Corazón que perdona
Casi que lo emblemático del Corazón de Jesús fue perdonar.
Aparece perdonando muchas veces. Pero en cada milagro y curación, en el fondo
está siempre –de base- el perdón: Tus
pecados están perdonados.
¿Cómo podría entenderse el Corazón de Jesús sin esa amplia actitud de misericordia? ¿Qué
sería el Evangelio sin esa misericordia? ¿Quién sería Dios sin la misericordia?
Por eso mirar al Corazón de Jesús es estar viendo y
palpando la misericordia.
Los que somos de Cristo, ¡del Corazón de Cristo! No podemos
vivir nuestra relación personal con Él sino practicando la misericordia. Y eso
no necesita de grandes heroicidades: lo heroico es vivir cada minuto
misericordiosamente.
LITURGIA DEL DÍA
Excita Pablo (2Cor 3, 4-11) la confianza en Cristo, no
apoyada en nosotros sino en esa capacidad que nos viene de Dios para ser
servidores de una alianza nueva, en la que vale el espíritu, la interioridad,
lo que asimila una oración auténtica; no la práctica de unas normas dictadas
desde fuera y que se pretenden como un “seguro”. Del Espíritu brota la
luminosidad, el esplendor que es propio de la vida llena del alma.
“No he venido a
abolir la ley sino a vivirla en plenitud”. (Mt 5, 17-19). Quien se quede en
una idea superficial (“defendida” por quienes leen superficialmente) de Jesús
“rebelde” contra la ley, no ha entendido ni una letra del Nuevo Testamento. La
Palabra de Dios es siempre Palabra de Dios, en el Antiguo y en el Nuevo
Testamento. La Ley y los Profetas son permanentes porque son diversos momentos
de trasmisión de una Palabra de Dios que se va completando a sí misma, de
acuerdo con un proceso de revelación.
Junto a esa Ley y Profetas fueron surgiendo “los
espirituales”, “los iluminados”, los que se creen que Dios habla por ellos. Y
fueron añadiendo exigencias, obligaciones, interpretaciones…, que como dijo
Jesús en Mc 7, “anulan el mandamiento de
Dios por seguir las tradiciones de los mayores”. Eso ya no era ni Ley ni
Profetas. Eso fue el fariseísmo con el que se encontró Jesús, que había infestado
la Palabra de Dios con la “falsa levadura” de preceptos humanos.
Esos son los que Jesús vino a superar. Y lo hizo enseñando
a interiorizar, pasando de la formulación material de un mandamiento (“se dijo
a los antiguos”) a una llamada al fondo de las conciencias (“pero yo os digo”).
Todo lo que va a seguir en este capítulo 5, y el 6 y el 7, es un camino hacia la plenitud…, para que lo que se viva
por los seguidores del Reino sea algo que coge profundamente a la persona y no
se queda en colgarse una medalla, llevar una imagen, rezar más, encender unas
velas, alimentarse de “unas devociones” que eluden la vida esencial de los
Sacramentos.
Jesús vino a esa plenitud que llega al propio
sacrificio para dar vida: a la llamada a la negación
del YO para poder estar en la línea de Jesús. Porque todo lo demás es
apariencia y acentuación del YO, el enemigo más directo de Dios en cada
persona.
Y concluye Jesucristo con una afirmación lapidaria: El
cielo y la tierra pasarán antes que deje de cumplirse hasta la última letra o
tilde de la Ley. Y el que la “pasa por alto” es el más pequeño en el
Reino.
La Presencia del Mesías entre los hombres, significa el grandísimo deseo del Creador de acercarse a sus criaturas. Y, Jesús, el Mesías, respetuoso con la Ley, viene a dar el verdadero sentido de la ley, a enriquecernos, a iluminarnos al revelarnos el verdadero Rostro de Dios. Jesús es respetuoso con la Ley. Seguir a Jesús es cumplir con la Ley del Amor, de la compasión y el perdón, y hacer brillar nuestra vocación de apóstol; ya que estamos convocados a predicar y enseñar la fe en Jesús a los demás, a difundir el mensaje de Cristo viviendo coherentemente lo que predicamos. Jesús ayúdame a formarme, a ser dócil a tus enseñanzas. Márcame el camino que lleva a la vida. Borra completamente mi YO;No me permitas nada que se interponga entre Tú y yo
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