Lo que sería el sábado
Mi deseo es que no quede manco el paso de estos dos días de
ausencia mía, y por eso adelanto alguna cosa que podría reflexionarse el
sábado, punto final del tiempo pascual en la vida ordinaria.
En Hechos 28, 16-20, 30-31 se concluye la lectura
continuada de ese libro de los Hechos de los Apóstoles que –como se ha podido
ver, se convierte en la historia de Pablo a partir de un determinado momento.
Concluye con la estancia en Roma del Apóstol, preso pero libre para ejercer su
labor, con sólo un soldado para vigilarlo. Justifica por qué está en esta
situación: lo hubieran puesto en libertad en Jerusalén pero la oposición de los
judíos le hizo apelar al César. Vivió en Roma dos años, predicando y enseñando
la vida de Jesús con toda libertad, sin que nadie lo molestase.
No se concluye más. La tradición nos dice que murió
martirizado.
El 4º evangelio concluye con dos notas específicas: el misterio y el 2º epílogo. Cuando Jesús hubo conferido a Simón regir a la Iglesia
(“mis ovejas; mis corderos”), le hizo
una llamada que parecería “nueva”: SÍGUEME. De hecho Pedro ya llevaba
tres años siguiéndolo y además enamorado
de aquella persona y obra de Jesús. ¿A qué venía ahora esta llamada?
Aparte de otras explicaciones, yo me centro en el valor de
una respuesta en este momento, “a toro pasado”, cuando ya se conoce la vida,
pasión, muerte en cruz y resurrección del Maestro. Así, con esas mimbres:
quieres Pedro seguir conmigo? Tú, el escandalizado cuando anuncié mi cruz, ¿te
decides a seguirme cuando te anuncio la tuya? No era, pues, un juego. Era el
momento de reafirmar el amor primero. En realidad más que reafirmado por aquel “Tú
sabes todas las cosas y tú sabes que TE QUIERO”.
Pero hay más: Simón se quedó en la espera de qué ocurría
con el discípulo amado ¿Se quedaba o se venía? Éste, ¿qué? Y la respuesta, corroborada
por el propio evangelista es que Jesús se limita a decirle a Pedro que ahora le
toca sólo a él y que de lo demás no le toca saber. Para mí es un momento
decisivo, envuelto en el misterio. No hay explicación por parte de Jesús. Sólo
un “a ti, ¿qué?” con el que se zanja
la cuestión, repitiéndose el “TÚ, SÍGUEME”. A mí me significa mucho esta
respuesta porque me indica que de lo mío soy responsable yo; de mi respuesta,
yo he de ser quien dice y quien hace. No me vale pretender apoyos. Soy alguien
a quien se le llama, y la respuesta mía es personal e intransferible.
Que el EPÍLOGO segundo, que muy bien iría conectado con esa
realidad personal: yo he de escribir mi propio evangelio que irá llenando las
estanterías del mundo, porque yo he de repetir en mi vida la vida y hechos de
Jesús. Yo he de ser testigo de sus palabras, y de alguna manera concretar las otras muchas otras cosas que hizo Jesús.
Soy llamado con nuevos: “sígueme” en
los que cada respuesta es una ratificación de la anterior y avanzadilla de
nueva llamada.
El final de este evangelio es una enciclopedia que contiene
un arsenal de comunicaciones de Dios al alma. Nos toca ir escribiendo esos nuevos capítulos que irán llenando el mundo…, o
al menos, el mundo en el que cada uno nos desenvolvemos.
Del Costado de Cristo fluyen torrentes de agua Viva. Su Corazón lo tiene abierto y nos llama a cada uno por su nombre con un "SÍGUEME".El agua que sale de su Costado es la que ofreció a la Samaritana.Quita la sed, limpia y fecunda. Es un fuego que no se extingue, que transforma y enamora. Es un óleo que unge, que cura las heridas. Es la Fuerza de Dios, el AMOR de Dios, la Santidad de Dios que se nos regala.
ResponderEliminarDios nos ha abierto su Corazón,permitámosle que nos impregne de todas las gracias que necesitamos y que nosotros no sabemos pedir. QUEREMOS AMARLE, queremos hacer sólo lo que es grato a sus Ojos, Le rogamos que nos ilumine para no equivocarnos, que el Espíritu corte, de una buena vez,todos nuestros apegos idolátricos que nos separan de nuestro Creador..