La petición al Padre
Una de las cosas que sobresalen en el evangelio de hoy (Jn
16, 23-28) es la afirmación de Jesús en aquella tarde-noche del Jueves Santo: En aquel día pediréis en mi nombre y no os
digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues
el Padre mismo os quiere. Es llamativo porque lo normal es que vivamos
la mediación de Jesús porque Jesús es quien lleva al Padre nuestras oraciones.
Aquí nos afirma que no nos dice que Él rogará al Padre…, y la razón es tan
consoladora como sentirnos nosotros amados por el Padre con ese amor de
cercanía que pone al Padre a la escucha directa de nuestras súplicas.
No voy a decir que a mí me resulta sorpresivo pero sí tengo
constatado que mucha gente tiene al Padre Dios en ese extremo lejano al que el
ser humano no llega o no se atreve a llegar. Y nos pasa un poco como aquel
pueblo aterrado que suplicó a Moisés que les hablara él pero que no les hablara
Dios.
Yo confieso que muchas veces dirijo mi oración al “Corazón
de Dios”, ¡el Corazón del Padre!, sintiendo mucho al Dios que me
quiere. Y hoy viene Jesús a decirnos eso: que ni tiene Él que rogar por
nosotros porque ya nos ama (“nos quiere”) nuestro Padre Dios. Y si la
traducción es fiel al original, el QUERER es más que el AMAR, por aquello de
que en el “querernos Dios” entra una componente de cercanía y amistad que casi no nos hubiéramos
atrevido a pensarlo así.
Es evidente que en ese “querer” está Jesús por medio: por quien todo fue hecho; o como dice
aquí hoy: porque vosotros me queréis y
creéis que yo salí del Padre. Jesús no puede no estar. Pero lo grande es
que nos abre la puerta para que vivamos con el Padre la misma confianza que
tenemos o podemos tener en Él. Y por eso también nos invita a pedir al Padre en mi nombre, y os lo dará.
Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.
En los Hechos (18, 23-28) tenemos a un tal Apolo, hombre elocuente y versado en la Escritura
pero poco ducho en el evangelio. Exponía la vida de Jesús con mucho acierto
pero tenía que dejarse instruir sobre el
camino del Señor. Mérito en él que se dejó enseñar, y mérito en los
discípulos que no tomaron celos de aquel personaje que irrumpía en el
apostolado. Su presencia, con la ayuda de
la gracia, contribuyó mucho al provecho de los creyentes. No deja de ser un estímulo y una lección para
todas esas celotipias que nos surgen en nuestra obra eclesial, en la que tan
fácilmente nos sentimos “pisados” cuando surge alguien que también sabe hacer
lo que nosotros hacíamos.
Me queda que FELICITAR HOY A MARÍA en este día de sábado. Y
aunque todos los días del mes -¡y todos los días del año!- deben ser una
permanente felicitación de un hijo a su Madre, el sábado de Mayo parece invitar
más a ir a María con nuestra “tarjeta de felicitación” cargada de detalles,
queriendo hacernos más presentes a ella y no con las manos vacías.
Claro: a una madre le parece igual de valioso el cuadro que
le pinta su hijo mayor con todas las técnicas aprendidas en su estudio, que el
garabato que le trae el hijo pequeñito que viene todo ilusionado a ofrecerle a
su madre “aquella obra de arte” que él ha pintado con sus ceras.
Posiblemente muchas veces sólo sepamos llevar a María
nuestros “garabatos” del día o de la semana. A ella le saben a gloria, porque
le saben a cariño y amor.
Me alegra mucho saber que esos garabatos que presentamos a Nuestra Madre , cosas acabadas no con la perfección que desearíamos , o a medio acabar por cansancio o a regañadientes, Ella las acoge con cariño; porque sabemos con certeza que siempre estamos bajo su manto.
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