En los EJERCICIOS ESPIRITUALES –y vaya esto como adelanto de lo que se dirá al
final- plantea Ignacio 3 meditaciones sobre el PECADO. La primera es una visión
de los efectos desastrosos que lleva el pecado: a los ángeles los convierte en
demonios; a nuestros primeros padres Adán y Eva les hace perder la felicidad
del paraíso, y si hay alguien que muera en pecado mortal, pierde a Dios para
siempre y queda condenado.
La 2ª enfrenta al ejercitante con su propio pecado
personal. El pecado no se da fuera sino en la misma persona, que queda fea y
mala y enfrentada a Dios que es santo, sabio, bueno y verdadero. Y si no se ha
condenado esa persona es porque Dios, en su misericordia, le ha dado vida hasta
ahora y puede cambiar.
La 3ª: hay que conocer la maldad interna del pecado para aborrecerlo. Pero el pecado
no es sólo el mortal o grave sino que existen desórdenes que son toda
situación que no va derecha a Dios. El desorden hay que conocerlo y enmendarlo.
Y el mundo es fuente de desorden y
pecado: hay que situarse frente a lo mundano y rechazarlo.
Liturgia:
A renglón seguido de la protesta de
los fariseos porque Jesús comía con publicanos, se produce una pregunta, casi
quejosa, de los discípulos del Bautista: Mt.9,14-17. ¿Cómo es posible que los
discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan a menudo y los
discípulos de Jesús no ayunan?
La respuesta que pudo dar Jesús “en directo” era muy
sencilla: porque vosotros seguís los modos del tiempo anterior (“antiguo
testamento”), que se basa en los cumplimientos externos, y mis discípulos están
ya en otra fase de la historia. Pero como a Jesús le gustaba más la imagen que
las palabras, responde que sus discípulos son “los amigos del novio” que está
en su convite de bodas. Y no es lógico que los amigos del novio estén ayunando.
Tiempo tendrán para ayunar” cuando se lleven al novio”. Habrá un momento
trágico en que “el novio” no esté presente, y será la necesidad del sacrificio
(“entonces ayunarán”).
Pero Jesús no se contenta con ello y se va a la parábola en
la que dibujaba con mucha más fuerza su pensamiento. Y les habla ahora de esos
dos momentos de la historia: uno, el del vestido antiguo, viejo, raído, que ya
ha cubierto sus funciones. Otro, la tela nueva, llena de fuerza.
Es evidente que a una tela ya pasada (ha pasado el tiempo
anterior), no se le puede echar un remiendo con tela nueva, porque lo nuevo
tira de lo antiguo y se hace un roto peor. Jesús no ha venido simplemente a
echar remiendos; ha venido a crear una nueva vida, un nuevo modo de realizar la
historia, y eso no se compagina con lo antiguo. No se trata de “ayunar” para
satisfacer una ley; hay que apuntar mucho más alto y que el ayuno nuevo sea
mucho más que privarse de alimentos. Tiene que ser algo que entra muy al
interior de la persona y le lleva a cambios profundos de actitudes.
La otra
parábola que viene a expresar lo mismo, habla de los odres viejos, que han
servido hasta aquí. Y del VINO NUEVO, que es la novedad que viene, la que él
trae. Y es evidente para cualquier entendido que el vino nuevo no se puede
echar en pellejos viejos porque la fuerza de lo nuevo revienta los
planteamientos antiguos. Y teniendo unos odres nuevos (una disposición nueva)
para el vino nuevo (que trae Jesús), las dos cosas se conservan.
Jesús no ha venido simplemente a repetir el pasado con unos
cuantos propósitos nuevos. Jesús ha venido a plantear una vida nueva, que
supera a lo anterior como el espíritu supera a la materia. Por eso a ese vino nuevo tienen que presentársele odres
nuevos, vigorosos, capaces de incorporar a la vida una novedad tan profunda
como el Evangelio. Y eso no es algo que se saca de la manga. Requiere un nuevo
modo, un nuevo compromiso, una nueva actitud ante la vida: ante Dios, ante el
prójimo y ante sí mismo.
Es un texto de enorme importancia y ante el que tenemos que
enfrentarnos con mucha sinceridad, porque solemos hacer “propósitos” de mejorar
(“no querer pecar”, “ser mejores”), pero en múltiples casos no se afronta el
verdadero problema, el fallo concreto, la decisión abierta de un cambio.
Aquello que Jesús formula diciendo que si
tu ojo o tu mano te es ocasión de pecado, lo arranques: soluciones
verdaderas y no parchecitos de gasas suaves. Ya lo he comentado alguna vez: San
Ignacio nos hace plantear nuestra actitud ante el pecado, mucho más allá que el
arrepentimiento. Es necesario e indispensable el arrepentimiento, pero no se
demuestra que es verdadero hasta que no se produce el aborrecimiento del pecado: “el ojo que se arranca” antes que
pecar, “la mano o el pie que se cortan” antes que ponerse en la ocasión.
Los fariseos ayunaban y cumplian todos los preceptos, Jesús los ve y valora su piedad; pero les echa en cara una cosa:su incapacidad total para ver en el hermano al Dio al que quieren agradar. La verdadera spiritualidad es creativa y es siempre fiel al mandato del AMOR. Como cristianos , desde nuestra libertad, debemos obrar después de haber elegido, sobretodo después de haber visto qué es lo importante para Dios.
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