La acción del Espíritu
Hoy aparece de entrada –en el evangelio del día (Jn 15,
26-16, 4)- la referencia al Paráclito. Jesucristo promete que Él lo enviará
desde el Padre, porque ese Espíritu Santo, Espíritu de la Verdad, procede del
Padre. Ese Espíritu dará testimonio de Jesús. Y, desde otro plano (pero también
movidos por ese mismo Espíritu) los apóstoles darán testimonio de Jesús porque
desde el principio han estado con Jesús.
El Espíritu del Señor cobra protagonismo porque Jesús está
despidiéndose, porque Él va a marcharse y no abandona a los que le han seguido
sino que les deja ese Testigo fiel: el espíritu, que les conduce a conocer la
Verdad y vivir en la Verdad. Esto último es lo verdaderamente difícil y para lo
que se necesita tanto de la inspiración de Dios (a través de su Espíritu
Santo). Porque “conocer”, con el conocimiento de la mente y del estudio, puede
obtenerse algo de la verdad. Pero VIVIR EN LA VERDAD es ya una gracia muy
especial que no se supone. Tenemos tal capacidad de camuflaje que podemos
conocer la verdad y que la vida vaya a distancia respecto a esa verdad. Y ha de
ser la acción del Espíritu de Dios la que nos sitúe ante ella. Será el “conocer
bíblico” que es un conocer íntimo del alma y del afecto que llega a hacernos “uno”
con esa verdad. Y eso sólo lo puede realizar ese Espíritu que envía Jesús desde
el Padre.
San Pablo pretendió (Hech. 16, 11-15) reunirse con unos
cristianos que él suponía que se reunían en un lugar. Resultó que el Espíritu
lo conducía a otra misión: un encuentro no previsto con unas mujeres y muy en
concreto con Lidia que se sintió movida por la Palabra de Dios y acabó
invitando a su casa a Pablo y expresando su deseo del bautismo. Se bautizó ella
y toda su familia. Había llegado LA VERDAD a aquella casa.
Un día se presentó el Espíritu a María. Aquella muchacha de
Nazaret tenía sus planes. Iba a casarse y estaba prometida a un buen hombre de
su aldea. El Espíritu del Señor se cruzó en su camino y alteró por completo sus
planes. No iba a ser la cosa como ella la tenía pensada. El Espíritu venía a
decirle que Dios había tenido otro proyecto y que Ella era pieza de ese plan de
Dios. Y María se hace profundamente dócil a aquella acción y deja a un lado su
sueño de muchacha hebrea y entra en el nuevo juego que le propone Dios. Y se
cambia no sólo la historia de María sino la de toda la humanidad
Esto es lo que atrae la atención y lleva a pensar: el Espíritu
de la Verdad se cruza también en nuestras vidas como se cruza en la de María,
en la de Pablo, en la de Lidia. Y al cruzarse en ellos, les altera su plan y
los lleva a otros derroteros. Y esa es la acción que en nosotros, en cada uno
de nosotros, viene a realizar esa acción del Espíritu de la Verdad: que
descubramos a fondo la verdad que hemos de afrontar, y que se encuentra muchas
veces muy tapada por las brozas de nuestros intereses, proyectos personales,
comodidades, egoísmos, “tranquilidades”, desconocimientos de que lo que se ha
cruzado ante nosotros en tal o cual situación ha sido el Espíritu de Dios.
Esto requiere de oración continuada y de búsqueda; de
súplicas y humildad, de saber ceder el propio terreno y dejar actuar a ese
Divino Espíritu que viene de parte de Dios.
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