No he venido a ser servido
No deja de ser una llamada interior muy clara para que
nuestra actitud sea más de servicio que de buscar los reconocimientos de lo que
hicimos. Desde el sentimiento profundo de su Corazón, Jesús se lo dijo a los
apóstoles: No he venido a ser servido
sino a servir y dar mi vida en rescate por todos.
Y sabía muy bien que era el Maestro y el Señor. Pero lo que hizo fue ponerse a los pies de
sus apóstoles para lavárselos y que así
tuvieran parte con él. Y la parte “con Él”, con su Corazón, fue la de un mandamiento nuevo: que os améis los unos
a los otros como Yo os he amado.
Sobrepasaba el “amor como a uno mismo”. Ahora estamos
llamados al “amor como el del Corazón de Jesús”
SANTOS PATRONOS DE MÁLAGA,
CIRÍACO Y PAULA
Hoy es la solemnidad litúrgica de los Patronos de Málaga,
San Ciríaco y Santa Paula.
Las lecturas son: Sab 3, 1-9: los insensatos pensaban que
la muerte de estos mártires era una desgracias; que cumplían así un castigo, y
que morían como un fracaso. Los que confían en Dios saben que era un paso a la
inmortalidad y que recibían grandes favores. Dios los halló dignos de sí.
1P 4, 13-19: estad alegres cuando compartís los
padecimientos de Cristo. ¡Dichosos por ello, porque el espíritu de Dios reposa
sobre vosotros! Sufrir por ser cristiano da gloria a Dios.
Lc 21, 9-19: Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá.
Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
La LECTURA CONTINUA nos lleva hoy a un aspecto de la
oración. Ayer se dijo que fuera muy íntima, muy en el interior, donde ve Dios. Hoy nos dice que no necesita muchas palabras. Los paganos
emplean palabrería como si Dios necesitara de ello. Y Jesús propone una oración
muy rica y a la vez escueta: el Padre
nuestro, que encierra todo lo esencial y no necesita de muchas vueltas. Eso
sí: orar con el Padre nuestro y pedir a Dios que perdone, pues ya hemos perdonado, está poniendo una exigencia muy
importante y hasta condicional: si queremos el perdón de Dios, hemos de otorgar
perdones a quienes nos ofenden. Y la mediada de nuestro perdón es la mediada
del perdón que recibiremos. Esto es más serio de lo que parece, y obliga a
revisar esos perdones nuestros.
Yendo a otros textos evangélicos, Jesús habla de una
oración insistente. (Lc 18, 1). Y
pone la parábola de la viuda que obtiene justicia tras insistirle tanto al juez
que éste no tiene ya más remedio que escucharla.
Oración humilde
(Lc 18, 9): la del publicano que no se atrevía a levantar los ojos y solamente
pronunciaba una oración breve: Ten
misericordia de mí, que soy un pecador. No apela a ningún mérito, a ningún “derecho”,
al contrario del fariseo que vino a orar con tanta soberbia de hombre que se
considera mejor que nadie. Jesús emite juicio y dice que el fariseo no obtuvo
nada de su oración. Sí obtuvo todo el publicano.
Aún añade Lc 18, 15 un dato más: oración como la de un niño, que es plenamente confiada,
abandonada. Un niño se acerca
verdaderamente porque no recela, porque es un corazón limpio. Pues así
hemos de orar nosotros: desde una postura casi infantil ante la paternidad
maravillosa de Dios.
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