Oración y
ayuno
Pablo
sigue exponiendo la esencia de la nueva fe que profesa, y que no puede apoyarse
en otra base sino en la que también ha predicado Pedro. Hoy, en Hech 13, 44-52,
insiste en las profecías antiguas, en las que no quisieron creer los judíos
para aceptar a Jesús como Mesías, “pero
las cumplieron al condenarlo”. Lo que pasa es que Dios lo resucitó de entre
los muertos, y ahí está la base de nuestra fe.
En
el Evangelio –[Jn 14, 1-6]- hay expresiones lapidarias que debemos mantener
siempre en nuestro espíritu y en nuestra memoria: NO PERDÁIS LA CALMA… Es lógico que van a sufrir los apóstoles un
purgatorio tremendo, cuando Jesús sea condenado a muerte. Pero ni entonces
siquiera pueden dejar de esperar: Creed en Dios y creed también en mí.
La fe en Dios ha de sobresalir siempre aunque todo el horizonte se nuble,
aunque todo se vea negro. Claro: es que ESO ES LA FE. Y quien cree en Dios,
cree también en Cristo, el enviado del Padre, el Salvador, el que padece por
amor a nosotros hasta el extremo, el que ha demostrado con su vida que todo lo
vivió en ese doble amor, al Padre y a humanidad (y a cada “oveja por su nombre”).
La
fe engendra y supone confianza, y en
esa dirección apunta Jesús cuando quiere que sus discípulos no pierdan la calma
cuando Él “se vaya”, porque en “irse” no hay una distancia ni una ausencia: en
realidad se va para prepararnos sitio…,
y todos cabemos porque en la casa del
Padre hay muchas estancias…, diremos que indefinidas estancias, tantas
cuantas necesitaremos los que llegamos al final de la vida con el alma puesta
en Dios.
Se
le ocurrió a Tomás preguntarle adónde iba
y cuál el camino… Y Jesús respondió con esa frase que es para ponerla en
letras de oro sobre la vida de cada uno: Yo soy el camino y la verdad y la vida.
Y nadie va al Padre, sino por mí. Él
nos lleva, Él nos conduce, Él muestra dónde está la verdad y dónde está LA VIDA
VERDADERA.
Los
apóstoles se quedaron con su escozor por aquello de no haber podido hacer nada
en el caso del epiléptico. Y cuando llegaron a casa, ya a solas, en la
confianza, le preguntaron a Jesús por qué
ellos no habían podido echar ese demonio. Y Jesús respondió que hay
un linaje de demonios que con nada puede salir, si no es con oración.
Algunos códices añaden: y ayuno.
Yo
no soy “códice” ni especialista en ciencia bíblica. Mi intento de siempre es poner al alcance de las personas la aplicación práctica. Y arranco de
una idea que repito habitualmente: en vez de “demonio” me gusta hablar de “esclavitudes”…, esas a las que usamos
como coartada –tantas veces- cuando no tenemos unas decisiones debidamente
ordenadas. Y otras “esclavitudes” -¡o serán las mismas!- la pereza, la
comodidad, el no querer compromisos ni sacrificios por razón de nuestra fe.
Somos unos perfectos “creyentes”…, pero ¡que no nos compliquen!
A ese género de demonios no se puede lanzar
más que con oración. Por lo
pronto, ORACIÓN. ¡Ojo!, que no estoy hablando de Padrenuestros y Avemarías.
Hablo de un ORAR profundo en el que seamos capaces de enfrentarnos a la misma
Palabra de Dios…, al Evangelio…, a
plantearnos si nuestra vida acepta de verdad los principios y enseñanzas de
Jesús; si nuestro orar nos levanta los pies del suelo porque no podemos vivir
con una vela encendida a Dios y otra al diablo (sea “diablo” de vicios, de dinero,
de “ídolos” del celuloide, de la TV, de cantantes o deportistas…, o
sencillamente del “yo-mismo”, que es el dios adorado siempre.
Por
eso no estaba errado el códice que añadía: “y ayuno”, si sabemos “ayunar” de
las “apetencias”, “a mi manera”, “no quiero líos”, y más de una vez, la
frialdad de relaciones familiares en las que se ha roto el calor humano que
tanto valía. O incluimos en nuestra vida un espíritu de sacrificio, capaz de
negarnos gustos alguna vez…, de hacer HOGAR cálido familiar…, o no habrá medio
de “echar fuera ciertos linajes de demonios”. Eso fue lo que Jesús les
manifestó a sus apóstoles.
Ensimismarse
en la vida de Nazaret es un ejercicio formidable. A José, María y Jesús, los
designamos con el nombre de SAGRADA FAMILIA. Ahí donde la familia y la relación
familiar era clave de todo lo demás, porque vivía uno para todos y todos para
uno. María, la Madre…, la clueca, la aglutinadora, el paño de lágrimas, la
madre de familia que le quita importancia a cualquier problema…, y si tiene importancia
se las ingenia para ser ella la que mete el hombro, la que se afana en
solucionar, y –si se da el caso- la que se quita el pan para que no le falte a
los otros. Sin que adviertan apenas…, como quien no hace la cosa… Figura prócer
de MADRE, la que así vivió y así creó un modo de vivir. La madre de familia sin
atisbo de egoísmos. Ahí está el punto
adonde mirar para saber lo que es vivir CON ORACIÓN y SACRIFICIO.
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