Dad razón de
vuestra fe
Llegamos
al 6º domingo de Pascua, que ya está centrándonos sobre el Espíritu Santo. En
la 1ª lectura Felipe ha llegado a Samaria y allí han aceptado la fe que él ha
predicado: la fe en Jesús Salvador. Entonces Pedro y Juan van hasta allí e
imponen las manos para que reciban al Espíritu Santo (pues hasta entonces sólo
conservaban un bautismo en el nombre de Jesús).
En
el Evangelio de hoy es el propio Jesús quien habla de su marcha como paso
previo al envío del Espíritu Santo, la Presencia de Dios que va a quedar tras
la Ascensión de Jesucristo. Mientras Jesús esté en Palestina, está ahí en un
rincón geográfico del orbe. Cuando Él ascienda y se vaya, estará presente en
todo el mundo, en la catolicidad del orbe entero. Y su Presencia será el Espíritu
Santo, quien desde dentro de nosotros mismos nos va a ir haciendo brotar la luz
y la fuerza que vamos a necesitar. El Señor no nos va a dejar desamparados.
Hay
una palabra de la 2ª lectura que puede ser importante en este día, precisamente
por ese Espíritu de Dios en nosotros. Dice Pedro a sus fieles: estad
siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza. Parte de un
supuesto: la fe y la esperanza de esos fieles a quienes se dirige. Parte de una
realidad de la que nosotros también podemos hablar: tenemos fe; tenemos
esperanza. En razón de ello vivimos nuestra vida cristiana, nuestro mundo
espiritual nuestra realidad interior, nuestra práctica religiosa. Pero Pedro va
más allá: no es sólo que cada uno tenga una fe, practique una forma religiosa,
crea y espere… Lo que San Pedro pide a sus fieles es que estén prontos a dar razón de su
esperanza.
Y
no es solamente que ahí dentro del alma se tenga esa fe y esa esperanza. Se trata
de que se sepa fundamentar, de que se sepa expresar, de que se sepa dar razón
de lo que creemos y de lo que esperamos. Y ahí es, posiblemente, en donde nos
toque mirar más hacia adentro, máxime si nos situamos en el momento actual en
el que hay tantos ataques a la fe de la Iglesia.
No
puede ser que nos quedemos en un personal creer, sino en saber defender nuestra
fe y por qué vivimos la esperanza, aun en medio de un ambiente hostil. Por qué
creemos y esperamos cuando lo que nos está envolviendo es un clima contrario. Por
qué podemos seguir creyendo aunque parece que nos han cortado la trama, y se
ridiculiza tanto lo que son nuestros principios y nuestra razón de esperar.
Está
en juego algo tan a la mano como esa sensación de que leemos el Evangelio “y no sacamos nada”… ¿Cómo es posible
que en nuestro derredor cada persona defienda sus ideologías y nos dejen sin
palabras? ¿Cómo es posible que en la familia no haya respuesta a la invasión de
ideas nuevas con las que viene envenenada nuestra juventud…, unos por
estudiantes universitarios; otros por trabajadores a los que se les ha
inoculado la idea de que todos los males vienen de la Iglesia?
Aquí
es donde San Pedro nos está pidiendo hoy que tomemos tan en serio fundamentar
nuestra fe, que podamos y sepamos dar
razón de ella. Y si hay una fe bien asentada, viviremos una esperanza cierta frente a los calumniadores
que denigran nuestra conducta… (son palabras de Pedro).
Y
como aterrizaje forzoso, esta es la realidad que nos aporta cada Eucaristía. No
estamos aquí “oyendo Misa”…, como tantas veces se dice. Ni siquiera estamos “participando
de una Misa ceremoniosa”, que nos agrade más o menos. Lo que Jesús hace en este
momento es actualizar todo lo que ha
quedado sabido, practicado, devotamente vivido. La Eucaristía nos está llevando
a dar
razón de nuestra esperanza, porque una vez cargadas aquí las pilas del
alma, ahora hemos de vivir la esperanza
en cada instante del día. Se explican las lecturas… No es si el predicador
lo hizo mejor o peor…, sino qué captamos en nuestro interior…; qué hemos
sentido dentro y qué ha alimentado y enriquecido nuestra fe, y en qué hemos
sentido cuestionada nuestra forma de vida y de práctica espiritual. La
Eucaristía es un punto de inflexión en la vida de cada persona, porque ahí está
la raíz –el Sacramento- de nuestra fe…, y ahí la resurrección de Cristo de
entre los muertos, que es lo que nos hace sentir la esperanza más profunda,
porque no estamos en el hoyo del fracaso, sino emergiendo sobre una sociedad
que se ahora en su propio pantano. Mucho más tendremos que hacer por formarnos,
por ahondar nuestros conocimientos, por poner sobre el tapete que no es lo
mismo lo que nos bastó hace 20 o 50 años que lo que se nos exige hoy en una
sociedad mucho más globalizada e influida por los medios de comunicación.
A
la Virgen se le da el título de ESPERANZA.
En diversas partes, bajo diversas formas, se multiplica ese sentimiento de María, Señora de la Esperanza.
Precisamente porque domina la desesperanza en una sociedad sin luces que
iluminen, necesitamos tanto más de quien vivió la esperanza y la proyectó hacia
fuera… María miró hacia arriba. María no se quedó con la mirada pegada al
suelo. No se encerró en una tristeza. No dio por perdido nada, ni siquiera
cuando le arrebataban cruelmente la vida del hijo, y la lanza le atravesaba a
Ella su propio corazón. María fue siempre una bandera que nos hizo mirar hacia
arriba. EN ELLA, NUESTRA ESPERANZA.
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