EL ESPÍRITU SANTO
Estamos en la recta final del tiempo pascual, que comenzó
en la Resurrección de Jesús y concluirá el próximo domingo con la solemnidad de
Pentecostés. Las lecturas, de uno u otro modo, están poniendo siempre alguna
nota de referencia al Espíritu Santo. El Espíritu Santo conduce a una determinada situación; el Espíritu Santo inspira alguna decisión; el Espíritu
Santo vendrá al marcharse Jesús; el Espíritu
Santo procede del Padre y del Hijo;
el Espíritu Santo conduce a la verdad
completa y enseña las cosas que Jesús
ya ha manifestado… Hoy mismo, en la lectura de los Hechos (20, 28-38) el
Espíritu Santo os ha encargado guardar el
rebaño que fue adquirido por la sangre de Jesucristo.
No podemos ni decir: “Jesús es el Señor” si no es bajo la
gracia del Espíritu Santo. Y no debemos lanzarnos al mismo apostolado mientras
no llegue a nosotros la fuerza de lo alto:
el Espíritu Santo de Dios.
Varias veces aparecerá el Espíritu Santo en los hechos de
la vida de Jesús, conduciéndolo al
desierto, posándose sobre Él, o Jesús que habla en la sinagoga y se aplica
a sí aquella profecía de Isaías: El
Espíritu del Señor sobre mí: me ha enviado…
Todo esto quiere decir que vamos envueltos en Espíritu Santo. Si Pablo dice de Jesús que “en él
vivimos, nos movemos y somos”, nosotros podemos afirmar con toda propiedad que
el Espíritu Santo es la atmósfera que nos envuelve, el aire que respiramos, la
fuerza que nos impulsa. Y que nada podemos hacer si no es por ese Espíritu
Santo que empapa la vida de cada persona y de una manera muy peculiar la de
cada creyente. Más hondamente aún: la vida de la persona que vive abierta a
Dios…, que VIVE EN GRACIA DE DIOS.
Es que vivir en Gracia de Dios es vivir en el Espíritu Santo; o dicho del
lado contrario: el Espíritu Santo ha
hecho en nosotros su templo, y vive en
nosotros, y nos acompaña donde estamos, y no se marchará, salvo que la mala
acción y la mala conciencia de alguno actúe en contra de las inspiraciones y
los impulsos al bien que pone en nosotros el Espíritu de Cristo y de Dios. El
ser humano tiene en su mano el inmenso y, a veces terrorífico poder, de
conservar en su vida al Espíritu Santo…, o de expulsarlo de “su sala de estar”.
He ahí la enorme reflexión que se nos pone delante.
En esa reflexión nos ha de ayudar la mirada a la Virgen
María, tan fiel al Espíritu Santo, que
su vida queda enmarcada por dos Presencias de ese Espíritu: al principio y al
final de la historia conocida de María. El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra. María queda bajo el manto sublime de ese Espíritu de Dios. Y el
fruto visible será JESÚS, concebido en el seno de María por la acción
misteriosa del Espíritu Santo.
Luego, Pentecostés se verificará con María y los apóstoles
unidos en oración, tras la ascensión de Jesús. Y allí llegará tumultuosamente
el Espíritu Santo y llenará y plenificará a aquellos apóstoles y volverá a
cubrir a María en el nacimiento de la Iglesia. María será constituida definitivamente
MADRE DE LA IGLESIA porque Ella ha estado ahí en el momento en que el Espíritu
de Jesús ha venido “de lo alto” y se ha posado sobre los primeros miembros de
aquella iglesia, que –a partir de este momento- se lanzarán a llevar la fe de
Cristo y su Bautismo, a todas las gentes.
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