27 de mayo de 2015 (ZENIT.org)
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estas catequesis sobre la familia, hoy quisiera hablar de
noviazgo. El noviazgo --se escucha en la palabra (en italiano se dice
‘fidanzamento’ ndr.)-- tiene con ver con la confianza, la confidencia, la
fiabilidad. Confianza con la vocación que Dios dona, porque el matrimonio es
sobre todo el descubrimiento de una llamada de Dios. Ciertamente es una cosa
bella que hoy los jóvenes puedan elegir casarse sobre la base de un amor
recíproco.
Pero precisamente la libertad de la unión requiere una consciente
armonía en la decisión, no solo un simple entendimiento de la atracción o del
sentimiento de un momento, de un tiempo breve. Requiere un camino. El
noviazgo, en otros términos, es el tiempo en el que los dos están llamados a
hacer un buen trabajo sobre el amor, un trabajo partícipe y compartido, que va
a la profundidad.
Se conocen el uno al otro: el hombre entiende a la mujer
aprendiendo de esta mujer, su novia; y la mujer entiende del hombre
aprendiendo este hombre, su novio. No infravaloremos la importancia de este
aprendizaje: es un compromiso bonito, y el amor mismo lo requiere, porque no es
solamente una felicidad sin preocupaciones, una emoción encantada… El pasaje
bíblico habla de toda la creación como un bonito trabajo del amor de Dios:
“Dios miró, así dice el libro del Génesis, todo lo que había hecho, y vio
que era muy bueno”. Solamente al final, Dios “descansó”. De esta imagen entendemos
que el amor de Dios, que dio origen al mundo, no fue una decisión improvisada.
¡No!, fue un bonito trabajo. El amor de Dios creó las condiciones concretas de
una alianza irrevocable, sólida, destinada a durar.
La alianza de amor entre el hombre y la mujer, alianza para la
vida, no se improvisa, no se hace de un día para otro, no hay matrimonio
exprés: es necesario trabajar en el amor. Es necesario caminar. La alianza del
amor entre el hombre y la mujer se aprende y se afina. Me permito decir, es una
alianza artesanal. Hacer de dos vidas una vida sola. Es también casi un
milagro. Un milagro de la libertad y del corazón, confiado a la fe.
Tendríamos quizá que comprometernos más en este punto, porque
nuestras “coordinadas sentimentales” están un poco confusas. Quien pretende
querer todo y enseguida, cede también todo --y enseguida-- a la primera
dificultad, o a la primera ocasión. No hay esperanza por la confianza y la
felicidad del don de sí, si prevalece la costumbre de consumar el amor como una
especia de “integrador” del bienestar psico-físico. ¡El amor no es esto! El
noviazgo se centra en la voluntad de cuidar juntos algo que nunca deberá ser
comprado o vendido, traicionado o abandonado, por tentadora que pueda resultar
la oferta.
También Dios, cuando habla de la alianza con su pueblo lo hace,
algunas veces en la Biblia, en términos de noviazgo. En el libro de Jeremías,
hablando al Pueblo cómo se había alejado de Él, dice así en el capítulo 2. ‘Yo
recuerdo el tiempo de tu juventud, el tiempo de tu noviazgo’ Cuando el Pueblo
era la novia de Dios y Dios ha hecho este recorrido de noviazgo.
Hace también una promesa, lo hemos oído, ahí, al inicio de la
audiencia en el libro de Oseas. ‘Te haré mi esposa para siempre, y te
daré como dote el derecho y la justicia, en el amor y la compasión. Te
daré como dote mi fidelidad, y entonces conocerás al Señor’ . Es un largo
recorrido que el Señor hace con su Pueblo en este camino de noviazgo. Al final
Dios se casa con su Pueblo, en Jesucristo, se casa en Jesús con la Iglesia, el
Pueblo de Dios es la esposa de Jesús.
