Después de París…
84. …-
Es costumbre en París que los que estudian Artes, al tercer año, para
hacerse bachilleres, tomen una piedra, como ellos dicen; y como en esto se
gasta un escudo, algunos estudiantes muy pobres no lo pueden hacer. El
peregrino empezó a dudar si sería bueno que la tomase; y encontrándose muy
dudoso y sin resolverse, deliberó poner el asunto en manos de su maestro; y
aconsejándole éste que la tomase, la tomó. A pesar de lo cual no faltaron
murmuradores, a lo menos un español, que lo noto.
En París se encontraba ya a este tiempo muy mal del estómago, de modo
que cada quince días tenía dolor de estómago, que le duraba una hora larga y le
hacía venir fiebre. Y una vez le duró el dolor de estómago dieciséis o
diecisiete horas. Y habiendo ya en este tiempo pasado el curso de las Artes, y
habiendo estudiado algunos años teología y ganando a los compañeros, la
enfermedad iba siempre muy adelante, sin poder encontrar ningún remedio, aun
cuando se probasen muchos.
85. Los médicos decían que no quedaba otro remedio que el aire natal.
Además, los compañeros le aconsejaban lo mismo y le hicieron grandes
instancias. Ya por este tiempo habían decidido todos lo que tenían que hacer,
esto es: ir a Venecia y a Jerusalén y gastar su vida en provecho de las almas;
y si no consiguiesen permiso para quedarse en Jerusalén, volver a Roma y
presentarse al Vicario de Cristo, para que los emplease en lo que Juzgase ser
de más gloria de Dios y utilidad de las almas. Habían propuesto también esperar
un año la embarcación en Venecia y si no hubiese aquel año embarcación para
Levante, quedarían libres del voto de Jerusalén y acudirían al Papa, etc. Al
fin, el peregrino se dejó persuadir por los compañeros, y también porque los
españoles de entre ellos tenían algunos asuntos que él podía despachar. Y lo
que se acordó fue que, después que él se encontrase bien, fuese a despachar los
asuntos de los compañeros, y después se dirigiese a Venecia y esperase allí a
los compañeros.
86. Esto era el año 35, y los compañeros estaban para partir, según el
pacto, el año 37, el día de la conversión de San Pablo, aun cuando después, por
las guerras que vinieron, partieron el año 36, en noviembre. Y estando el
peregrino para partir, oyó que le habían acusado al inquisidor y que se había
hecho proceso contra él. Oyendo esto y viendo que no le llamaban, se fue al
inquisidor y le dijo lo que había oído, y que estaba para marcharse a España, y
que tenía compañeros que le rogaba que diese sentencia. El inquisidor dijo que
era verdad lo de la acusación, pero que no veía que hubiese cosa de
importancia. Solamente quería ver sus escritos de los Ejercicios; y habiéndolos
visto, los alabó mucho y le pidió al peregrino que le dejase la copia de ellos;
y así lo hizo.
Liturgia
El pueblo israelita llevaba ya tres meses de travesía del
desierto (Ex 19,1-2. 9-11. 16-20) y vino a las faldas del Monte Sinaí y
acamparon allí. Allí Dios se vuelve a
manifestar a Moisés, y lo hace en una nube espesa, para hablarle y para que el
pueblo pueda creer que realmente ha hablado Dios. Moisés habla a Dios de lo que
el pueblo dice, y Dios pide que el pueblo lave sus ropas y se ponga de fiesta
porque va a presentarse a él. Lo hace al tercer día con truenos y relámpagos y
una densa nuble sobre el monte. Moisés hace salir al pueblo de sus tiendas y se
detuvieron al pie del monte, al que Dios había descendido en forma de fuego.
Moisés hablaba a Dios y Dios le respondía con el trueno. Y Dios bajó a la
montaña y llamó a Moisés para que subiera hasta él.
El relato entremezcla la cercanía de Dios que baja y habla,
y la trascendencia, por esas formas externas en que se presenta: fuego,
truenos, relámpago y nube densa. Dios es asequible, pero es Dios. La tendencia
humana a acercarse a Dios, poco menos que para cogerse de su brazo, no es la
imagen que quiere trasmitirnos la Sagrada Escritura. Dios va a bajar siempre, y
se va a abajar hasta acercarse a la criatura, pero la criatura tiene que
experimentar la trascendencia de Dios, a quien no puede manejar a su modo de
hombre.
Mt 13, 10-17 nos trae la pregunta de los apóstoles: ¿Por
qué Jesús se dirige al pueblo en parábolas? Y tomando cita de Isaías, pero
variando mucho el modo de la expresión, Jesús responde que habla en parábolas
para ser entendido de la gente. El vulgo oye y no entiende, mira y no ve. El
vulgo no entiende conceptos. Hay que darle cuentecillos que les dejen ocasión a
rumiar y a aprender indirectamente. Por eso las expresiones: “para que viendo
no vean” (y similares) llevan el sentido positivo: “porque viendo no ven”…, y
entonces hay que contarles la parábola para que se queden con el ejemplo y
aprendan. Dichosos vuestros ojos porque
ven y vuestros oídos porque oyen. Os seguro que muchos profetas y justos
desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
Algo de eso podemos aplicárnoslo nosotros, que tenemos
delante la Palabra de Dios y la explicación.
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