Lecciones diversas
El Evangelio de hoy (Mc 11, 11-26) es muy variado y
encierra varios temas: la infidelidad de Israel, el respeto al Templo, la fe.
La infidelidad de Israel está expresada bajo una “parábola
en acción”, que es la higuera que no tiene fruto y que es maldecida por Jesús.
Tiene una serie de términos que indican claramente que lo de menos es la
higuera que, no tiene higos porque no es tiempo de higos. Sin embargo Jesús sintió hambre y buscó fruto en ella. Era
otra “hambre” y otros “higos” los que se estaban significando. Hambre de la fe
de ese pueblo que, sin embargo, no da los frutos de respuesta que debiera haber
dado después de tanta preparación como Dios le hizo por medio de los profetas
y, finalmente, por la predicación y la obra del mismo Jesús.
El caso, que causa la admiración de Pedro, es resuelto por
Jesús con una referencia a la fe. Fe, siquiera, mínima, como un grano de
mostaza, que bastaría para mover un monte y que se sumergiera en el mar… Si eso
es así, ¡cuánto más en otras cosas normales! Fe a la hora de pedir, hasta
llegar a creer que lo que se pide ya está concedido aun antes de ver los
efectos. ¡Y se obtiene! Una fe que pide Jesús, y que no es tan normal… Una fe
que deriva hacia una actitud de perdonar lo que se tenga contra otros, y que
redundará en que Dios perdone también las culpas del que había sabido perdonar.
[Todo esto ¿es respuesta a Pedro extrañado por la higuera seca? ¿Estaría
lamentando Jesús que Israel no tuvo ni esa mínima fe? ¿Es una salida de Jesús
que completa pensamiento pero que no es respuesta a la extrañeza de Pedro?].
Hay, en medio de todo eso, otro tema que no es de menor
calibre ni está pasado de moda: el respeto
al Templo. Jesús entró en el Templo aquel día que había “buscado el fruto
de la higuera” y no lo había encontrado. En el Templo encontró todo lo contrario
de lo que debía ser el Templo. Encontró traficantes, cambistas, puestos de
vendedores, traslado de objetos de aquí para allá. Y Jesús tiró por tierra las
mesas de dinero y los puestos de los vendedores. Y tras esa “purificación”
visible y sensible, vino a explicar la razón de lo que había hecho: Está
escrito: mi casa es CASA DE ORACIÓN, y la habéis convertido en cueva de
bandidos. Palabras que iban más dirigidas a los responsables del
Templo, que utilizaban el lugar sagrado para propios beneficios pecuniarios…
No puedo menos que volver la mirada hacia nuestros templos
actuales, las gentes hablando como si estuvieran en la plaza, la falta de respeto al entrar o salir o pasar ante el altar y el
Sagrario…, o hablando por los móviles en voz alta. ¿Qué diría y qué haría Jesús
entrando en una iglesia en la que se está a la espera de un acontecimiento y se
está hablando como en una plaza de toros? ¿Podría decirnos que LA CASA DE ORACIÓN
la hemos convertido en una “casa del pueblo”? Y lo sentiría Jesús con
desagrado.
A lo mejor ahí encajaría el tema de los hombres de bien o los
que no dejaron recuerdo de que ha hablado la 1ª lectura (Ecclo 44, 1,
9-12) Los hombres de bien dejan una
estela de bondad y respeto; no sólo en ellos sino en la educación de sus hijos
y descendientes. A lo mejor habría que pensar en eso cuando vemos hoy la falta
de consideración hacia el lugar sagrado del Templo, y la ignorancia de las
formas más elementales de educación religiosa tanto en jóvenes como en esa “gente
del pueblo” que ha perdido el sentido de lo sagrado y lo religioso. Un efecto
más de la falta de educación cívica en la que ha caído nuestro pueblo.
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