lo tengo de hacer!
Liturgia
Hoy nos ha tocado el tema de Sodoma. (Gn 18, 16-33). Dios
estaba muy disgustado con la actitud de los sodomitas (“sodomía” es el pecado
de la homosexualidad) y no quiere ocultarle a Abrahán la decisión que ha tomado
de destruir a aquella ciudad y se lo dice: La
acusación contra Sodoma y Gomorra es muy fuerte y su pecado es grave. Voy a
bajar a ver si realmente sus acciones responden a la acusación.
Abrahán se acercó a Dios e intercedió, razonando con Dios.
No negaba Abrahán la gravedad del pecado, pero intercedía por los justos que
habría en la ciudad, y suplicó: Señor, si
sólo hubiera 50 justos en la ciudad, no la perdonarías en atención a esos 50?
Y Dios se aviene a perdonar si siquiera hubiera 50 personas rectas y limpias en
la ciudad. Abrahán se acerca confiadamente de nuevo… No las tiene todas consigo,
y se atreve a suplicar: Y si sólo hubiera
45. En atención a las 45 no la
destruiré. Y así sigue Abrahán rebajando el número a 40. Y tomando
confianza en la benevolencia de Dios, empieza ahora a rebajar de 10 en 10 hasta
llegar a que sólo hubiera 10 justos en Sodoma. Y Dios misericordioso se aviene
a que en atención a esos 10 -¡solamente 10 justos!-no destruirá la ciudad. Y
concluye el texto diciendo que el señor
se fue y Abrahán volvió a su puesto.
¿Hasta dónde llega la paciencia de Dios? ¿Hasta dónde su
misericordia? No lo podemos imaginar. Lo que nos hace falta es buscar en
nuestro corazón sentimientos semejantes a los de Dios, y ser también como
Abrahán, personas orantes que busquemos salvar el mundo aunque sólo sea por
diez justos Por 10 que siquiera mantengan respeto, que no profanen, que no
ofendan las cosas santas, que sean personas honradas, que sepan mantenerse en
actitud digna y justa, sin entrar ya más en su orientación de fondo. Se trata
de que queremos el bien pero un bien que sea para todos y donde unos no ofendan
a los otros ni se mofen de los sentimientos ajenos y de las creencias.
En el Evangelio (Mt 8,18-22) tenemos la exigencia que Jesús
pide a quienes quieren estar con él: al que se ofrece generosamente, y Jesús le
advierte en dónde se mete: Porque el hijo
del hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Y el otro al que el Señor
expresamente llama, y ante la demora que pide el hombre para seguir a Jesús
para cumplir “las normas sociales” de acompañar a su padre hasta que le llegue
la muerte, Jesús le reitera la llamada y le dice que sus hermanos se encarguen
de esa obligación social, pero que él le siga. Jesús no admite las respuestas a
medias. Ya lo veíamos ayer en la liturgia del domingo.
Tomás con sus dudas sobre la resurrección de Jesús provocó que el Señor tuviera que decirle que es bieaventurado el que no ha visto y ha creído. Tomás, amaba a Cristo; era uno de los que quería ir a morir con Él..Jesús esperó el momento adecuado para enseñar sus LLagas al Apóstol incrédulo que cayó de rodillas ante el Señor, lleno de vergüenza y de dolor, pronunciando, envuelto en lágrimas, "SEÑOR MÍO Y DIOS MIO",la frase que ahora repetimos en la comunión. Tomás pudo recapacitar y proclamar su fe en Jesús. Muchas veces tuvo que recordar este episodio cuando las cosas no salían como él esperaba.
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