El Padre en
mí´; Yo en el Padre
El
evangelio de Jn 14, 7-14, es una de las perícopas típicas de San Juan que
expresa la divinidad de Jesús. Todo ese párrafo tenemos en el Evangelio de hoy,
no hace sino ir en esa línea: Quien me ha
visto a mí, ha visto al Padre; Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Lo que yo digo, no lo hablo por mi
cuenta. El Padre, que permanece en mí, es el que hace las obras. Yo estoy en el
Padre, y el Padre en mí. Si no lo veis, creed a las obras. Y como esa prueba
del algodón, acaba diciendo que lo que
pidáis en mi nombre, yo lo hago si pedís algo en mi nombre, yo lo haré, que
es la muestra final de la unidad plena al Padre. Antes refirió su misma oración
al Padre; oró al Padre, y dijo que “el Padre es mayor que yo”. Eran dos caras de
la misma realidad: desde su humanidad, el Padre es mayor. Hoy San Juan se eleva
a las alturas de la esencia de Jesús, y muestra a Jesús-Dios.
Este
es gran misterio de nuestra fe, por el que Jesús de Nazaret, al que vemos
constantemente en la lucha de la vida, unas veces lamentándose y otras
suplicante…, unas veces paciente y otras enfrentado a los recalcitrantes; a veces llorando de pena o
pidiendo agua…, un día curando enfermedades y otro en la cruz…, hoy San Juan
nos lleva a la síntesis esencial: ese Jesús es Dios y es igual al Padre, ha
salido del seno del Padre y sigue siendo Dios.
Es
evidente que Juan está ya en esas alturas de su vida en que todo eso es
evidente en su fe, y necesario de trasmitir a una Comunidad que debe tener
conocimiento muy exacto de qué Jesús se le está poniendo ante los ojos para que
depositen la fe plena en Él.
En
la primera lectura –de Hech 13, 44-52, tenemos a Pablo que se sacude el polvo
de los pies ante aquellos judíos a quienes quiso llevar –los primeros- la fe en
Jesús, pero ellos no han respondido. Por
eso me dirigiré a los gentiles (los no judíos). Y lo que para esos es un
motivo de tanta alegría, para un grupo de señoras distinguidas –incitadas desde
fuera- es motivo de una persecución en toda regla. Pablo sacude el polvo de sus
pies como prueba contra esa situación y se marcha a enseñar a Cristo en Iconio.
Y concluye el texto con algo que muestra que Dios estaba por medio: los discípulos se llenaron de alegría.
Cuando
María recibió el encargo de ocuparse de “sus
hijos” –aquellos que concebía al pie de la cruz- ahí estaban igualmente los
de su raza y los “gentiles”. María recibía una maternidad universal. Hoy es nuestra
madre, fruto de esa vida nueva que comenzaba en la sangre que se derrama por
vosotros y por todos. María, madre de Jesús, era también, en plena
verdad la Madre de Dios, por esa realidad que Juan ha puesto en su
evangelio, cuando él escribe ya desde la altura de su teología. Cuando nos
dirigimos a María, estamos también gozando de esa ventaja que nos supone estar
llevando nuestra plegaria o alabanza hasta el mismo Cielo, a la par que nos
sabemos acogidos maternalmente en el regazo de una madre cercana e íntima, que
“pisa nuestro suelo” porque de él salió y en él vivió muy duros y muy gozosos
momentos de su vida.
Lo
que sigue al “endemoniado epiléptico” y aquella pregunta de unos discípulos
extrañados de no haber podido lanzar ellos a “aquel linaje”, es un reencuentro
con el anuncio nítido de la cruz. Jesús es un pedagogo y pedagogo de la verdad.
Les dijo en su momento que el Mesías iba
a padecer, y fue el gran escándalo. Dio Jesús el paso de la transfiguración
para que vieran “la secuencia completa”. El Mesías padece para entrar en su gloria. Ahora, realizada la llamativa
manifestación que llevó a Pedro a querer quedarse en el Tabor, por lo lindo que era aquello, Jesús tiene
que llevarlos a la realidad del proceso que sigue esa “lindeza”. Y yendo ahora
a prisa y sin detenerse –para evitar interrupciones de las gentes-, instruye de
nuevo a los Doce con la mismísima enseñanza del escándalo anterior: nuevo anuncio de la pasión del Hijo del
hombre a manos de los hombres, que le matarán.
Nos
dice el evangelista (Mc 9, 32) que ellos
no entendían tales palabras, y tenían miedo de preguntarle. ¡Qué difícil es
“la ciencia de la cruz! ¡Cuánto cuesta tragársela! ¡Cómo se revuelve cualquiera
ante el dolor, y qué poca afinidad con la verdad misma de la vida! “Combatimos
con Dios los años enteros y por el temor de ser desgraciados, permanecemos
siempre miserables”
A lo largo de los siglos ,elSeñor ha querido multiplicar las señales de su asistencia misericordiosa y nos ha dejado a María como faro poderoso para que sepamos orientarnos cuando estamos perdidos, y siempre.En los peligros ,en las angustias,en las dudas,piensa en Marría,invoca a María.Si Ella te tiene de su mano,no caerás;si te protege,nada tendrás que temer;no te fatigarás,si es tu guía;llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara.
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