Texto completo de la
homilía de Santo Padre en la misa del Estadio de Amán
24 de mayo de 2014 (Zenit.org) - En el Evangelio hemos escuchado
la promesa de Jesús a sus discípulos: “Yo le pediré al Padre que les envíe otro
Paráclito, que esté siempre con ustedes” (Jn 14,16). El primer Paráclito es el
mismo Jesús; el “otro” es el Espíritu Santo.
Aquí nos encontramos no muy lejos del lugar en el que el Espíritu
Santo descendió con su fuerza sobre Jesús de Nazaret, después del bautismo de
Juan en el Jordán (cf. Mt 3,16), donde hoy me acercaré. Así pues, el Evangelio
de este domingo, y también este lugar, al que, gracias a Dios, he venido en
peregrinación, nos invitan a meditar sobre el Espíritu Santo, sobre su obra en
Cristo y en nosotros, y que podemos resumir de esta forma: el Espíritu realiza
tres acciones: prepara, unge y envía.
En el momento del bautismo, el Espíritu se posa sobre Jesús para
prepararlo a su misión de salvación, misión caracterizada por el estilo del
Siervo manso y humilde, dispuesto a compartir y a entregarse totalmente. Pero
el Espíritu Santo, presente desde el principio de la historia de la salvación,
ya había obrado en Jesús en el momento de su concepción en el seno virginal de
María de Nazaret, realizando la obra admirable de la Encarnación: “El Espíritu
Santo te llenará, te cubrirá con su sombra –dice el Ángel a María- y tú darás a
luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús” (cf. Lc 1,35). Después, el Espíritu
actuó en Simeón y Ana el día de la presentación de Jesús en el Templo (cf. Lc 2,22).
Ambos a la espera del Mesías, ambos inspirados por el Espíritu Santo, Simeón y
Ana, al ver al Niño, intuyen que Él es el Esperado por todo el pueblo. En la
actitud profética de los dos videntes se expresa la alegría del encuentro con
el Redentor y se realiza en cierto sentido una preparación del encuentro del
Mesías con el pueblo.
Las diversas intervenciones del Espíritu Santo forman parte de una
acción armónica, de un único proyecto divino de amor. La misión del Espíritu
Santo consiste en generar armonía –Él mismo es armonía– y obrar la paz en
situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y
de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es
siempre una riqueza. Por tanto, hoy invocamos con corazón ardiente al Espíritu
Santo pidiéndole que prepare el camino de la paz y de la unidad.
En segundo lugar, el Espíritu Santo unge. Ha ungido interiormente
a Jesús, y unge a los discípulos, para que tengan los mismos sentimientos de
Jesús y puedan así asumir en su vida las actitudes que favorecen la paz y la
comunión. Con la unción del Espíritu, la santidad de Jesucristo se imprime en
nuestra humanidad y nos hace capaces de amar a los hermanos con el mismo amor
con que Dios nos ama. Por tanto, es necesario realizar gestos de humildad, de
fraternidad, de perdón, de reconciliación. Estos gestos son premisa y condición
para una paz auténtica, sólida y duradera. Pidamos al Padre que nos unja para
que seamos plenamente hijos suyos, cada vez más conformados con Cristo, para
sentirnos todos hermanos y así alejar de nosotros rencores y divisiones, ypoder
amarnos fraternamente. Es lo que nos pide Jesús en el Evangelio: “Si me aman,
guardarán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito,
que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16).
Y, finalmente, el Espíritu envía. Jesús es el Enviado, lleno del
Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos
enviados como mensajeros y testigos de paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de
nosotros como mensajeros de paz, como testigos de paz! Es una necesidad que
tiene el mundo. También el mundo nos pide hacer esto: llevar la paz,
testimoniar la paz.
La paz no se puede comprar, no se vende. La paz es un don que
hemos de buscar con paciencia y construir “artesanalmente” mediante pequeños y
grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si
reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género
humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre en el cielo y que somos
todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza.
Con este espíritu, abrazo a todos ustedes: al Patriarca, a los
hermanos Obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los fieles
laicos, así como a los niños que hoy reciben la Primera Comunión y a sus
familiares. Mi corazón se dirige también a los numerosos refugiados cristianos;
también todos nosotros, con nuestro corazón, dirijámonos a ellos, a los
numerosos refugiados cristianos provenientes de Palestina, de Siria y de Iraq:
lleven a sus familias y comunidades mi saludo y mi cercanía.
Queridos amigos, queridos hermanos, el Espíritu Santo descendió
sobre Jesús en el Jordán y dio inicio a su obra de redención para librar al
mundo del pecado y de la muerte. A Él le pedimos que prepare nuestros corazones
al encuentro con los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua,
cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericordia
que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias;
la gracia de enviarnos, con humildad y mansedumbre, a los caminos, arriesgados
pero fecundos, de la búsqueda de la paz. Amén.
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