Carta de Ignacio a los
habitantes de Azpeitia
Durante una estancia en su pueblo (Loyola pertenece a
Azpeitia), había enseñado prácticas religiosas. Ahora les copia una bula de una
Confraternidad del Santísimo Sacramento, fundada en Roma, para incitar a una
práctica más frecuente de la Comunión. El valor especial que tiene la carta es
mostrar a Ignacio como apóstol de la comunión frecuente, que no era lo común en
aquellos tiempos.
Liturgia:
La 1ª lectura (Ez.2,2-5) ya nos marca
el ambiente litúrgico de este domingo. Se anuncia al profeta que se le envía a
un pueblo duro de cabeza, rebelde contra Dios, al que lo que se le predique va
a caer en saco roto. Hijos testarudos y obstinados a los que hay que
comunicarles lo que dice el Señor. Ellos,
te hagan caso o no (puesto que son rebeldes) sabrán que hubo un profeta en
medio de ellos.
Por Dios no queda. Dios ofrece la oportunidad, y lo que
tiene que quedar muy claro es que ha hablado la boca del Señor.
El evangelio es la visita de Jesús a su pueblo de Nazaret
(Mc.6,1-6) que empieza asombrándose de la enseñanza de Jesús, para luego
cambiar y entrar en actitud de duda y de rechazo. Porque siendo Jesús un hijo
del pueblo, al que conocen todos y conocen a su familia, ¿de dónde saca ahora esa enseñanza y de dónde le vienen esos milagros?
No concluyen como correspondería, reconociendo que el que regresa a su pueblo
viene muy cambiado y convertido en profeta de parte de Dios. Por el contrario
lo que sacan a relucir es que es el
carpintero, el hijo de María, cuyos familiares viven en el pueblo. Y lejos
de creer en él, se ponen en actitud crítica y de prejuicios.
Jesús tiene que decirles que No desprecian a un profeta más que en su tierra y entre sus parientes y
en su casa. Y como no hay fe, que es a la que Jesús siempre atribuye sus
obras, no pudo hacer allí ningún milagro
y se extrañó de su falta de fe. Curó a alguno que sí tuvo esa fe pero no
pudo manifestarse con la generosidad que solía hacerlo en otros sitios.
Tiene su punto importante de reflexión. Solemos estimar
mejor a los extraños que a los conocidos. De los extraños alabamos muchas veces
sus obras y nos parecen mejores que los que tenemos a nuestro lado, porque el
roce diario nos hace ver demasiado los defectos, o lo que creemos que son
defectos. Donde menos es aceptado uno es
en su propia casa, decía Jesús. Puede pasarnos más todavía en la valoración que
hacemos de las virtudes de los que tenemos cerca.
Hoy nos encontramos con muchas gentes que están admirando
religiones extrañas, a las que estudian e investigan, y tienen delante la fe
católica y no la aprecian o incluso la desprecian. Se fijan demasiado en los
posibles defectos y carencias de los que frecuentan la Iglesia, y minusvaloran
los méritos de lo que hay dentro de la casa común de la Iglesia de Dios. Los
medios de comunicación apenas sacan a relucir situaciones desagradables de
otras religiones, pero se enzarzan contra el menor defecto que descubren (o
creen descubrir) en el mundo católico.
No es, desde luego, novedoso. Ya ocurrió con Jesús en su propio pueblo y entre las gentes a las que
tanto había tratado y a las que había servido. Las gentes que en principio de
admiran, pero entre quienes surge la persona que mete cizaña y crea negatividad.
Y es tan dañosa la crítica, que acaba contagiándose fácilmente y negándose a
reconocer la verdad de Jesús.
Alimentamos nuestro espíritu con la EUCARISTÍA, y ella nos
haga aumentar nuestra fe para recibir a Jesús con todas las consecuencias
prácticas de nuestra acogida y atención y reconocimiento de los que tenemos
cerca. Y para hacernos mucho más conscientes del daño que hace la crítica y la
murmuración. Es muy fácil juzgar, incluso muchas veces sin fundamentos ciertos.
Se deja caer la crítica… y los efectos con dañosos en otras personas. ¡Y qué
difícil es luego echar marcha atrás para deshacer el mal que se ha hecho. Es
como derramar un líquido que, ya por mucho que se pretenda recoger, no se puede
recoger entero, y ha dejado la mancha.
Acogemos la Palabra que nos llega hoy, abriéndonos a la
obra de Jesús entre nosotros.
-
Para que vivamos abiertos al bien hacer de otros, y sepamos reconocer
sus méritos, Roguemos al Señor.
-
Para que valoremos con especial acogida a los que tenemos más cerca de
nosotros, Roguemos al Señor.
-
Para que valoremos siempre nuestra fe y nuestra Iglesia como el camino
por el que nos llega Dios, Roguemos al
Señor.
-
Para que la Eucaristía nos haga sentirnos hermanos que vivimos la unión
de sentimientos, Roguemos al Señor.
Danos, Señor,
vivir como personas que valoran los bienes del espíritu, y que sepamos dominar
la lengua en bien del buen nombre de nuestros hermanos.
Por Jesucristo N.S.
La crítica dentro de la Iglesia tiene un poder corrosivo que afecta mucho. Hay que dominar la lengua.
ResponderEliminarLos de Nazaret creían que lo sabián todo de Jesús y no eran capaces de abrir el corazón al misterio de Jesús; y eso que lo conocían de toda la vida...Lo mismo nos puede pasar a los cristianos de toda la vida.Podemos sentirnos tan seguros que ya no necesitamos iniciativas de nadie; ni siquiera a la llamada de Dios en nuestras vidas...Muchos, muy preocupados por lo que hace el Celebrante , por si es lícito cada gesto que el cura ejecuta en la Misa,no se preocupan de como viven ellos su misa y, la Gracis de Dios pasará de largo al encontrar los corazones cerrados a su Acción. Creo que sería bueno hablar de los frutos de la Misa; porqué, a pesar de nuestras distracciones, tiene valor infinito.
ResponderEliminar