El valor de lo
humano
Digo:
el valor de lo humano cuando es tocado por Dios Y me refiero a San
Matías, el apóstol cuya fiesta celebramos hoy, y que vino a suplir la baja de
Judas. (Hech 1, 15-17; 20-26)
¿Cómo
fue designado “apóstol”? Los Once establecieron un baremo inicial: “uno que se asocie a nosotros como testigo de la resurrección; uno de los
que nos acompañaron mientras Jesus
estuvo con nosotros, desde el Jordán
(desde Juan Bautista) hasta nuestros días”. Salieron dos nombres que reunían esas
condiciones: uno era un tal José, apellidado Bernabé, y conocido como “Justo),
y otro, que era Matías. Y ya no sabían avanzar más en la incorporación de uno u
otro. Les quedaba que orar: “Señor,
muéstranos a cual de los dos has elegido…”
Y
uniendo lo divino a lo humano, y poniendo el elemento humano del que podían
disponer –echar a suertes- permanecieron en esa oración y echaron a suerte para
saber a quien había elegido el Señor.
A
mí me causa una especial emoción este modo de elección. Me lo causa porque el
Señor no anula nuestras realidades humanas, sino que se sirve de ellas. Y lo
sublime es sabernos tan bien metidos en esa obra de Dios –de Dios que cuenta
con lo humano- que puede echarse a suerte una elección, siempre que se haya
orado intensamente y no se tenga más deseo que hallar la voluntad de Dios, sin
posturas previas humanas.
Esto
concede un gran valor a los medios de elección que propone San Ignacio cuando
no hay unas evidencias espirituales directas y hay que recurrir a las razones,
pros y contras, planteamiento de estarse la persona ante la presencia misma de
Dios, o la gran psicología de aplicarse a uno
mismo lo que uno aconsejaría a un tercero que estuviera en su misma
situación.
Si
eso se hace meramente como planteamiento de inventario o psicológico, no
valdría cuando se trata de buscar la voluntad de Dios y acogerse a ella. Pero
cuando la persona se ha situado previamente en equilibrio de su espíritu, y
busca honradamente, y luego se va ante
el Señor para que sea el Señor quien
–en oración sincera- apruebe o
desapruebe, entonces se habrá unido lo divino a lo humano…, y lo humano
empezará a ser divino.
El Evangelio de la fiesta (Jn 15,
9-17) nos pone la razón esencial: “No me
habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo
os elegí a vosotros” Ahí está el secreto. Ha sido Jesús quien eligió,
lo mismo a aquellos primeros Doce que ahora –habiendo fallado uno- al elegir a
quien ha de sustituirlo en ese ministerio que Judas no supo ejercer.
Elección con el mismo amor (nada
menos que el amor con que amó el Padre a
Jesús, y que Jesús va derivando a los suyos, sus amigos, que son los que están en todos los secretos de Él…, los
que hacéis lo que yo os mando. Ahí
queda enrolado Matías, y es uno de los Doce que llevarán la misión de Jesús al
mundo entero. Y aunque es cierto que no hay más datos de este apóstol, bien
podemos aplicarle a él cuanto hicieron los demás en su extensión de la fe por
el mundo.
Queda hoy en lugar secundario la
lectura continua que –además- queda en la lectura primera en una transición
hacia la historia de Pablo, que ya llenará el resto del libro de los Hechos.
Y en el Evangelio (Jn 12, 44) Jesús
expresa la identidad de sus palabras con las del Padre, de modo que cuanto Él
dice lo ha escuchado al Padre. Y tiene tal importancia esa Palabra, que a la
hora del juicio sobre la vida de cada persona, es la Palabra misma la que hará de juicio: los que la aceptan y los
que la rechazan.
Cerramos hoy nuestra reflexión con
la mirada puesta en María. Ella fue elegida. En la elección de maría no hubo
mediaciones: Dios se la eligió para sí. Y cuando alguien puede elegirse una
madre, hace una filigrana. Y Dios la hizo. Dice San Ignacio que hay ocasiones
en que la elección se verifica por acción directa de Dios, de modo que no se
puede dudar de que fue Dios quien actuó. Y en María queda la evidencia de que –a
raíz del primer pecado, y roto el primer proyecto de Dios- Dios dibujó LA MUJER
que iba a contrarrestar la acción de Eva: “Pondré
enemistades perpetuas entre el demonio y la mujer; entre el pecado y el
descendiente de la Mujer”. Y cuando transcribíamos hace dos días del
Apocalipsis, esa mujer viste traje de sol, tiene la luna bajo los pies, y le
coronan las estrellas… Es decir: es un ser que está elevado sobre lo humano y
está vestida con vestiduras de Cielo. Así se la eligió Dios en su pensamiento,
y así la plasmó en la realidad cuando llegó el tiempo señalado por Él.
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