Ignacio a los Padres enviados a Trento
El Papa Paulo III pidió a San Ignacio que designara a 3
teólogos para el concilio de Trento. Laínez, Salmerón y Fabro fueron designados
pero Fabro murió antes. Se sumó Jayo como procurador del Cardenal Truchsess.
Ignacio les da instrucciones para el trato con las almas y
entre ellos mismos. Y entre ellos comunicarse los proyectos y corregirse
mutuamente.
Respecto de las almas, sean discretos, modestos,
acomodándose a los que le escuchan, procurando siempre el servicio de Dios.
Evitarán las controversias y sean prudentes en el trato individual, asiduos al
confesionario, caritativos y serviciales en los hospitales y en la predicación.
Liturgia:
Hoy se completa el evangelio anterior
con la llamada de Jesús, llamada de misericordia y apoyo con los más
necesitados. Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. (Mt.11,28-30). Se continúa
aquella alabanza a la gente sencilla y humilde que se había admirado de Jesús y
de las obras de Jesús, pero que estaban como ovejas sin pastor. Jesús les
ofrecía ese pastor cuando les dice que el Padre revela al Hijo y el Hijo revela
al Padre y acoge a todos los que lo quieren aceptar. Ahora los llama
expresamente a ir a él, tanto más cuanto que están agobiados bajo unas
condiciones, aun religiosas, humillantes y aplastantes. Jesús les aliviará. Y
no porque Jesús les vaya a presentar una religión fácil sino porque lo que les
va a presentar es verdadero, es honradamente verdadero.
Mi yugo no deja de ser yugo y carga. Pero es llevadero y mi carga es ligera. Aquí
encontraríamos el pasaje del Cireneo pero al revés. Aquí es cada hombre y
mujer, cada “Cireneo” el que no puede tirar de sus propias cruces, y Jesús mete
su hombro para levantar un poco la carga y que en vez de tener que llevarla
solos, encuentren en Jesús al verdadero Cireneo que ayuda a llevar la cruz de
cada persona. La cruz siempre es cruz. Pero la cruz llevada con Cristo se hace
más ligera y el llevarla es más suave.
Una misma situación dolorosa, una misma forma de
desgracia, es llevada de muy diferente
manera según se lleve con la fe puesta en Jesús o a palo seco. La cruz que se
lleva con la mirada puesta en Jesús, es yugo llevadero. Yo recuerdo en mis
primeros momentos sacerdotales de hallar a una mujer que sufría
desesperadamente su situación. Y yo le dije: sufre Vd. el doble, porque sufre
su propia realidad y su pelea contra la realidad. Aquella mujer podría haber
padecido más serenamente si hubiera acogido pacientemente su mal, pero lo
padecía con pelea, y su desesperanza era mucho mayor.
Jesús nos da una fórmula para vivir la contrariedad con un
espíritu pacífico: Aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y hallaréis vuestro descanso. Ese es el
secreto: aprender de Jesús, unirse a Jesús en todo momento, y unirse
especialmente en los momentos duros, cuando parece que se hunde el mundo
alrededor. Aprender de Cristo, que es manso
y humilde de corazón, y hacer del propio corazón una copia del corazón de
Cristo. Manso y humilde, sin resabios, sin pelearse con la dificultad, sino
asumiéndola de manera que se haga “parte amiga” de la propia vida., y de la
propia cruz. Y todo se hará mucho más llevadero.
Yo recomiendo mucho saber mirar las dificultades como
pasando “por la acera de enfrente” y no cargándoselas sobre los hombros. Sobre
los hombros pesan mucho y se van haciendo cada vez más pesadas. En cambio saber
descargarlas y mirarlas a distancia prudente, libera mucho el peso. Ya se sabe
que eso no se consigue a la primera de cambio, pero se puede trabajar en esa
dirección. Y se llega a conseguir, siempre que no haya un masoquismo en querer
sufrir y poder provocar la compasión de otros por el propio sufrimiento. Se
puede conseguir cuando hay una visión sobrenatural y acaba uno descargando la cruz
a los pies del Señor, uniéndose a su propio sufrimiento y dándole al dolor la
dimensión redentora que adquiere cuando ya no se sufre solo sino unido al yugo
de Cristo y a la cruz de Cristo.
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