La fortaleza del Corazón de
Jesús
Jesucristo fue hombre fuerte. Tuvo la fortaleza de una
persona que mira al frente y no da pasos atrás. La fortaleza de los decididos,
de los que toman en serio la vida porque se toman en serio la voluntad de Dios.
Y la vida nos pone de manifiesto los infinitos modos de presentarse Dios. Unas
veces, que nos agrada. Otras, que nos piden sacrificio. Y siempre, que nos pide
corazones abiertos al amor al prójimo.
Jesucristo afrontó la vida con todo su Corazón. No fue de los que hoy dicen “sí” y mañana “no”.
Su vida fue un “Amén” absoluto; un aquí me tienes, Padre, para hacer tu
voluntad.
El amante del Corazón de Jesús necesita esa fuerza y esa
fortaleza. Tiene que dejarse curtir por los acontecimientos con todo el
corazón.
LITURGIA DEL DÍA
La 2º carta a los Corintios (1, 1-7) comienza con un canto
al optimismo: de cada realidad negativa saca una luz, una razón para ser.
Lo cual es la aplicación exacta de ese Evangelio de Mt 5,
1-12, que es el punto nuclear de un proyecto constituyente del Reino. De cada
situación dolorosa, surge una proyección triunfal. El meollo más central de
todo está en la POBREZA: la humildad, la sencillez, el saber ocupar el último lugar,
el no aparecer, el saberse echar a un lado. El confiar y abandonarse en las
manos de Dios. El saber “perderse”. El saber aceptar cada cosa o persona como
es. El aceptarse uno a sí mismo como es. El acoger la voluntad de Dios aunque no
pueda uno comprender nada. Quien así es POBRE, tiene en sus manos la gran posesión:
Dios es su Rey, su todo, su razón de
ser, la explicación de todo lo que sucede y todo lo que hay que vivir en el día
a día.
Ahora desdobla y explicita Jesús cuál es esa pobreza a la
que se refiere: la de los que sufren sin hundimientos de
ánimo, sin deseos de venganza. Heredarán
la tierra. Será dueños de la situación. Los que lloran: una
concreción de lo anterior. Lloran porque sufren de una u otra forma que viene
provocada –generalmente- desde fuera. Lloran lágrimas suaves, tranquilizadoras.
No hay lágrimas amargas cargadas por la indignación. Serán consolados, porque Dios siempre es más grande. Los
que tienen hambre y sed de fidelidad. Ansían vivir rendidos en los
brazos de Dios, en la bondad paternal de Dios. No quieren otra justicia que la
que hace justos. La que acerca a la manera de ser de Dios. Será saciada su hambre. Dios les sale al paso siempre.
Los misericordiosos. Esos son los verdaderos justos. Han llegado a copiar ese Corazón
misericordioso de Dios, que usa de su amor tanto más cuanto más necesita la
persona. Un Dios que nos amó cuando éramos
pecadores. Así será como alcanzarán
misericordia. Los limpios de corazón. Una forma del corazón misericordioso:
que no le queda nada dentro, que no alberga resquemores, que tiene los ojos
limpios para ver, y el alma limpia para enjuiciar. Ellos ven a Dios porque a Dios no se le ve (ni a los hermanos se
llega) sino desde la limpieza del corazón. Los que trabajan por la paz. Paz
dentro de ellos mismos. Paz activa (que se obtiene con la lucha con el amor
propio). Paz hacia todo lo que rodea. Vivir en paz con el universo, con las cosas
como son y como vienen. Serán llamados “los
hijos de Dios”, porque Dios no engendra sino desde la paz. Hasta llegar a padecer
por la fidelidad: fieles aunque se deje uno la piel, aunque otros
persigan y dañen, precisamente porque vive uno fiel a Dios y a la voluntad de
Dios. Que esa persecución la tiene asegurada todo el que viva fiel. Porque el
mundo vive en el hemisferio contrario, y no soporta que haya personas fieles a
unos criterios y principios que vienen dados por Dios.
La Sagrada Escritura nos enseña que la misericordia de Dios es ETERNA, es decir sin límites en el tiempo; es INMENSA, sin límites de lugar ni espacio; es UNIVERSAL,pues no se reduce a un pueblo o raza y bes tan EXTENSA y AMPLIA como son las necesidades del hombre.
ResponderEliminarEl Señor hizo de esta bienaventuranza el camino recto para alcanzar la felicidad en esta vida y en la otra.
Quen desee alcanzar misericordia en el Cielo,debe practicarla en este mundo.Por muy justa que llegaran a ser las relaciones entre los hombres, siempre será necesario el ejercicio de la misericordia.
Por el catecismo aprendimos cuales eran las obras de misericordia,las espirituales y las corporales.Abarcan todas las necesidades del hombre y es buen recordarlas y aplicarlas en cada situación que se nos presente.
Hay en el Cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena.