10 de junio de 2015 (ZENIT.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos con la catequesis sobre la familia. En esta catequesis me
gustaría tocar un aspecto muy común en la vida de nuestras familias, el de la
enfermedad. Es una experiencia de nuestra fragilidad, que vivimos
principalmente en la familia, desde niños, y luego sobre todo siendo ancianos.
Cuando llegan los achaques.
En el ámbito de los lazos familiares, la enfermedad de las
personas que amamos es padecida con un “plus” de sufrimiento y angustia. Es el
amor el que nos hace sentir este “plus”. Para un padre y una madre, muchas
veces es más difícil de soportar el dolor de un hijo, una hija, que el
suyo propio. La familia, podemos decir, siempre ha sido el “hospital” más
cercano. Todavía hoy, en muchas partes del mundo, el hospital es un privilegio
para unos pocos, y con frecuencia está lejos. Son la madre, el padre, los
hermanos, las hermanas, las abuelas, los que garantizan el cuidado y ayudan a
sanar.
En los Evangelios, muchas páginas hablan de los encuentros de
Jesús con los enfermos y su compromiso por sanarlos. Se presenta públicamente
como un luchador contra la enfermedad y que ha venido para sanar al hombre de
todo mal. El mal del espíritu y el mal del cuerpo.
Es realmente conmovedora la escena evangélica apenas mencionada en
el Evangelio de Marcos. Dice así: “Cuando llegó la noche, después de la puesta
del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados”. Si pienso en las
grandes ciudades contemporáneas, me pregunto dónde están las puertas ante las
cuales llevar a los enfermos esperando que sean sanados. Jesús nunca se ha
desentendido de su cuidado. Nunca ha pasado de largo, nunca ha vuelto la cara
hacia otro lado. Y cuando un padre o una madre, o incluso simplemente gente
amiga le llevaban delante de un enfermo, para que lo tocase y lo sanase, no
ponía tiempo de por medio; la curación estaba antes que la ley, incluso de
aquella tan sagrada como el descanso del sábado. Los doctores de la ley
reprendían a Jesús, porque curaba en sábado. Hacía el bien el sábado. Pero el
amor de Jesús era dar la salud, hacer el bien. Y eso está en el primer lugar
siempre.
Jesús envía a sus discípulos a hacer su misma obra y les da el
poder de curar, ósea para acercarse a los enfermos y cuidarlos hasta el final.
Debemos tener bien en cuenta lo que dijo a los discípulos en el episodio del
ciego de nacimiento. Los discípulos --¡con el ciego delante!-- Discutían sobre
quién había pecado (¿por qué había nacido ciego?), él o sus padres, para causar
su ceguera. El Señor dijo claramente: ni él, ni sus padres; es así para que se
manifiesten en él las obras de Dios. Y lo sanó. ¡Esa es la gloria de Dios! ¡Esa
es la tarea de la Iglesia! Ayudar a los enfermos, no perderse en chismorreos.
Ayudar siempre, consolar, levantar, estar cerca de los enfermos. Y esa es la
tarea.
La Iglesia nos invita a orar continuamente por nuestros seres
queridos afectados por el mal. La oración por los enfermos nunca debe faltar.
Mejor dicho debemos orar más, tanto a nivel personal y en comunidad. Pensemos
al episodio evangélico de la mujer cananea. Es una mujer pagana, no era del
pueblo de Israel, era una pagana, que suplica a Jesús que sane a su hija.
Jesús, para probar su fe, en primer lugar responde con dureza: “No puedo, debo
pensar antes a las ovejas de Israel”. La mujer no retrocede --una madre, cuando
pide ayuda para su criatura, ¡nunca se rinde! Todos lo sabemos esto, ¿eh? Las
madres luchan por los hijos, ¿eh?-- y Jesús responde a esta mujer: “También a
los perritos, cuando los dueños se han alimentado, se les da algo”. Como
diciendo: 'pero por lo menos mírame como una perrita'. Y Jesús le dice: “Mujer,
¡grande es tu fe! Que se haga como deseas”.
Frente a la enfermedad, también surgen dificultades en la familia,
a causa de la debilidad humana. Pero, en general, el tiempo de la enfermedad
refuerza los lazos familiares. Y pienso en lo importante que es educar a los
hijos desde pequeños en la solidaridad en el tiempo de la enfermedad. Una
educación que deja de lado la sensibilidad por la enfermedad humana, endurece
el corazón. Y hace que los chicos estén “anestesiados” ante el sufrimiento de
los demás, incapaces de confrontarse con el sufrimiento y de vivir la
experiencia del límite.
Pero cuántas veces vemos llegar al trabajo, y todos lo hemos
visto, un hombre, una mujer, con la cara cansada, con la actitud cansada.
'Pero, ¿qué pasa?' 'He dormido solo dos horas, porque en casa nos turnamos',
para estar cerca del niño, la niña, enfermo, del abuelo, de la abuela. Y la
jornada continúa con el trabajo. Pero estas cosas son heroicas. ¡Son las
heroicidades de las familias! Esas heroicidades escondidas, que se hacen cuando
uno está enfermo, cuando el padre, la madre, el hijo, la hija están enfermos. Y
se hacen con ternura y valentía.
La debilidad y el sufrimiento de nuestros afectos más queridos y
más sagrados, pueden ser, para nuestros hijos y nuestros nietos, una escuela de
vida, --educar a los hijos y los nietos a entender esta cercanía en la
enfermedad en la familia-- y se convierten cuando los momentos de
enfermedad están acompañados por la oración y la cercanía afectuosa y atenta de
los familiares. La comunidad cristiana sabe bien que la familia, en la prueba
de la enfermedad, no debe ser dejada sola. Y debemos agradecer al Señor por las
hermosas experiencias de fraternidad eclesial que ayudan a las familias a atravesar
el difícil momento del dolor y sufrimiento. Esta proximidad cristiana, de
familia a familia, es un verdadero tesoro para la parroquia; un tesoro de
sabiduría, que ayuda a las familias en los momentos difíciles y hace entender
el Reino de Dios mejor que muchos discursos. Son caricias de Dios. ¡Gracias!
Ayudar siempre, con diligencia, "sin perder el tiempo en chismorreos". Situarse delante de cada persona, viendo en ella al propio Cristo y, desde el respeto observar y ver qué puedes hacer por ella; después ofrecerle lo mejor de tí mismo: tratar de curar sus heridas; las del cuerpo y las del alma...Como lo hubiera hecho Jesús; sin importar el día que sea , porque "el sábado se hizo para el hombre.y no el hombre para el sábado".Tampoco debemos quedarnos lejos por miedo a contaminarnos; lo que nos debe preocupar es el pecado que es lo que verdaderamente contamina y mata
ResponderEliminarSe debe educar a los niños y hablarles de la enfermedad del cuerpo y por que un cuerpo enferma.Hay que explicarles cuando los papás o los abuelitos enferman, a fin de evitarles un posible trauma.. Es una buena oportunidad de ofrecer nuestras oraciones por los enfermos, a través de la intercesión de los pequeños y decirles que tienen una linda "obligación" de rezar por el papá o por la mamá para que se ponga bueno.El Reino de los Cielos ya está aquí y tenemos que aprender a vivir en él. No valen de nada nuestras oraciones de alabanza si tenemos conflictos con los hermanos y no sabemos solucionarlos con amor y misericordia antes de presentárselas al Señor.