EL SILENCIO
Para comprenderte a ti, Corazón de Jesús, hemos de
comprender, valorar y saber vivir el silencio. Hoy se habla mucho, se habla en
voz muy alta… Se tiene miedo al silencio porque en el silencio se refleja el
fondo de la persona y nos da miedo conocernos.
Tú gustaste del silencio. Te retiraste muchas veces a un
lugar aparte, solitario…, al monte, al desierto. Sabías que en silencio te
encontrabas con Dios y replanteabas tu misión de acuerdo con los planes de
Dios.
Enséñanos a gustar el silencio, a gozar de la vida
interior… Enséñanos, en una palabra, a penetrar en los secretos y misterios de
tu Corazón humano, y divino a la vez.
LITURGIA DEL DÍA
Un principio lógico está
planteado en la 1ª lectura (2Cor 9, 6-11): El
que siembra tacañamente, tacañamente cosechará, y el que siembra generosamente,
generosamente cosechará.. Cada uno dará según su conciencia, pero que tenga
en cuenta ese principio. Y no sólo es “dar generosamente” sino dar de buena gana. Que Dios tiene poder para
colmar de toda clase de favores.
Pablo está orientando a la limosna este discurso, pero es
evidente que puede aplicarse a toda actitud. Los frutos que vamos a alcanzar en
los diferentes estadios de la vida, van a depender de la grandeza o tacañería
del que da y del cómo da. Los recelos, los resabios contenidos, las aversiones
albergadas en el alma, provocan la tacañería en el don, aunque el don en sí
fuera muy generoso. Pero lo que se da de mala gana –a veces con clara aversión-
pierde todo el valor del don. La purificación de los propios sentimientos se
hace urgente y necesaria para que el don llegue a los ojos de Dios.
El Evangelio (Mt 6, 1-6, 16-18) comienza con una llamada
muy clara de Jesús a sus oyentes en el Monte: Cuidad de no practicar vuestras bondades delante de los hombres para
ser vistos por ellos. Cuando hagáis limosna, cuando recéis, cuando ayunéis, no
vayáis tocando la trompeta por delante como hacen los hipócritas; no obréis de
cara a la gente para ser honrados por ellos; no pongáis caras compungidas para
que os vean sacrificados… Al contrario: por fuera mostraos normales, pero
meteos muy dentro de vosotros, allí en tu
aposento donde sólo lo ve Dios. Y Dios que lo ve todo, os recompensará.
Estamos, pues, ante un principio fundamental: el bien se
hace porque es bueno; no para recibir alabanzas. La mano izquierda no debe
saber lo que hace la derecha. Ante Dios no valen las apariencias; Dios mira el
corazón. De ahí que la nueva manera de vivir la fe es la de lo interior, lo secreto, lo que se vive
en lo profundo de la persona, sin que nadie lo tenga que alabar, o aunque lo
vean y lo alaben… Pero el bien que se hizo se hizo ante Dios y para agradar a
Dios.
Añado “la viceversa”: hay quienes hacen algo mal hecho pero
esconden la mano, camuflan la mala intención y la misma mala conciencia, aunque
por fuera aparezcan como “buenos” y hasta más de una vez se crean “enviados de
Dios”. Cuando el interior está maleado, los frutos son malos, por mucho que se
pretendan disimular y revestir. El árbol
malo da frutos malos; del corazón brotan las malas ideas (Mc 7).
"El que siembra con tacañería, con tacañería cosechará"; así de claro nos lo dice San Pablo en su carta a los Corintios; que cada uno dé como le ordene su conciencia; no de lo que le sobra, sino de lo que el pobre que no tiene nada, necesita.. Que no nos preocupe la aprobación de los demás y no nos enorgullezcamos por lo que tenemos la obligación de hacer. Únicamente nos ha de importar nuestra sencillez y que nuestras limosnas sean agradables al Señor; que seamos capaces de practicar el bien ante Dios para recibir su misericordia y su ternura; sin hipocresía, con corazón bueno.
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