No le dejan quedarse en Jerusalén
46. Con esta promesa se aseguró el peregrino, y empezó a escribir
cartas para Barcelona para personas espirituales. Teniendo ya escrita una y
estando escribiendo la otra, víspera de la partida de los peregrinos, le vienen
a llamar de parte del provincial y del guardián porque había llegado; y el
provincial le dice con buenas palabras cómo había sabido su buena intención de
quedar en aquellos lugares santos; y que había bien pensado en la cosa; y que,
por la experiencia que tenía de otros, juzgaba que no convenía. Porque muchos
habían tenido aquel deseo, y uno había sido preso, otro muerto; y que después
la religión quedaba obligada a rescatar los presos; y por tanto él se aparejase
de ir el otro día con los peregrinos. El respondió a esto: que él tenía este
propósito muy firme, y que juzgaba por ninguna cosa dejarlo de poner en obra;
dando honestamente a entender que, aunque al provincial no le pareciese, si no
fuese cosa que le obligase a pecado, que él no dejaría su propósito por ningún
temor. A esto dijo el provincial que ellos tenían autoridad de la Sede
apostólica para hacer ir de allí, o quedar allí, quien les pareciese, y para
poder descomulgar a quien no les quisiese obedecer, y que en este caso ellos
juzgaban que él no debía de quedar etc.
47. Y queriéndole mostrarle las bulas, por las cuales le podían
descomulgar, él dijo que no era menester verlas; que él creía a sus
Reverencias; y pues que así juzgaban con la autoridad que tenían, que él les
obedecería. Y acabado esto, volviendo donde antes estaba, le vino grande deseo
de tornar a visitar el monte Olivete antes que se partiese, ya que no era
voluntad de nuestro Señor que él se quedase en aquellos santos lugares. En el
monte Olivete está una piedra, de la cual subió nuestro Señor a los cielos, y
se ven aún ahora las pisadas impresas; y esto era lo que él quería tornar a
ver. Y así, sin decir ninguna cosa ni tomar guía (porque los que van sin Turco
por guía corren grande peligro), se descabulló de los otros, y se fue solo al
monte Olivete. Y no lo querían dejar entrar las guardas. Les dio un cuchillo de
las escribanías que llevaba; y después de haber hecho su oración con harta
consolación, le vino deseo de ir a Betfagé; y estando allá, se tornó a acordar
que no había bien mirado en el monte Olivete a qué parte estaba el pie derecho,
o a qué parte el izquierdo; y tornando allá creo que dio las tijeras a las
guardas para que le dejasen entrar.
48. Cuando en el monasterio se supo que él era partido así sin guía,
los frailes hicieron diligencias para buscarle; y así, descendiendo él del
monte Olivete, topó con un cristiano de la cintura, que servía en el
monasterio, el cual con un grande bastón y con muestra de grande enojo hacía
señas de darle. Y llegando a él trabóle reciamente del brazo, y él se dejó
fácilmente llevar. Mas el buen hombre nunca le desasió. Yendo por este camino
así asido del cristiano de la cintura, tuvo de nuestro Señor grande
consolación, que le parecía que vía Cristo sobre él siempre. Y esto, hasta que
allegó al monasterio, duró siempre en grande abundancia.
Liturgia
Israel era muy anciano (Gn 49,29-33 y 50,15-24) y dio
instrucciones a sus hijos para el lugar de su sepultura, que quería que fuese
la misma de sus antepasados: el campo y la cueva de Macpela.
Muerto el padre, los hermanos de José recelan que ahora su
hermano puede tomar represalias contra ellos y vienen a expresarle la voluntad
de su padre de que el perdón de José permaneciera. José les tranquiliza y les
hace caer en la cuenta de que todo ha entrado en los planes de Dios. Si los
hermanos habían pretendido hacerle daño, Dios estaba detrás para dar vida a su
pueblo. Por tanto no temáis; yo os
mantendré a vosotros y a vuestros hijos. Y los consoló hablándoles al corazón
También José, ya muy anciano, les encarga a sus hermanos
que no dejen sus huesos en Egipto.
En el Evangelio (Mt 10,24-33) sigue Jesús dando
instrucciones a sus apóstoles: «Un
discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta
al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de
la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! No les tengáis
miedo, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido
que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que
escuchéis al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan
el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la
perdición alma y cuerpo en la “gehenna”. ¿No se venden un par de gorriones por
unos céntimos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga
vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados.
Por eso, no tengáis miedo; valéis más vosotros que muchos gorriones. A quien se
declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre
que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo
negaré ante mi Padre que está en los cielos».
Todo esto hay que leerlo meditando.
Jesús nos avisa de que el miedo es nuestro peor enemigo .Nos preocupamos por el futuro y dejamos de hacer el bien que está a nuestro alcance. A veces, condicionados por el qué dirán y porque no tenemos una fe profunda y un amor grande y confiado en Dios como en un Padre que nos cuida con amor paternal. No meditamos la Ley del Señor día y noche, como San Buenaventura que daba fruto a su tiempo.
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