La Santísima Trinidad
Las celebraciones del año litúrgico concluyeron con la
celebración de Pentecostés el pasado domingo. Ahora quedan determinadas
acentuaciones de misterios cristianos de mucha importancia, que la Iglesia nos
pone delante para avivar aspectos centrales de nuestra fe: la Santísima
Trinidad, el Corpus, el Sagrado Corazón.
Hoy detenemos la atención en la esencia íntima de Dios, que
es UN SOLO DIOS, pero que por ser tan infinito se desenvuelve y manifiesta en
TRES PERSONAS.
Jesucristo nos lo pone delante en su despedida de este
mundo, cuando envía a sus apóstoles a predicar el evangelio por todo el mundo, bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Un Dios que no tiene igual, como nos lo expresa Moisés
hablando a su Pueblo, y exhortándole a reconocer
que el Señor es el único Dios, allá arriba en el Cielo y aquí abajo en la
Tierra. En consecuencia hemos de aceptar y vivir sus preceptos, mandatos y
enseñanzas.
Es el mismo Dios, que es Padre, y que envía a su Hijo al
mundo. Y nuestro mundo ha tenido la insospechable realidad de que Dios ha
vivido en nuestra tierra, ha caminado por nuestros caminos, ha trabajado como los otros hombres. Ha padecido como uno
cualquiera y con su muerte ha levantado de la basura al pobre hombre que somos,
y nos ha levantado y nos ha hecho poco menores que los ángeles. Gracias a la
obra de Dios en nuestro mundo, en le persona de Jesús, nosotros podemos mirar a
Dios y caminar hacia Él, siguiendo las huellas del Hijo.
Y el Hijo, al marcharse de ste mundo para regresar al trono
del Cielo, nos ha enviado a Dios, en la Persona del Espíritu Santo, que vive
dentro de nosotros y que cierra el círculo de nuestra vida con esa impensable
realidad de que el hombre mortal pueda dirigirse a Dios y llamarle: ¡PADRE!
En consecuencia nosotros somos hijos de Dios y somos –en Cristo-
herederos de la Gloria del Padre.
Todo ello está marcado a fuego en nosotros por el carácter bautismal, una señal
imborrable que llevamos grabada a fuego en el alma desde el momento de nuestro
Bautismo.
Y una realidad que nos transforma y nos hace dignos de
acercarnos a recibir a Jesús en la Comunión y a participar de pleno derecho en
todos los misterios cristianos, porque hemos sido elevados a ser HIJOS DE DIOS.
*** ***
***
Al acabar el MES DE MARÍA, no podemos menos que tener unas
palabras de despedida y alabanza hacia la Madre de Jesús y Madre nuestra. Una
despedida que no es más que de este mes, puesto que de la Virgen Santísima no
nos despedimos nunca, pues ella sigue de día en día muy presente en nuestras vidas.
Hoy completamos el ramillete de flores que hemos ido reuniendo durante este mes, y las traemos a
los pies de María. Y aunque hoy la liturgia de la Santísima Trinidad se
sobreponga a la fiesta mariana del día 31: la visita de María a Isabel, no
pasamos por alto que Ella, nuestra Madre, sigue visitándonos a nosotros y con
ella llega siempre a nuestra casa el Hijo de sus entrañas. Ella es un regalo
vivo y –con la reacción de Isabel- decimos: Bandita
tú entre la mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde que venga a
visitarnos la Madre del Señor?
"Dios es mi Padre". Si lo meditas,no saldrás de esta consoladora meditación.
ResponderEliminar"Jesús es mi Amigo entrañable,que me quiere con toda la divina locura de su Corazón.
"El Espiritu Santo es mi Consolador",que me guía en el andar de todo mi camino.
La contemplación y la alabanza a la Santísima Trinidad es la sustancia de nuestra vida sobrenatual y también nuestro fin:porque en el Cielo, junto con nuestra Madre Santa María--Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo ,Esposa de Dios Espiritu Santo ¡Más que Ella, sólo Dios!,nuestra felicidad y nuestro gozo,será una alabanza eterna al Padre,por el Hijo, en el Espíritu Santo.
Aunque hago siempre mis oraciones, teniendo presente lo poco que soy y lo poco que tengo que pueda agradar a Jesús, nunca he pensado en esta sencilla oración :SENOR, LLENA MI VACÍO Y VACÍA MI LLENO.
ResponderEliminar