Roma. Venecia
38. Tuvieron viento tan recio en popa, que llegaron desde Barcelona
hasta Gaeta en cinco días con sus noches, aunque con harto temor de todos por
la mucha tempestad.
39. Y llegados a una ciudad que estaba cerca, la hallaron cerrada; y no
pudiendo entrar, pasaron aquella noche en una iglesia que allí estaba, llovida.
A la mañana no les quisieron abrir la ciudad; y por de fuera no hallaban
limosna, aunque fueron a un castillo que parecía cerca de allí, en el cual el
pelegrino se halló flaco, así del trabajo de la mar, como de lo demás etc. Y no
pudiendo más caminar, se quedó allí; y sabiendo que venía allí la señora de la
tierra, se le puso delante, diciéndole que de sola flaqueza estaba enfermo; que
le pedía le dejase entrar en la ciudad para buscar algún remedio. Ella lo
concedió fácilmente. Y empezando a mendigar por la ciudad, halló muchos
cuatrines, y rehaciéndose allí dos días, tornó a proseguir su camino, y llegó a
Roma el domingo de ramos.
40. Donde todos los que le hablaban, sabiendo que no llevaba dineros
para Jerusalén, le empezaron a disuadir la ida, afirmándole con muchas razones
que era imposible hallar pasaje sin dineros; mas él tenía una grande
certidumbre en su alma, que no podía dudar, sino que había de hallar modo para
ir a Jerusalén. Y habiendo tomado la bendición del papa Adriano sexto, después
se partió para Venecia.
41. Todavía por este camino hasta Venecia, por las guardas que eran de
pestilencia, dormía por los pórticos. Caminando así llegó a Choza, y con
algunos compañeros que se le habían ajuntado supo que no les dejarían entrar en
Venecia; y los compañeros determinaron ir a Padua para tomar allí cédula de
sanidad, y así partió él con ellos; mas no pudo caminar tanto, porque caminaban
muy recio. Dejándole, cuasi noche, en un grande campo; en el cual estando, le
apareció Cristo de la manera que le solía aparecer, como arriba hemos dicho, y
lo confortó mucho. Y con esta consolación, el otro día a la mañana, sin
contrahacer cédula, como (creo) habían hecho sus compañeros, llega a la puerta
de Padua y entra, sin que las guardas le demanden nada.
42. Y llegados a Venecia vinieron las guardas a la barca para examinar
a todos, uno por uno, cuantos había en ella; y a él solo dejaron. Manteníase en
Venecia mendigando, y dormía en la plaza de San Marcos; y tenía una gran
certidumbre en su alma, que Dios le había de dar modo para ir a Jerusalén, y
ésta le confirmaba tanto, que ningunas razones y miedos que le ponían, le
podían hacer dudar.
Liturgia
Gn. 44,18-21. 23-29 y 45, 1-5. Sigue la historia de José.
José era hermano de madre de Benjamín, los dos últimos hijos de Jacob
(=Israel). Jacob quiere enviar de nuevo a sus hijos por víveres a Egipto, y
Judá, el mayor de todos los hermanos, le hace saber a su padre que sólo pueden
hacerlo llevando a Benjamín, condición que les impuso el virrey de Egipto.
Todo esto se lo están contando a José cuando han llegado
allá por segunda vez, y José ya no puede resistir más y hace salir a todos los
cortesanos y rompe a llorar y se declara a sus hermanos: Yo soy José. Y haciendo
que se acercaran, les muestra que no le queda ningún rencor, y que todo lo
ocurrido ha sido un camino de Dios para salvación.
Es la gran lección que sale de todo este tema, pues la
historia completa demostraría la animadversión envidiosa de los hermanos hacia
José, hasta el punto de pensar matarlo y, luego, a instancias de Rubén, dejarlo
con vida. Y en plan de ganarse unas monedas, venderlo a unos comerciantes
ismaelitas, que lo llevan a Egipto y lo venden allí. Y llega a ser el principal
del reino, después del Faraón. Todas las malas artes de los hermanos se han
cambiado en este encuentro en el que José es el que salva la situación
angustiosa de su pueblo.
Para cuantos se escandalizan del problema del mal, aquí hay una respuesta muy concreta de cómo el
mal va revirtiendo en bien, al margen de la voluntad de los hombres.
Mt 10,7-15, nos trae la misión apostólica a la que Jesús
envía a los Doce para proclamar que el
Reino de Dios está cerca. Y para mostrarlo, curan enfermos, resucitan muertos, limpian leprosos, echan demonios…,
sin pedir nada a cambio, y yendo ellos en pobreza sin alforja, ni plata ni oro
ni calderilla. Sin sandalias ni bastón. Diríamos que “a pecho descubierto” para
mostrar que lo que traen no pide sino la paz. Llegan en paz, saludan con la
paz, piden la paz. Y donde no haya paz, que no se queden: que se salgan y se
vayan a otro lugar. El Reino de Dios es un reino de paz, y los apóstoles que lo
anuncian, como precursores de Jesús, tienen que llevar en sus frentes el signo
de la paz.
No es tarea fácil hacerse santo. Antes del Santo Concilio Vat. II. teníamos una idea de Dios diferente: lo temíamos más que lo amábamos.Cualquier cristiano conocía el cilicio, el ayuno,la abstinencia de todos los productos sabrosos al paladar y la limosna, aunque menos que ahora. Ahora, tenemos otra idea de Dios, porque lo conocemos, porque se nos ha mostrado en Cristo y sabemos cómo nos ama. Y, como nos ama como un Padre que es AMOR quiere recibir nuestro amor de hijos; sabe que no podemos amarle como Él; pero se feliz si le amamos como hijos. Y, no es necesario que pongamos en peligro nuestra salud con ayunos rigurosos.
ResponderEliminar"Los cristianos son en el mundo como el alma es al cuerpo" Vivimos en el mundo porque Alguien nos ha puesto. No somo del mundo.Estamos en medio del mundo como levadura en la masa, sal de la tierra, luz del mundo...¡qué bien suena todo esto! Pero no es fácil; se nos pide que prediquemos con el ejemplo y que vivamos como unos peregrinos que no se averguenzan del Evangelio, como San Pablo.