La oración de Jesús
Jesús oró. Oró mucho. Oró en momentos dulces y en tiempos
amargos. Oró en lo diario y en lo que se presentó como difícil. El Corazón de
Jesús, humano y viviendo la plenitud de vida humana, tuvo en la oración al
Padre su gran fuerza, su desahogo, su gozo, su necesidad, su llanto y sus
alegrías más profundas.
Cuando los apóstoles le pidieron una oración que les
distinguiera como discípulos de tal Maestro, Él les puso por delante lo nunca
visto: dirigirse a Dios como Padre nuestro. Había ahí dos puntos
distintivos: decirle a Dios: “Padre”, y saber que es “nuestro”, de todos los
hijos por igual. Y aprender –a la vez- que las relaciones entre nosotros deben
ser de hermanos, hijos de un mismo Padre.
LITURGIA DEL DÍA
San Pablo “presume” hoy (2Cor 11, 18, 21-30). Otros están
siendo escuchados por unos méritos humanos. Y Pablo se yergue y dice: voy a
hacer una tontería. Si los demás tienen títulos humanos para presumir, yo tengo
muchos más que ellos. Si os encandiláis u os acobardáis los cristianos por esos
que tanto presumen, yo voy a presumir más. Y pone por delante ese amplio
abanico de méritos que él reúne, por el que es tan digno o más que otros de ser
tenido en consideración. Luego concluye que de todos esos títulos, de lo que él
presume, en realidad, es de su propia debilidad. Porque en esa debilidad es
donde puede encontrarse a Dios.
Leía yo ese trozo de la carta y pensaba en nosotros,
cristianos del siglo XXI, tantas veces acobardados y callados ante todos los
gritos y discursos de los enemigos de la fe, y pensaba que nos haría falta
hacer como Pablo: si otros hablan y dicen y gritan, nosotros –desde nuestra
debilidad de creyentes (que es la fuerza de Dios), deberemos tomarnos en serio
una mayor decisión y valentía para defender nuestros valores cristianos,
nuestros principios y expresiones prácticas de nuestra fe. Y si es que nos
consideramos poco instruidos para dar razón de nuestra fe, se impone por
obligación de conciencia coger el CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA y recordar o
renovar o formarnos en esos principios de nuestra fe. Que no basta con creer;
hay que saber dar razón de lo que
creemos.
El Evangelio –Mt 6, 19-23- es una realidad práctica de esa
nuestra fe: No riquezas humanas, que pueden
robar los ladrones y comerlas las polillas, sino tesoros espirituales, los que
valen en el Cielo. Porque donde tengamos
nuestro tesoro, estará ahí el corazón. Y es para pensar dónde tenemos
muchas veces nuestros centros de atención, nuestros vanos tesoros afectivos,
nuestros temores de perder, nuestro sinvivir porque sospechamos de todo…
Jesús formula entonces un pensamiento que hay que meditar y
examinar dentro de cada uno: el ojo de tu
intención, el centro de tu interés, “la
lámpara de tu cuerpo” es precisamente el modo como se miran las cosas. Y
dice Jesús: si tu ojo está enfermo, todo
tu cuerpo está enfermo; si tu cuerpo está a oscuras, ¡cuánta oscuridad!
Según es tu mirada (tu visión de cosas y personas), así
eres tú. Y cuando tu visión es recelosa, crítica, negativista, tu vida está en
oscuridad. Y entonces, ¡cuánta oscuridad proyectas también hacia afuera!
Todo esto se puede pasar de corrida o detenerse seriamente
a hacer un examen de la propia realidad. Elegimos, pues, entre LUZ y OSCURIDAD.
El plato está servido.
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