Pero cuánto camino, y vosotros italianos, en vuestra literatura,
tenéis una obra maestra sobre el noviazgo. Es necesario que los jóvenes lo
conozcan, lo lean. Es una obra maestra donde se cuenta la historia de los
novios que han sufrido mucho dolor, han hecho un camino de muchas dificultades
hasta llegar al final, al matrimonio. Pero no dejéis de lado esta obra maestra
sobre el noviazgo que la literatura italiana os ha ofrecido. Es necesario ir
adelante, leerlo y ver la belleza, también el sufrimiento, pero la
fidelidad de los novios. (se refiere a I
promessi sposi de Alessandro Manzoni)
La Iglesia, en su sabiduría, cuida la distinción entre el ser
novios y ser esposos, precisamente en vista de la delicadeza y la profundidad
de esta verificación. Estemos atentos a no despreciar a la ligera esta sabia
enseñanza, que se nutre también de la experiencia del amor conyugal felizmente
vivido. Los símbolos fuertes del cuerpo conservan las claves del alma: no
podemos tratar los vínculos de la carne con ligereza, sin abrir alguna herida
duradera en el espíritu. (1
Cor 6,15-20).
Cierto, la cultura y la sociedad de ahora se han convertido
lamentablemente indiferentes a la delicadeza y a la seriedad de este pasaje. Y
por otro lado, no se puede decir que sean generosos con los jóvenes que tienen
serias intenciones de formar una familia y a traer hijos al mundo. Es más, a
menudo ponen mil obstáculos, mentales y prácticos.
El noviazgo es un recorrido de vida, que debe maturar, como la
fruta. Es un camino de maduración, el amor. Hasta el momento en el que se
convierte precisamente en matrimonio.
Los cursos prematrimoniales son una expresión especial de la
preparación. Y nosotros vemos muchas parejas, que quizá llegan al curso un poco
sin ganas. ‘Estos sacerdotes nos obligan a hacer este curso, pero ¿por qué?
Nosotros ya sabemos...’ Lo hacen sin ganas. Pero después están contentos y dan
las gracias, porque de hecho han encontrado allí una ocasión --a menudo la
única-- para reflexionar sobre su experiencia en términos no banales.
Sí, muchas parejas están juntos desde hace mucho tiempo, quizá
también en la intimidad, a veces viviendo juntos, pero no se conocen
verdaderamente. Parece extraño, pero la experiencia demuestra que es así. Por
eso, se debe revalorar el noviazgo como tiempo de conocimiento recíproco y de
compartir un proyecto.
El camino de preparación al matrimonio viene configurado en esta
perspectiva, valiéndose también del testimonio simple pero intenso de los
cónyuges cristianos. Y dirigiéndose también aquí sobre lo esencial: la Biblia,
de redescubrir juntos, de forma consciente; la oración en su dimensión
litúrgica, pero también esa oración ‘doméstica’, de vivir en familia. Los
sacramentos, la vida sacramental, la confesión, la comunión... El Señor
viene a vivir en los novios y les prepara para recibirles verdaderamente el uno
con el otro con la gracia de Cristo; y a la fraternidad con los pobres y con
los necesitados, que nos invitan a la sobriedad y a compartir. Los novios
que se comprometen en esto, ambos, esto lleva a preparar una bonita celebración
del matrimonio. De forma distinta, no mundana, sino de forma cristiana.
Pensemos en estas palabras de Dios que hemos escuchado cuando Él
habla a su pueblo, como el novio a la novia. ‘Te haré mi esposa para siempre,
y te daré como dote el derecho y la justicia, en el amor y la compasión.
Te daré como dote mi fidelidad, y entonces conocerás al Señor’.
Cada pareja de novios piense en esto y diga el uno al otro ‘te
haré mi esposa, te haré mi esposo, espero ese momento’. Es un momento, es un
recorrido que va despacio hacia adelante y que es un recorrido de
maduración. No deben quemarse las etapas del camino. La maduración se hace así,
paso a paso.
El tiempo del noviazgo puede convertirse de verdad en un tiempo de
iniciación, ¿a qué? a la sorpresa, a la sorpresa de los dones espirituales con
los cuales el Señor, a través de la Iglesia, enriquece el horizonte de la nueva
familia que se dispone a vivir en su bendición.
Ahora, invito a rezar a la Sagrada Familia de Nazaret, Jesús, José
y María. Rezar para que la familia tenga este camino de preparación. Y rezar
por los novios. Rezamos a la Virgen todos juntos, un Ave María por todos los
novios para que puedan entender la belleza de este camino hacia el matrimonio.
Ave María… "
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