Concilio de la
Iglesia
Eran
momentos de expansión de la Iglesia. Todo organismo vivo crece y se desarrolla.
Y con el desarrollo surgen las dificultades y los conflictos, las ideas de
quienes van adelante y quienes quieren más bien quedarse atrás. Ya había
ocurrido con un primer aspecto en el tema del servicio a las viudas. Era un
tema práctico y Pedro y los compañeros lo resolvieron sin mayor dificultad. Luego
surgió salir a los gentiles, que era un paso más profundo porque suponía abrir
la puerta de la fe a los que no pertenecían al Pueblo de Dios. Y ahora surge ya
uno de carácter más esencial: los que vivían en lugares de paganos pero
procedentes de judíos, no pueden entender una fe que nace de entre el pueblo
judío sin que se exija para abrazarla pasar por la circuncisión. Pablo y
Bernabé se desplazan a Jerusalén para consultar con el grueso de los apóstoles
y con Pedro. Y reunidos ellos y los ancianos ya cristianos. Estudian el caso.
(Hech 15, 7-21).
Expone
primero Pedro el estado de la cuestión, que se pregunta por qué provocar a Dios
imponiendo una carga que ya ellos habían sufrido. Siguen Pablo y Bernabé
exponiendo los hechos reales desde la experiencia. Y concluye Santiago, como el
“acta” de la reunión: No molestar a los
gentiles en su proceso de conversión. Sólo advertirles que eviten la idolatría y la fornicación, y que no tomen la sangre de
animales estrangulados. Temas que caían de su peso: los gentiles, que
venían de sus ídolos, tenían que tener mucho cuidado en no hacer una falsa
mezcla de culto. La fornicación porque quienes reciben el Bautismo y son hechos
templos del Espíritu Santo, no pueden profanar su cuerpo. El tema de la sangre
era especialmente sensible en aquellas culturas en las que la sangre era
considerada el vehículo de la vida, y el animal estrangulado conservaba dentro
toda su sangre.
En
el Evangelio (Jn 15, 9-11) la trasmisión del amor…: el Padre ama infinitamente
al Hijo. ASÍ el Hijo pone todo su amor en aquellos… Y si guardáis mis mandamientos, permanecéis
en mi amor. Con esa condición –cuya realidad ha de suponerse en todo
auténtico fiel seguidor de Cristo- la alegría de Jesús se desborda, y su deseo
es que igualmente nos lleve a nosotros a
alegría plena.
Es
el saludo del ángel a María: ALÉGRATE, agraciada… María
representa la alegría. Podemos imaginarla preocupada cuando ha de comunicar a
José el embarazo misterioso. Podemos imaginarla pensativa en Nazaret ante el
misterio del Niño. Seria y responsable en el Templo cuando llama la atención al
adolescente que ha hecho con ellos esas
cosas; muy dolorida al pie de la cruz. Pero triste, no podemos imaginarla
nunca. La tristeza es una pasión negativa (salvo la tristeza sobrenatural de
quien ha pecado). María es la hija vivaracha que alegra el corazón de sus
padres, la adolescente que contagia sana alegría entre sus amigas…; la Madre
feliz que acuna al Hijo de sus entrañas, y que lo lleva a la fuente para trae
el agua, y la que vive su vida en un Magníficat permanente, refiriendo a Dios
todos los hechos de su vida. La Madre de una Iglesia naciente, que es
nuevamente invadida por el Espíritu Santo, que es Espíritu de gozo, alegría,
paz… María –como su Hijo y como Dios
mismo- ES ALEGRE.
Hemos hablado
del escándalo. Jesús prefiere que
muera uno antes que escandalizar. Por supuesto cuando ese escándalo supone
inducir al pecado, romper la inocencia de una criatura, forzar al mal con amenazas
o incluso chantajeando. Hoy hay tanto de estas cosas que realmente puede uno
pensar cuánto más les hubiera valido a esos tales que les hubieses arrojado al
mar con la rueda de molino atada a su cuello. ¡Tan grave es!
Pero escándalo es también “en tono menor” (y
daños sutiles o menos sutiles de repercusiones no mensurables) esa situación
que provoca el que hace menos amable la fe, el que desvirtúa la exigencia
cristiana, el que logra –con sus “artes”- quitarse de en medio a quien puede hacerle
sombra, el que dificulta la convivencia de una familia, un grupo, un movimiento
eclesial…, y los mil etcéteras que podríamos añadir. Que unas veces han sido sutilmente
pretendidos; otras, no…, pero han causado mal efecto…, unas veces frutos de
imprudencias no pensadas, y otras que se han podido prever… Yo tengo conciencia
de haber caído en ese tipo de “escándalo”, unas veces como víctima; otras como
actor. Y eso sigue “picando” aunque no rompa la paz. Pero ya advierte Jesús que
el gran dolor del escandalizador es el
gusano de la conciencia, que nunca muere: orada, “hocea”, da vueltas, quema
sin consumir… De ahí que sea muy claro al decir que más le valdría cortarse la
mano o el pie que escandaliza, o sacarse el ojo que provoca el escándalo…, que
empieza en uno mismo, y que se contagia como epidemia.
Siempre
recuerdo aquel libro de mi juventud: “PASO
A PASO”, la historia real de un excelente chico que acabó delincuente por el
maldito escándalo que le provocó su tío.
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