Creemos y nos
fiamos
Un
momento de parada para mirar a María Santísima, la VIRGEN ORANTE…, que así
vivió en atención a Dios. Así respondió a los singulares dones con que se sabía
Ella adornada. Le podían bastar los ratos en que compartía su conversación con
otras muchachas de su edad, para palpar que en Ella hacía Dios maravillas. No
se consideraba mejor que otras pero su espíritu de regocijaba en su Señor. Fue
una adolescente con miras distintas, y una jovencita que sentía a Dios. No una
muchacha rara ni repelente. Muy normal, pero con un “aquel” especial que no
podían dejar de observar sus amigas y
paisanas. Sencilla en su casa, obediente a sus padres, candorosa y alegre. Lo
que es propio de un alma que ora y habla con Dios, y desde los Salmos se eleva
a otras realidades, o desde el recuerdo vivo de las gestas de Dios en la
historia de su Pueblo, se eleva a una penetración intima del Dios que hace
maravillas.
Los
pintores han captado el momento de la anunciación con María en oración. Ni
siquiera hacía falta un ángel: Ella hallaba a Dios y “le entendía”. Por eso,
sin muchas explicaciones, pudo decirle que hiciera en Ella según su voluntad divina.
Todo lo demás que Dios le hablaba, estaba en su corazón abierto a Dios cada día
y a cada instante. Un corazón como ARCA que guarda todos los tesoros –lo
comprendido y lo incomprensible-, y que de ahí va sacando a sus tiempos lo nuevo y lo viejo.
En
Hech 9, 31-42 se refleja un período de paz tras la persecución. Y nos presenta
hechos prodigiosos obrados por Pedro: cura a un paralítico, devuelve a la vida
a una discípula… Y la consecuencia es que muchos creyeron en Jesús, convertidos
al Señor. Por diferentes caminos Jesús está actuando; a Saulo tuvo que abajarlo
de su soberbia derribándolo. Al paralítico Eneas, 8 años postrado, con una
palabra de Pedro: Jesucristo te da la
salud. A Tabita, orando Pedro al lado de su cadáver.
Jesús
obra en cada caso de una manera. En cada manera hay un por qué. Siempre nos
puede resultar difícil descubrir esas “razones”, y todos desearíamos que Jesús
nos sanara pasándonos la mano por la cabeza. Pero Él sabe mejor lo que puede
ser más conveniente.
Podría
haberse expresado “mejor” en Jn 6, 58, en donde acababa el texto de ayer, en
vez de decir tan de frente que hay que
comer mi carne y hay que beber mi sangre para tener vida”. ¡Con lo fácil
que hubiera sido empezar por decir lo que sería un día la Eucaristía! Sólo Él
sabe por qué lo hizo del modo que lo hizo. Desde luego sirvió de filtro porque
con Él se quedaron los auténticamente fieles…; los que no es que entendieran
mejor sino que se fiaron de Él. No supieron ni pudieron entender lo que estaba
diciendo…, pero entendían que sus
palabras eran de vida eterna, y que a
ningún sitio ni persona podían ir si no era con Él. Entonces obró el filtro:
muchos discípulos se fueron porque no
soportaban su lenguaje…, y ya aventura el evangelista que Judas estaba en
ese grupo…, aunque no se marchara. “Pero bien sabía Jesús quién lo iba a
entregar” (apostilla Juan, aunque dice demasiado).
Se
fueron los que se tenían que ir. Los que no se fiaron ni confiaron. De eso
estamos bien informados los que estamos viendo a tantos que estuvieron muy
religiosos en un tiempo, hasta presidiendo movimientos, asociaciones…, y
asistiendo a Misa en latín, y un día –cuando las tornas cambiaron “en el
ambiente”- se apartaron y hasta se convirtieron en enemigos de la Iglesia. Unos
“por más”, y otros “por menos”. O también –por qué no decirlo- los infiltrados
de determinadas ideologías extremosas para infestar centros religiosos e ir
minando la vida, la moral y los criterios de gentes de buena fe. Esos también
un día se escandalizaron y abandonaron… [Bien sabía el Señor lo que
eran…, podría decirnos también el evangelista].
Lo
que debe importarnos es la pregunta que nos haga a nosotros Jesús: ¿También vosotros queréis marcharos?
Esta vez sí que acertó Pedro en tomar la voz cantante y responder por todos.
Porque Pedro era de los que se fiaban de Jesús a pie juntillas. Y dijo
perfectamente convencido (aunque no entendiera nada de aquel “comer mi
carne”…): Y ¿adónde vamos a ir sin ti, si
sólo tú tienes palabras de vida eterna?
Nosotros CREEMOS y SABEMOS QUE TÚ ERES EL SANTO CONSAGRADO POR DIOS.
No sabría ni explicar lo que acababa de decir, pero lo dicho, ahí quedaba como
respuesta de perfecta confianza en su Maestro.
Adónde vamos a ir? Los cristianos vivimos una época privilegiada para dar testimonio de la virtud de la fidelidad. Virgo fidelis, le decimos a la virgen, y le pedimos que nos ayude a ser fieles, luchando cada día para quitarnos obstáculos que nos separan de su hijo.
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