25 de mayo de 2015 (ZENIT.org)
Las riquezas deben servir para el bien común. Una abundancia de
bienes vivida de forma egoísta y triste quita esperanza y está en el origen de
cualquier tipo de corrupción, grande o pequeña. Así lo afirma el Santo Padre
durante la homilía de la misa celebrada en Santa Marta.
De este modo, ha comentado el pasaje del joven rico que quiere
seguir a Jesús. El joven se queda triste cuando Jesús le pide que venda sus
riquezas. De golpe, “la alegría y la esperanza” en ese joven rico desaparecen,
porque no quiere renunciar a su riqueza. Por eso, el Santo Padre ha señalado
que “el apego a las riquezas está en el inicio de todo tipo de corrupción, por
todas partes: corrupción personal, corrupción en los negocios, también en la
pequeña corrupción comercial, de esa que quita 50 gramos al peso exacto,
corrupción política, corrupción de la educación…”. Y ¿por qué?, se ha
preguntado. “Porque los que viven apegados a los propios poderes, a las propias
riquezas, se creen en el paraíso. Están cerrados, no tienen horizonte, no
tienen esperanza. Al final tendrán que dejar todo”.
Asimismo, ha explicado que “hay un misterio en la posesión de las
riquezas”. “Las riquezas tienen la capacidad de seducir, de llevarnos a una
seducción y hacernos creer que estamos en un paraíso terrestre”, ha observado.
Sin embargo, ese paraíso terrestre es un lugar sin horizonte, ha indicado el
Papa. “Vivir sin horizonte es una vida estéril, vivir sin esperanza es una vida
triste. El apego a las riquezas nos entristece y nos hace estériles”, ha
precisado. Y ha explicado que utiliza el término “apego” y no “administrar bien
las riquezas”, porque las riquezas son para el bien común, para todos. Y si el
Señor se lo da a una persona es para que esa persona lo haga para el bien de
todos, no para sí mismo, no para que lo cierre en su corazón, que después con
esto se hace corrupto y triste, ha advertido Francisco.
Y así ha proseguido señalando que las riquezas sin
generosidad “nos hacen creer que somos poderosos, como Dios. Y al final
nos quitan lo mejor, la esperanza”.
Para finalizar, el Pontífice ha recordado que Jesús indica en el
Evangelio cuál es la forma justa para vivir una abundancia de bienes: “la
primera bienaventuranza: ‘bienaventurados los pobres de espíritu’, es decir,
desprenderse de este apego y hacer que las riquezas que el Señor le ha
dado sean para el bien común. La única manera. Abrir la mano, abrir el corazón,
abrir el horizonte. Pero si tienes la mano cerrada, tienes el corazón cerrado
como ese hombre que hacía banquetes y llevaba vestidos lujosos, no tienes
horizontes, no ves a los que tienen necesidades y terminarás como ese hombre:
lejos de Dios”.
La idolatría del dinero es un gran obstáculo que se opone al seguimiento de Jesús. La felicidad no se puede comprar con dinero. El inicio del camino con Jesús es de despojamiento de lo que se tiene, es dar y compartir. Esto nos cuesta entenderlo y llevarlo a la práctica, tanto que ,si de nosotros dependiera, nuestra salvación correría un tremendo peligro; pero infinitamente más grande que nuestras ambiciones egoístas es la misericordia de Dios y su AMOR. Nada es imposible para Él si confiamos y le entregamos todo lo que somos, pues, aunque somos la nada y el pecado, Él nos irá transformando pocoa poco; nos irá cambiando el corazón y nos ayudará a contemplar a los más necesitados. Señor, no permitas que las riquezas nos impidan verte y seguirte con fidelidad.
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